El Espíritu Santo sigue «funcionando»

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: Para no ser un rinoceronte más 

 

 

En la vigilia de Pentecostés, hace varias semanas, cientos de miles de personas se reunieron en la plaza se San Pedro en Roma. Invitados por el Papa Benedicto XVI, grupos de laicos de organizaciones cristianas de todas partes del mundo participaron en una concentración que duró más de seis horas. En la plaza atestada, la gente se desbordó por las calles y avenidas aledañas. Había gente de todas las razas y culturas, de diferentes clases sociales y de todas las edades. Eso es la Iglesia Católica universal e incluyente, luz para toda la humanidad y sal de la tierra,

Allí se hizo oración, cantando o recitando salmos. Se pudieron escuchar las inspiradas palabras de hombres y mujeres laicos fundadores de diversos grupos que se extienden por todo el mundo llevando el mensaje de amor y justicia de Cristo.

Nuestro Papa nos habló del Espíritu Santo para el mundo de hoy. Y entre otras ideas se refirió al vacío en la juventud constantemente asediada por la propaganda materialista de vivir el momento, dar rienda suelta a los instintos sin pensar ni reflexionar y ni siquiera indagar un poco sobre el propósito de la vida. Recientemente en un diario europeo apareció publicada la carta de un joven de diecisiete años de edad. El decía que su propósito en la vida era tener sexo con la mayor cantidad de gente posible, y a los cuarenta años suicidarse cuando ya no pudiera hacerlo más

El Papa nos hablaba en esa vigilia de Pentecostés de la triste realidad de tantos jóvenes como éste que se dejan llevar por la propaganda abusiva del comercialismo y el consumismo que parece tener una sola vertiente: ‘no piensen¼ diviértanse y gocen de la vida en todo momento’. Así le pasó, nos dijo el Papa, al hijo pródigo en la parábola que nos contaba Jesús. Aquel joven le pidió a su padre su parte de la herencia y se fue a disfrutar de la vida. Pero cuando acabó arruinado y cuidador de puercos para poder subsistir, llegó a envidiar a esos animales que vivían mejor que él.

Ese joven de la carta en el periódico se asemeja mucho al hijo pródigo en su primera etapa de la vida, sin embargo se ve que no ha reparado a dónde le conducirá su llamado «ideal». El seguir nuestros instintos sin control, sólo lleva a la animalidad y al vacío. Y al final si llegamos a razonar, por nuestro estado deplorable, envidiaremos a los puercos. Porque los puercos no fueron creados para amar y ser amados, y nosotros sí. Los puercos no fueron creados para ser creativos y buscar en las estrellas, y nosotros sí. ¡Que desperdicio y qué vacío para un ser humano vivir como un puerco!

Pero el Papa nos insistió en cómo termina la parábola del hijo pródigo, no con el castigo y el desprecio para ese joven equivocado cuando regresó arrepentido sino con el perdón de un padre que lo esperaba con los brazos abiertos. Así es como tenemos todos que anunciar el Evangelio, no con juicios ni condenas, sino con amor y perdón,

Al observar la multitud que se reunía en la plaza de San Pedro en esa vigilia de Pentecostés, experimentamos un renacer de la esperanza. Aquellos millares de laicos de todas las edades, en familia y en grupos cristianos activos y comprometidos, salieron de allí llenos del Espíritu a todo ese mundo confundido, a llevar la buena noticia, el mensaje de Cristo de amor y de perdón. Sólo así podremos vencer el mal en este mundo. Sólo con amor, comprensión y perdón podremos vencer el odio, la violencia, las guerras, los fanatismos y la desmoralización que quieren destruir la humanidad.