La crisis familiar, raíz de los problemas políticos y sociales

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: Para no ser un rinoceronte más  

 

 

Hemos estado reflexionando sobre la institución de la familia por varias semanas desde que recibimos la inspiración del V Encuentro Mundial de la Familia en Valencia, España. El Papa Benedicto XVI le puso el broche de oro a esa multitudinaria concentración con palabras expresamente orientadas a las familias de todo el mundo en medio de la desvalorización que está experimentando la institución familiar.

Muchos pudieran creer que la crisis familiar es algo secundario a los problemas tan álgidos del mundo de hoy. Sin embar­go, si ahondamos en esos problemas nos damos cuenta de que la familia está siempre en la raíz de toda crisis personal y social y hasta política... Los males que sufrimos tienen detrás caras humanas. Es decir, que hay individuos culpables, de buena o de mala fe..

Si de verdad somos honestos, si analizamos descarnadamente los problemas de hoy, los seres humanos que los causan, los movimientos ideológicos que los provocan, y las sociedades materializadas y consumistas que les dan contexto, vemos que de alguna manera los causantes han sido producto de un desgarramiento social. Al no haber sido beneficiarios de una familia estable, los individuos llegan a tomar posturas que ignoran o abusan de los demás sin ningún escrúpulo.

Cuando tenemos elementos extremistas antisociales en nuestras sociedades, podemos estar casi seguros que algo falló en su vida familiar. Si no, busquemos en la historia personal de todos los dictadores que han oprimido y oprimen a los pueblos. Los criminales y delincuentes que pululan en nuestras ciudades parecen tener, todos, ese común denominador. En todos vemos las mismas causas. Podemos estar casi seguros que esos que son dominados por el egoísmo y la maldad, y que sólo buscan su propio beneficio, de principio nunca han podido gozar del amor familiar. Y como ya lo hemos dicho y repetido, esos traumas individuales pueden causar daños irreparables en la sociedad, a sí mismos y a todos los demás

Dios nos creó libres para escoger entre el bien y el mal. Dios, a pesar de nuestro propio egoísmo, nos inspira, nos man­da sus señales y mensajes. Sus ángeles y profetas siguen enseñándonos el camino. Sin embargo, Dios respeta nuestra liber­tad. Podemos decidir entre construir o destruir, entre dar vida o matar, entre amar o vivir en odio, entre vivir en venganza o aprender a perdonar. Sí, Dios respetará nuestras decisiones pero algún día tendremos que rendirle cuenta de lo que hicimos con nuestra libertad.

Todavía queda tiempo para revalorizar nuestras familias y nuestras sociedades. Tenemos que crecer en conciencia y ser responsables con este mundo, esta creación en que Dios nos ha hecho partícipes, colaboradores, y hasta protagonistas, para buscar soluciones. Debemos educar a nuestras futuras generaciones para que podamos dejarles todo lo que hemos aprendido de los errores pasados y estos mismos errores presentes.

Ignacio de Loyola nos enseñó el papel importantísimo del Espíritu Santo en nuestro desarrollo de conciencia. Y nos acon­sejaba que si creemos que no podemos hacer nada positivamente y ni siquiera nos sentimos con ganas de ayudar en esa titánica empresa, por lo menos que le pidamos a Dios el deseo de tener ganas.

Pero más todavía, todos podemos hacer algo. El Espíritu Santo nos guiará siempre y nos orientará cómo hacerlo. Ignacio de Loyola, que nos dejó sus Ejercicios Espirituales para encon­trar a Dios personalmente y encontrar nuestra misión personal, nos aconsejaba que por lo menos no pusiéramos obstáculos al Espíritu Santo. Él constantemente nos ayuda, nos inspira y nos da fuerzas para seguir aprendiendo a amar. ¡Sobre todo, a través de nuestros padres y madres: viviendo en familia.