Semana Santa en el tercer milenio

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: Para no ser un rinoceronte más 

 

 

Nos asusta tremendamente cuando oímos a ciertos predicadores fundamentalistas  simplificando infantilmente nuestra fe cris­tiana. Llegan a decir que se alcanza la salvación solamente proclamando que Jesús es Dios. Si eso es así, ¡pobres de tantos millo­nes de seres humanos que ni siquiera han oído de Cristo!

Sin embargo, el misterio de la Encarnación nos enseña a ahondar más profundamente en esa verdad revelada. Al declarar que Jesús se hizo humano entendemos que ya toda la humanidad, cada individuo, tiene a Cristo en su corazón. Esta verdad nos hace reflexionar en lo que significa, en la práctica, para nosotros todos los ciudadanos del mundo... 

Primero: Cristo está actuando en todos y cada uno de nosotros, de todas las naciones y creencias, inspirándonos la concreta y real actitud de vida que El dejó plasmada en los Evangelios. Proclamar a Cristo significa vivir verdaderamente en consonancia con su vida de amor y entrega a los demás. Y eso todos lo tenemos dentro.  

Segundo: Como Dios nos creó libres y respeta nuestra libertad, cada uno tiene que dejar que Cristo llegue a nuestra vida a pesar de los obstáculos. Cada uno debe dejar que la activación del «amor cristia­no», a que todos somos llamados, tome forma en nuestro vivir y en nuestro actuar.

Tercero: Los que hemos recibido directamente su mensaje tenemos que ser responsables de la misión de llevar esa actitud de vida a todos los demás. Tenemos el deber de compartir ese mensaje, especialmente con aquellos que no han tenido ese privilegio de escuchar directamen­te las palabras de Cristo. Es a nosotros, esos privilegiados, a quienes nos toca ser LUZ DEL MUNDO y SAL DE LA TIERRA. 

Por lo tanto en esta Semana Santa en que la Iglesia nos invita no sólo a «ponernos a tono» con Cristo sino, más todavía, a unirnos a El en su pasión, muerte y resurrección, debemos tener conciencia de nuestra misión y deber. Al unirnos a él como salvador nuestro, que dio su vida por sus amigos, entenderemos mejor el sentido de nuestra vida, de lo que somos: única actitud de vida que puede salvar a este mundo de la corrupción reinante. Sólo el amor de Cristo, de negarse al propio egoísmo, de darse en servicio a los demás, hará comprender a todos el misterio de ese Dios que está tratando de conquistar nues­tros corazones.

En la homilía del Domingo de Ramos, el Papa Benedicto XVI destaca el símbolo de la Cruz para la juventud de hoy en día. La Cruz es símbolo de victoria, la victoria duramente ganada por Cristo. La Cruz es liberación de todo ese egoísmo que nos corrompe, nos hace odiar y nos divide. Ese egoísmo que nunca nos dejará vivir en paz. La cruz será siempre símbolo de humanización, contraria a la seducción de los instintos que nos hace vivir como animales por todas partes del mun­do.

Que este Viernes Santo, vivido y sufrido con Cristo, nos haga llegar llenos de alegría a la liberación del Domingo de Pascua y Resurrección. Entreguémonos a la Cruz y llevemos esa liberación a todos los que no conocen a Jesucristo nuestro Salvador. Pero sobre todo, llevemos a Cristo en acción a todos esos lugares y a todos esos corazones que no saben lo que es «amor»... ¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!