Reflexión después del Miércoles de Ceniza

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: Para no ser un rinoceronte más   

 

 

¡En cuántos Miércoles de Ceniza hemos oído al celebrante decirnos la famosa frase «Polvo eres y en polvo te convertirás»! ... Pero quizás no hemos reparado que desde hace un tiempo el sacerdote tiene la opción de una nueva fórmula al impartir la ceniza: «Conviértete y cree en el Evangelio».

La primera fórmula, indudablemente, nos llega desde la Edad Media y llega a infligirnos algo de miedo. Después de las invasiones bárbaras que devastaron Europa, quemando y destruyendo lo que quedaba de la civilización romana, vino un período de calma y reconstrucción. Los bárbaros se fueron convirtiendo al cristianismo. Dada su ignorancia y falta de educación, el arma preferida para su catequización por la Iglesia de entonces fue el miedo.

Las nuevas riquezas y las ciudades que se formaron alrededor de los monasterios, donde se pudo preservar la cultura de siglos, demandaban un reordenamiento personal y social. Hacer pensar en el castigo o en el premio después de la muerte fue uno de los temas más comunes en los mosaicos y frescos de las catedrales medievales. Como a niños, se trataba de educar a base de miedo, premio o castigo. Asustarlos con el recuerdo de que tenían que morir y volver al polvo, parecía una eficiente pedagogía para aquel momento.

Hoy, después de tanta historia, quisiéramos ser tratados como adultos, y por eso la Iglesia nos da otra opción para hacernos pensar: «Conviértete y cree en el Evangelio». Y ahí sí que no entra el miedo ni el pensar como niños sino que se nos invita a reflexionar e, inme­diatamente después, a actualizar esa fe que el Evangelio nos enseña: una invitación a ser responsables.

Empezamos la Cuaresma, la preparación al misterio más inescrutable que nos enseña nuestra fe cristiana. Es el misterio de nuestra propia vida: el crecer, morir y resucitar. Al revivir la pasión, muerte y resurrección de Cristo, volvemos a recapacitar en el verdadero sentido de nuestras vidas. Todo lo que hacemos, nuestro aprendizaje con sus penas y alegrías, todo lo que hemos logrado con esfuerzo, los fracasos que hemos sufrido y los errores que hemos cometido, todo llega a tener sentido a la luz de ese misterio de la vida que Cristo mismo experimentó. Y como adultos tenemos que ordenar nuestras vidas, volver a renovar nuestra fe, poner todo en recto camino otra vez. Para eso está el tiempo de cuaresma.

Nuestros países de Latinoamérica empezaron a crecer poco después del final de la Edad Media. Los misioneros venidos de Europa nos trajeron el cristianismo, nos enseñaron el perdón y el mandamiento del amor por encima de nuestras razas, clases sociales y diferencias. Empezaba una nueva época en Europa, aunque todavía quedaban vestigios de la Edad Media y quizás por eso en nuestras culturas quedan todavía prácticas religiosas en las que se percibe un poco de aquel miedo medieval que nos hace aterrorizarnos como niños al hablarnos de la muerte y del premio o el castigo.

Al comenzar este tercer milenio debemos responsabilizarnos con ese llamado a convertirnos constantemente, a cambiar el egoísmo en generosidad, la inmadurez en seria y adulta constancia, la apatía en activa responsabilidad. Y el Evangelio nos ayuda a encontrar esa actitud de vida que Jesucristo mismo vino a enseñarnos en carne propia.

¡Abramos nuestros oídos y nuestro corazón al Evangelio y convir­támonos, para que la Iglesia no tenga que tratarnos otra vez como niños o como bárbaros capaces de destruir nuestro mundo!