En la antigüedad no había esperanza

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

 

 

Conviene repasar la historia para comprobar que antes de Cristo no existía la esperanza. La civilizaciones antiguas con religiones de profundas filosofías y mitos de extraordinaria riqueza, no hablaban de esperanza. Gilgamesh, el héroe mesopotámico del primer poema escrito en la historia, termina frustrado su búsqueda a la inmortalidad llorando y gritando: “sólo los dioses pueden gozar de la felicidad, nosotros, los humanos, estamos condenados a sufrir y a morir”.

Los griegos nunca pudieron explicar los injustos y desproporcionados castigos a Edipo, Prometeo o Electra, caprichosamente infligidos por sus dioses. Roma heredó la sofisticada, pero vacía, religión de los griegos.

Es San Pablo quien recuerda a los efesios en su carta, que antes de su encuentro con Cristo no tenían en el mundo ni esperanza ni Dios. Nos dice Benedicto en su encíclica: “Naturalmente él (Pablo) sabía que habían tenido dioses, que habían tenido una religión, pero sus dioses se habían demostrado inciertos y de sus mitos contradictorios no surgía esperanza alguna. A pesar de los dioses, estaban ‘sin Dios’ y por consiguiente, se hallaban en un mundo oscuro, ante un futuro sombrío”.

Esta visión positiva de esperanza venía del pueblo judío, que había “encontrado” al único Dios bueno y misericordioso que a pesar de las infidelidades de sus criaturas humanas, siempre perdonaba y daba otra oportunidad. Fue aquel Dios “desconocido” que Pablo predicó en la Acrópolis de Atenas: un Dios de amor, inconcebible en aquellas civilizaciones antiguas.

Los primeros discípulos de Cristo llegaron a Roma esparciendo la “buena noticia” de su Maestro. La esperanza aparecía entonces “como elemento distintivo”: los cristianos tenían un futuro. No era que conocían los pormenores de lo que les espera, pero sabían que su vida, en conjunto, no acababa en el vacío. Sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero también el presente”.

Esta convicción de los primeros cristianos cambió la historia del mundo. Los discípulos de Cristo llevaron este mensaje al poderoso Imperio Romano iniciando la mayor revolución pacífica que registra la historia. Nunca hubo violencia ni imposición de parte de aquellos cristianos. Al contrario, los primeros cristianos fueron perseguidos y echados a los leones en los circos romanos. Su fe, cantada con alegría y esperanza, producía que algunos espectadores se tiraran también a ser despedazados por los leones. Así lo recuerdan los mismos historiadores romanos. La fe cristiana, increíblemente, llegó a extenderse a todas las clases sociales con su mensaje de esperanza en la salvación.

“Según la fe cristiana,” nos dice el Papa, “la ‘redención’, la salvación no es simplemente un dato de hecho. Se nos ofrece la salvación en el sentido de que nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva a una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino…. La puerta oscura del tiempo, del futuro, se había abierto de par en par”.

Esta era la esperanza de los mártires, la esperanza cristiana, que Benedicto XVI en su encíclica, nos invita a reavivar en este confuso mundo de hoy.

Sigamos reflexionando en la esperanza…