¡No Amor allá en las nubes!

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

 

 

Si hay algo clave en la doctrina cristiana es la idea del amor en servicio. No podemos concebir nuestra fe sin entender el pasaje del Evangelio de San Mateo sobre el Juicio Final. Todos y cada uno seremos juzgados por cómo amamos o no amamos a los demás. Pero no con un concepto etéreo y ficticio del amor, sino con un concreto amor en ayuda y servicio a los demás.
 
Como si fuera poco, Jesucristo se pone en lugar de cada uno de aquellos a quienes ayudamos, o no ayudamos. ¡Tremenda responsabilidad! Más todavía, Cristo mismo nos enseñó en su propia carne, en medio de su persecución, sufrimientos y su propia muerte, que debemos de amar a nuestros enemigos. Ahí está el punto que cambió la historia, la manera de pensar puramente humana y entrar en la nueva y trascendental dimensión de lo sobrenatural. Este es el ideal cristiano que todavía tenemos que seguir desarrollando e implementando empezando por nosotros mismos. ¿Ideal inalcanzable?
 
Hoy, 2000 años después, nuestro guía espiritual universal, el Papa Benedicto XVI nos vuelve a recordar y a definir la aplicación de nuestra fe en los retos que el mundo nos sigue proponiendo. En su encíclica sobre la esperanza, el Santo Padre nos vuelve a aclarar lo que significa el amor cristiano. Este amor está fundado en el encuentro liberador de cada uno con ese Dios omnipotente de la creación y de la vida, pero también Dios personal que nos invita a amarle y corresponderle. Sin embargo, ese amor, a la vez, debe ser compartido con los demás en servicio práctico.
 
Las palabras del Papa en su encíclica son un escándalo en el egoísta mundo de hoy: “Del amor a Dios se deriva la participación en justicia y en la bondad de Dios hacia los otros; amar a Dios requiere la libertad interior respecto a todo lo que se posee y todas las cosas materiales: el amor de Dios se manifiesta en la responsabilidad por el otro.” ¡Qué doctrina tan absurda, si sólo vivimos para lo material! Sin embargo, es la misma doctrina que conquistó pacíficamente al poderoso pero decadente Imperio Romano. Los apóstoles llevaron esta enseñanza de Cristo, como dice San Pablo, que eran escándalo para los judíos y absurdo para los gentiles griegos y romanos.
 
Nuestro mundo de hoy, no menos decadente, violento y egoísta, tiene, por fuerza que escandalizarse también con este ideal cristiano. Ese amor es incomprensible en un mundo sin Dios dominado por el odio, el hambre de poder y el dinero, donde “amor” sólo se concibe como placer sexual, animal y egoísta sin responsabilidad alguna, ni siquiera intimidad. Esta doctrina del amor en bondad, comprensión y servicio a los demás tiene necesariamente que escandalizar a los sin Dios. Por otra parte, los “religiosos” fariseos de hoy, dignos descendientes de los que se escandalizaban con Jesús, incapaces de amar, listos siempre a juzgar y condenar a los demás, también tienen que escandalizarse al oír esta doctrina.
 
El Papa Benedicto XVI en su encíclica nos recuerda a San Agustín en sus Confesiones para explicarnos esta maravillosa conexión entre el amor a Dios y el amor a los demás: “Aterrado por mis pecados y por el peso enorme de mis miserias, había meditado en mi corazón y decidido huir a la soledad. Mas tú, Señor, me tranquilizaste, diciendo: ‘Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para él que murió por ellos’ ”.  Este pensamiento de Agustín estaba inspirado de una de las cartas de San Pablo a la comunidad de los Colosenses. (2 Col. 5,15). Cristo murió por nosotros. Vivir para él significa dejarse moldear para ser un activo ser humano y espiritual entregado a los demás. ¡El Papa nos invita a pensar! ¡Adiós a un cristianismo pasivo, débil y mediocre!
 
¡Siempre habrá esperanza donde haya hombres y mujeres que entiendan de corazón esta doctrina y la pongan en práctica con valentía, pasión!