Lo que trajeron y lo que encontraron nuestros conquistadores

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: Para no ser un rinoceronte más 

 

 

La América descubierta al mundo europeo por los españoles y colonizada primeramente por España y Portugal, se configuró de una manera muy especial. Las culturas indígenas, algunas primitivas y otras altamente sofisticadas que ya existían por todo el continente, se mezclaron con la de los europeos en una fusión de razas y costumbres como no la hubo en la América del norte. Aunque siempre han existi­do abusos, y también una discriminación latente, la labor de los misio­neros trajo un nuevo estilo de vida a los nativos americanos. Se suprimieron aquellos masivos sacrificios humanos a los dioses y se enseñó un cristianismo de amor y justicia, aunque muchas veces los mismos colonizadores no fueran buen ejemplo ni de amor ni de justicia.

Los jesuitas principalmente, que respetaban la lengua y la cultura de los nativos, fueron perseguidos por aquellos europeos que sólo querían explotar las riquezas del continente. También muchos de estos misioneros fueron perseguidos y martirizados por los nativos. Sin embargo ellos evangelizaron, tanto a éstos como a los esclavos africa­nos que vinieron después. Recordemos a un Pedro Claver y a tantos otros que no sólo protegieron y defendieron a los esclavos, sino que con amor les enseñaron el cristianismo.

Hay que reconocer que hoy tenemos un continente en el que se respetan, generalmente, los principios y valores cristianos de familia, honor y respeto a los demás. Y sobre todo, donde prevalece la idea de un Dios de amor que nos ama a todos, empezando por los más sufridos.

Pero la América latina vive en constante peligro de perder su tradición y hasta su cultura de siglos. El primer peligro es el materialismo económico que afecta tanto a ricos como a pobres. Y en esto hemos sido contaminados como el resto del mundo. Los ricos viven para amasar más dinero con lujos y excentricidades que claman al cielo; los pobres tratan de suplir las necesidades básicas, pero tam­bién están contaminados con el consumismo y lo superfluo. La clase media vive sedienta de alcanzar lo que los medios de comunicación les vende como felicidad adquirida. Sólo el cristianismo nos pudiera salvar de esa desenfrenada locura que, más que deshumanizarnos, nos animali­za.

Todos somos culpables. Empezando por los que nos llamamos Iglesia y nos decimos seguidores de Cristo. No vivimos seriamente nuestra fe. Nos conformamos con «cumplir» reglas, preceptos y mandamientos. Nos quedamos con devociones superficiales que casi se convierten en supersticiones paganas. Hemos perdido el espíritu que Jesús mismo vino a enseñarnos... ¿No será por eso que nuestros jóvenes parecen no encontrar una respuesta en al cristianismo?... Nos jactamos a veces de lo bueno que somos y criticamos a los demás «pecadores»... ¿No nos recuerda esto la parábola del fariseo y del publicano?... Jesús criticó claramente a los cumplidores fariseos y nos enseñó el verdadero espíritu con que debíamos amar a Dios y al prójimo.

Ya desde el Antiguo Testamento nos llegaban los profetas que denunciaban la falta al espíritu y la esclavitud a la letra y los pre­cep­tos. Los profetas nos anunciaban la verdadera respuesta al amor de Dios y nuestra parte en el pacto de la alianza. Teníamos que corres­ponder a ese amor con un corazón de carne, con pasión y efectos prácticos, amando realmente a los demás.

Y es ese Dios del Amor que nos invita hoy día a ser responsables con nuestra fe, a llevar su reino de paz y justicia a todos esos lugares en que se vive sin esperanza. ¡Volvamos a vivir con alegría la locura y la liberación que Jesús vino a darnos como Buena Nueva!