Vivir en familia no es fácil

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: Para no ser un rinoceronte más 

 

 

Alguien dijo una vez jocosamente: «Muchos más mueren de familia que de ningún otro mal¼». Y es verdad, vivir en fami­lia no es fácil. Cuesta esfuerzo, sacrificio y trabajo. Pero ¿no será por eso que la familia es la mayor y la mejor escuela para la vida? ... Todo en la vida es difícil y cuesta esfuerzo, sacrificio y trabajo. Pero eso nos hace personas. De niños, inocentemente egoístas, vamos creciendo. A través de la adolescencia nos vamos desarrollando como entes sociales capaces de aprender, crear, volvernos seres útiles para la sociedad. Ese desarrollo nos lleva a una verdadera libertad humana que nos hace independientes, aunque responsablemente dependientes de los demás.

El adulto es ya capaz de tomar decisiones libremente pero siempre contando respetuosamente con los demás, formando grupos y comunidades. Este proceso, como decíamos, es difícil. Sin embargo, ¡qué bien nos sentimos cuando ya podemos ser parte de una sociedad! Sobre todo, sin haber perdido nada de nuestros valores individuales, al contrario, habiendo definido más nuestra personalidad.

La familia, con sus tira–y–encojes nos ha preparado para la vida, nos da el primer empujón para ser lo que somos o lo que debemos ser. Del nido salimos a volar, y si nos escachamos en el primer vuelo hemos aprendido a volver y a tratar una y otra vez. Para eso han servido nuestras peleas de niños, nuestras rebeldías y desobediencias, los castigos y reprimendas de nuestros papás, nuestro aprender a reflexionar poco a poco en nuestra vida de familia. Sin darnos cuenta, ¡hemos aprendido a amar!No se puede sustituir la familia con ninguna otra estructura humana, menos todavía cuando hoy se pretenden soluciones artificiales tanto como superficiales.

Sí, es verdad que muchas familias han fallado. Cada día se encuentran más familias que no funcionan, o como se les llama: ‘familias disfuncionales’. A ese deterioro han contribuido los movimientos históricos con guerras, la revolución industrial, los abusos sociales, económicos y políticos por gobiernos malos, revoluciones «redentoras» que han terminado en peores y penosas dictaduras. Tanto los sistemas capitalistas como los socialistas o comunistas han atentado y atentan contra la familia. Y el resultado es palpable, sobre todo en nuestras grandes ciudades

¡Qué triste es ver por las calles de cualquier ciudad a tantos jóve­nes traumatizados y destruidos por la delincuencia y el vicio! ¡Qué escándalo para nuestros jóvenes latinoamericanos emigrantes llegar a países supuestamente desarrollados donde la juventud sólo piensa en divertirse sin conciencia? ¡Cuánto trauma, y cuánta soledad el caer en una animalidad sin sentido ni propósito! Lo peor es que muchos de estos emigrantes caen en lo mismo, olvidando los princi­pios y valores aprendidos en familia. La juventud parece estar contaminada con una desmoralización que sólo produce una profunda y alienante soledad.

Sin embargo, no podemos virar la espalda y quedarnos tan tranquilos. Tenemos una conciencia que nos cosquillea si co­bardemente tratamos de huir de la gravísima realidad.

En el reciente Encuentro Mundial de las Familias con el Papa en Valencia, se discutió y se trataron los problemas de la fami­lia con representantes de todo el globo. Se plantearon los peligros y se desenmascararon las falsas soluciones que el mundo propone, pasando por alto la verdadera dignidad de la persona humana y por encima del mismo Dios.

Si nos llamamos cristianos, tenemos todos y cada uno que ser responsables atendiendo como emergencia a tantos jóvenes traumati­zados en el presente. Pero también tenemos que mirar hacia el futuro y buscar valientemente soluciones para salvar la familia y el mundo, con los pies en la tierra y la mirada en el cielo.