Los enemigos de la familia

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: Para no ser un rinoceronte más  

 

 

Nos preguntábamos la semana pasada, contemplando la trágica situación de la familia en muchos países desarrollados del mundo, ¿qué deberíamos hacer?... Aunque en nuestro continente latinoamericano todavía mantenemos la importancia vital de la institución familiar, el ataque constante por la televisión importada nos alarma.

Hablábamos de que si todavía tenemos ese privilegio de vivir y crecer en familia, tenemos una responsabilidad ante el mundo. Al consumismo le conviene esa atomización de la humanidad, así nos pueden vender más productos a cada uno, individualmente. Antes, estos productos se usaban o consumían en familia.

Decíamos que no se puede volver atrás, con nostalgia, a una sociedad rural. Hay que aceptar los cambios históricos y la evolución de los tiempos. Sin embargo, este desarrollo no tiene porqué acabar con la institución familiar. Debemos y podemos revalorarla y reforzarla. Al egoísmo que nos separa y destruye tenemos que hacerle frente con verdaderas células de relaciones profundamente humanas. La familia nos ha provisto y nos provee de esa «escuela» para la vida. La familia nos ha enseñado a amar y a poder vivir con los demás como seres humanos pensantes, no como animales que solamente siguen sus instintos. Si la familia desaparece tenemos que estar preparados para sustituirla con sinceras y profundas estructuras grupales que nos ayuden a entendernos y comprendernos, pero sobre todo a amarnos práctica y realmente con amor de servicio.

Para esto hemos heredado una fe cristiana que sigue enseñándonos la única actitud de vida que puede salvar a la humani­dad. Esta actitud de vida nos venía de siglos de historia en el Antiguo Testamento, anunciada por los profetas, corroborada por los sabios, enseñada por generaciones de padres a hijos. Una actitud de vida que el mismo Dios vino a enseñarnos. Y Cristo nos la describió en sus sorprendentes bienaventuranzas. Al ser profunda y responsablemente huma­nos, nos vamos acercando más a la divinidad y a la eternidad. Aunque nos laven el cerebro con sistemas políticos, económicos y sociales deshumanizantes, ya el mensaje de Cristo lo tenemos grabado en nuestras entrañas. El mensaje de salvación a través de una actitud de amor en servicio, nos llena de una esperanza y alegría que nada ni nadie puede quitarnos ya.

Santos y santas de Dios nos siguen anunciando y enseñandonos nuestra propia responsabilidad. En un mundo envuelto en las tinieblas del odio, las guerras, la injusticia y la irresponsabilidad generalizada, un Francisco de Asís rogaba a Dios: 

Señor hazme instrumento de tu paz:

Donde haya odio, que yo lleve el amor.

Donde haya ofensa, perdón.

Donde hay discordia, que yo lleve la unión.

Donde haya duda, fe.

Donde haya error, que yo lleve la verdad.

Donde haya desesperación lleve yo la esperan­za.

Donde haya tristeza, alegría.

Donde haya tinieblas, lleve yo la luz 

¡Que maravillosa lista de deberes que transformarían al mundo si los cumpliéramos! ... Si todos y cada uno de los que nos llamamos cristia­nos activáramos los postulados de esta plegaria de San Francisco podríamos realmente transformar la faz de la tierra. ¡Más todavía, si siguiéramos en familia estas pautas, nuestro egoísmo individual y social irían desapareciendo para dar paso al amor! ... 

Oh, maestro, haz que yo no busque tanto ser consolado, sino consolar.

Ser comprendido, sino comprender. Ser amado, sino amar.

Porque es dando que se recibe; perdonando, que se es perdonado; muriendo, que se resucita a la vida eterna.