Llega la Semana Santa

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: Para no ser un rinoceronte más  

 

 

Y viene pronto la Semana Santa, que muchos aprovechan para descansar e irse de vacaciones. A pesar de eso, este tiempo de vacaciones sin trabajo ni rutina diaria, puede ser un tiempo maravilloso para reencontrarnos con nosotros mismos.

A veces andamos con tanta rapidez que no podemos ni asimilar las experiencias que vivimos cada día. Saltamos de obstáculo en obstáculo sin detenernos a reflexionar ni a pensar en lo que hemos hecho. La Semana Santa puede ser el tiempo para descansar de nuestra vertiginosa carrera, para revisar y ordenar nuestra vida. ¡Encontremos tiempos de silencio!... Y la Semana Santa nos viene a recordar, mejor dicho, revivir el misterio de Cristo, que no es otro que el misterio de nuestra propia vida.

Basta que uno viva un poco para darse cuenta de que todo en la vida cuesta esfuerzo; inclusive cuando un logro viene sin trabajo ni esfuerzo, no lo consideramos plenamente como cosa nuestra. El dolor y el sufrimiento son parte de ese esfuerzo, que tiene que comprenderse en este aspecto positivo. Pregúntenle a una madre el fruto de los desvelos por sus hijos, los dolores y las preocupaciones que éstos cuestan. Pregúntenle a un artista o algún científico el sacrificio que cuesta una nueva creación o un gran invento. Todo cuesta en la vida. Pero al lograrlo ¡qué satisfacción interior!, ¡y cómo no encontramos palabras para describir nuestro gozo!

El misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo nos viene a enseñar el camino que Dios mismo escogió para obtener nuestra salvación. Hay que morir para dar vida «¡Si el grano de trigo no muere!» El que no se niega a sí mismo no encontrará la vida, nos parecen misteriosas contradicciones. Sin embargo la experiencia nos dice que ahí está verdaderamente el misterio de la vida y de la felicidad a que todos hemos sido llamados.

Morir a nosotros mismos significa claramente morir al egoísmo que nos animaliza, nos aplasta y nos esclaviza. Por lo tanto por esa «muerte» nos viene la vida. El sacrificarnos por los demás nos libera porque estamos dando vida a los demás.

Cuando estamos en crisis nos sentimos solos y abandonados de todo y de todos. Sin embargo al abrirnos a Dios, misteriosamente nos llenamos de un hálito de fuerza extraña que nos hace aguantar un poco más, aguantar hasta que pase la tormenta, esperar con «esperanza», valga la redundancia. Y después de la tempestad, vuelve a amanecer otra vez, vuelve a salir el sol; y la noche de soledad y penuria desapa­rece para dar paso a la resurrección de un nuevo día. Ahí comprende­mos, si cabe comprender un misterio, el misterio de la muerte y resurrección de Cristo.

¡Por cuántas crisis hemos pasado y sobrevivido! ¡Cuántas pequeñas muertes nos han traído resurrección y nueva vida! Y al resucitar hemos nacido cada vez a una vida más intensa, a una nueva dimen­sión.

Recordemos en estos días nuestras «muertes» en la vida, reflexionemos en esos esfuerzos de tantos sacrificios. Vivamos con Cristo su Pasión y muerte, acompañándolo en la Cruz como El nos acompaña a cada uno de nosotros en nuestras cruces y muertes. Y viviremos más de lleno la alegría de su Resurrección y la Pascua, al final de esta Semana Santa.