Nuestras raíces

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

Libro: Para no ser un rinoceronte más

 

 

En este ciclo de programas dedicados a la tradición y a la cultura del continente latinoamericano, reflexionamos sobre los problemas de nuestro continente para encontrar soluciones «con todos y para el bien de todos», como decía el apóstol cubano José Martí.

El descubrimiento de América, nuestro origen histórico, nos define para el mundo europeo y nos da una identidad diferente de cualquier otro continente... ¡Somos «el nuevo mundo»!... Los misioneros trajeron el cristianismo con su clara doctrina del amor y la salvación para todas las razas y todos los pueblos. Los abusos de algunos conquistadores no pudieron opacar la claridad de esta fe que también redimía a los nativos de los abusos y de los conflictos bélicos entre ellos mis­mos.

En contraste con la América del norte, la América latina creció con la integración de las diferentes culturas y razas. Las corrientes inmi­gratorias que fueron viniendo después, especialmente de Europa, asentaron una idiosincrasia muy diferente a la de cualquier otro conti­nente. Florecieron las artes: la música latinoamericana es una prueba de este sincretismo cultural, artístico y hasta religioso. Hoy, nuestra música latinoamericana llega hasta los más recónditos rincones del planeta. Esa tradición, mezcla de razas y culturas, nos da una identidad propia que nos tiene que enorgullecer.

Sin embargo, sabemos que esta integración no ha sido fácil, ha tenido que atravesar muchos contratiempos y elementos negativos productos del egoísmo humano. Hoy, todavía algunos promueven la discriminación racial y la lucha de clases. También muchos políticos se aprovechan de los problemas sociales y económicos con fines personales de poder. Usan el odio para dividirnos y proclamar siste­mas arcaicos, que quieren convertir a todos en «diligentes» animales de una granja. Por otra parte nuestra fe religiosa se ve atacada por elementos extranjerizantes que aunque se dicen cristianos siembran división y tratan de abolir nuestras tradiciones.

Frente a esos peligros, debemos urgentemente volver a revisar nuestras raíces históricas. Hoy nuestros misioneros, valientes hombres y mujeres, laicos o religiosos, siguen dedicados a evangelizar con ese amor que promueve la justicia. ¡Todavía esa fe está produciendo mártires!

La Iglesia Católica se ha identificado siempre con los más sufridos y con los pobres. Aunque en la historia nuestra Iglesia a veces también se ha contaminado, hoy sigue aplicando el Evangelio de Cristo a nuestro mundo tan necesitado de redención. La primera encíclica de nuestro Papa Benedicto XVI, va directamente a orientarnos en búsque­da de soluciones. No podremos crecer a menos que encontremos una justicia basada en el amor, porque «Dios es Amor».

Tenemos que proclamar con fuerza ese cristianismo que nos une racial y culturalmente. Esa fe nos ayuda a seguir buscando soluciones con un amor valiente que disipe las tinieblas de la corrupción política y las injusticias sociales.

Nuestra cultura latinoamericana multirracial y católica (que significa universal), nos tiene que reunir a todos en un solo espíritu de familia, de fraternidad entre países, con nuestras devociones populares y nuestras tradiciones de siglos. Y así, con esa identidad tan especial que nos une a todos, seguiremos abriendo los brazos para recibir a los que vengan de buena voluntad, de cualquier religión y raza, a seguir desarrollando un continente único y lleno de esperanza.