No se puede volver atrás

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: Para no ser un rinoceronte más  

 

 

Muchos cristianos se cierran a los cambios históricos que siguen ocurriendo en nuestra humanidad. Recordemos la historia del cristianismo que tiene su origen en la civilización hebrea. Esta historia ha sido la constante adaptación a una idea central: la vida y la humanidad se deben a un Dios creador, que es amor, y que crea a los seres humanos para darles participación en su divinidad.

Esta idea fue traída al mundo greco–romano por un grupo de hombres y mujeres testigos de la vida, pasión, muerte y resurrección del Cristo, figura enigmática y sorprendentemente universal para aquellos tiempos. Aquellos mensajeros venidos de esa pequeña colonia romana confirmaron su fe con sus propias vidas: murieron mártires. Finalmente el imperio Romano se hizo cristiano y ahí comienza la penosa historia de la formación de la cultura europea que se va entretejiendo con esa idea fundamental que aportaba el cristianismo sobre Dios y el hombre.

Como en todo crecimiento, usando la imagen del ser humano, se fue pasando por diversas etapas, de niñez, de adolescen­cia y de madurez. Aunque estas etapas siguen mezcladas en todo momento, hoy día podemos ya notar signos de edad adulta. La cultura, la reflexión histórica, la aparición de la ciencia y las ciencias humanas, han ayudado a lograr un pensamiento analítico y una sabiduría de siglos capaces de entender toda esa misteriosa evolución y desarrollo de la humanidad.

Como centro de nuestras sociedades, la célula familiar también se ha ido adaptando a los tiempos. Auque hoy todavía existen culturas en que se práctica la poligamia, el consenso está de acuerdo en que la activa presencia de un padre y una madre es más conducente a la estabilidad emocional y social de los hijos y por consiguiente de la familia total. La familia todavía se considera como condición fundamental para la formación de nuestras sociedades y comunidades.

Aunque muchas familias han sido y son ‘disfuncionales’, el sentido común nos dice que esa unión familiar es la ideal para el sano crecimiento de nuestras sociedades. Sin embargo, los tiempos siguen cambiando y debemos de buscar también solu­ciones para tantos casos de personas aisladas y alienadas que no tienen familia.

Como indicamos al principio, no podemos cerrarnos a los cambios históricos que experimenta nuestra sociedad universal. No podemos regresar al pasado e ignorar el crecimiento de nuestra vida urbana. No podemos tratar de volver a la familia rural que desaparece a pasos agigantados.

El Papa Benedicto XVI nos ha puesto a pensar a todos con sus reflexiones sobre la familia en este reciente encuentro en Valencia. Y los representantes de todos los países participantes han aportado nuevas luces a los problemas. No miremos con nostalgia al pasado. Y aunque no se pueda volver atrás, podemos aprender de los errores del pasado y sus verdaderas causas para mejorar el futuro.

Las familias se malogran siempre por alguna forma de egoísmo humano entre sus componentes. Se necesita una fe y una esperanza, tanto para mantener la familia como célula elemental de nuestra sociedad como para atender a todas aquellas víctimas de familias destruidas. Sólo la fe cristiana, basada en ese Dios que es amor y nos pide que amemos, nos puede dar soluciones. La fe vivida nos hace revalorar la familia y salvar nuestro mundo de la desintegración.