Una luz en el horizonte

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

 

 

Los antiguos navegantes encontraban su rumbo siguiendo los astros en el mar. La evolucionante tradición de nuestro cristianismo en la historia ha siempre reconocido a nuestra Madre del cielo como “Estrella de los Mares”. Esa estrella nos guía hacia el norte como esperanza en el oscuro horizonte.
 
Con una salutación a María nuestro Papa Benedicto XVI ha querido terminar su segunda encíclica recordándonos ese himno de hace más de mil años donde la Iglesia , proclamaba a María, la Madre de Dios, como “estrella del mar”: Ave maris Stella. Ella siempre brilla en la noche de nuestra vida.
 
 La vida humana es un camino. ¿Hacia qué meta? ¿Cómo encontramos el rumbo? La vida es un viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso, un viaje en el que escudriñamos los astros que nos indican la ruta. Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza. Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre las tinieblas de la historia. Pero para llegar a Él necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía. Y ¿quién mejor que María podría ser para nosotros estrella de esperanza? Ella que con su ‘sí’ abrió la puerta de nuestro mundo a Dios mismo; Ella que se convirtió en el Arca viviente de la Alianza , en la que Dios se hizo carne, se hizo uno de nosotros, plantó su tienda entre nosotros.
 
A veces nos hemos distraído con devociones populares a María que rayan con la superstición y se quedan en lo sentimental y superficial. El Santo Padre nos refresca la fe con la profundidad teológica de nuestra Madre del cielo y madre de Dios. María no es sólo la bella imagen que hemos colocado en un santuario. María no es una leyenda piadosa. Ella es la realidad esperanzadora de cada uno de nosotros. Ella le dijo que “si” a Dios, por lo tanto es nuestro modelo de fe y esperanza. Siguiendo el ejemplo de María, cada uno de nosotros tenemos que decir “sí” al Señor cuando Él nos llama y nos envía en misión. Ese “sí” a rechazar el mal y hacer el bien constantemente, cueste lo que cueste. El “sí” de María la entregó incondicionalmente a Dios en su historia de la salvación.
 
A pesar de esas oscuridades de la historia, como nos recuerda el Santo Padre, la devoción a María en todos los pueblos y en todos los tiempos, nos ha guiado a través de los mares. Hoy en día, aquella jovencita judía invitada por Dios para ser su madre, es representada por todas las razas y culturas del mundo. Así María aparece con rasgos asiáticos en los países asiáticos, con rasgos indígenas latinoamericanos, como ella misma se representó, la Guadalupe , en el poncho de Juan Diego. María es también es representada negra en los países africanos. A pesar de las joyas y coronas con que las culturas europeas vistieron a aquella virgen María rubia y de ojos claros, en las representaciones pictóricas, nuestra madre, madre de toda la humanidad, sigue siendo aquella sencilla jovencita judía que recibió a Dios en sus entrañas.
 
Benedicto XVI termina su encíclica dirigiendo una plegaria a María: “Por eso tú permaneces con los discípulos como madre suya, como Madre de la  esperanza. Santa María, Madre de Dios, Madre nuestra, enséñanos a crecer, esperar y amar contigo. Indícanos el camino hacia su reino. Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino.
 
¡Estrella de los mares, cuyos reflejos a mis ojos de niño resplandecieron…!