¡En nuestros países latinoamericanos todavía queda familia!

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: Para no ser un rinoceronte más 

 

 

Esta semana pasada se celebró en Valencia, España, el V Encuentro Mundial de la Familia, que fue honrado con la presencia de nuestro Papa Benedicto XVI.

En el mundo preferentemente consumista de hoy, tal parece que todos los principios y valores tradicionales han sido sustituidos por el dinero. Sin embargo, todavía en Latinoamérica la familia persiste con verdadera relevancia, aún entre los que han emigrado a países del primer mundo.

Los medios de comunicación de hoy en día nos dan a conocer la tragedia mundial de la desintegración de la familia en casi todas las culturas del mundo. Por una parte tenemos  países fundamentalistas islámicos donde el valor de la mujer sigue apareciendo subestimado. La mujer carece de derechos y es usada simplemente como productora de hijos varones. Esas culturas medievales que arrastran costumbres denigrantes e injustas en contra de la mujer, no tienen sentido en el mundo de hoy.

La familia está fundamentalmente apoyada en la madre, como educadora, formadora social de los hijos e hijas, principio de una salud mental basada en el amor. Solamente el amor de una madre con su paciencia casi infinita puede preparar hijos sanos para el mundo pluralista tan complejo en que vivimos.

Por otra parte, en nuestras culturas occidentales el divorcio, la violencia doméstica, las madres solteras y la promiscuidad reinante atacan íntimamente la constitución de la familia. En los países consumistas, la carrera desenfrenada por hacer dinero llevan al padre y a la madre a trabajar fuera del hogar. Muchas veces hacen esto para poder subsistir y poder mantener a los hijos. Pero otras veces lo hacen sólo por alcanzar un estilo de vida fantasioso que se nos ha vendido como «felicidad» por los medios de comunicación. Los hijos se crían sin disciplina, sin cariño ni amor, expuestos a la corrupción y desmoralización de la calle. Los padres, al llegar cansados del trabajo, no tienen energía ni valor para educar ni guiar a sus hijos y se resignan a com­placerlos en todos esos caprichos y «necesidades» que el consumismo les ha vendido.

En nuestros países latinoamericanos tristemente contamos también con el machismo que, a diferencia de las culturas islámicas, provoca una desmesurada devoción por la madre, único puntal de la familia. El padre, si no está ausente, se comporta como un verdadero e irresponsable adolescente. Esta glorificación de la madre, sin la presencia del padre puede ser muy dañina en la formación de los hijos, pues parece perpetuar el machismo. Los hijos varones ven a la mujer sólo como una madre amantísima y no como esposa y compañera, por eso tien­den irónicamente a continuar su papel de adolescentes irresponsables.

Para que exista una familia sana debe haber una madre respetada y apoyada, por no decir amada responsablemente, por su marido. Es necesario que haya un padre también responsable con sus hijos. Puede haber honorables excepciones de madres o padres que por una u otra razón se han quedado solos y han hecho una labor titánica criando a sus hijos. Pero por lo regular hacen falta los dos, el padre y la madre comprometidos y trabajando con amor y respeto mutuo por la crianza y educación de los hijos.

No podemos ignorar que la familia extendida ya casi no existe. Los abuelos, tíos, tías, y primos tenían un valor extraordinario en la for­mación de los hijos. Eso se va terminando y hay que prepararse para nuevas formas y estructuras sociales. Y ahí nos viene la importantísima contribución de nuestra fe cristiana.

Los Evangelios de Jesucristo nos enseñan una actitud de vida de amor y respeto. Nuestra Iglesia y las activas agrupaciones parroquiales, colegios y escuelas, promueven esos valores fundamentales de familia, amistad, sociedades sanas y humanizantes . ¡Tenemos que salvar nuestras familias!