¿Pero, no es el perdón humanamente injusto?

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

 

 

Pues sí, humanamente la justicia humana necesita del premio y del castigo. Hasta psicológicamente, dicen los entendidos, el niño al cometer algún error, espera internamente un castigo de sus padres. La humanidad entera caería en el caos si no hubieran leyes que facilitaran los derechos en equilibrio con los deberes. Los tribunales tratan de proveer justicia para defender a las víctimas de abusos y promover esos derechos y deberes de todos por igual. Se juzga también la intención de la persona al cometer la falta, si fue con toda intención o si fue producto de las circunstancias.

 

Hoy nos horroriza pensar en la famosa ley del Talión que Moisés dio a su pueblo en el desierto. Sin embargo, el “ojo por ojo y diente por diente” es una ley tremendamente justa. No se dice ojo por cabeza, ni dedo por un brazo. El castigo debe ser proporcional a la falta. Es de justicia reponer lo que se ha dañado. La ley del pueblo judío era única y profundamente justa en comparación a las leyes arbitrarias de todas las civilizaciones de su época donde las figuras de poder elaboraban sus caprichos imponiéndolos a los demás.

 

Y entonces vino Jesucristo hablándonos del perdón. Si todavía alguien dudara de que él era Dios, sólo el hecho de haber proclamado el perdón lo sacaría de dudas.

 

El perdón es humanamente absurdo e injusto. Sin embargo, es lo único que realmente nos distingue de los animales. El perdón no es natural…, ¡es sobrenatural! Solamente se puede entender a la luz de un nivel espiritual y trascendental.

 

Hoy que existe tanta injusticia en el mundo, injusticia personal, familiar y social, se cree en la venganza como si fuera una ley común. Hoy que los sistemas económicos abusan, ignoran y oprimen a clases sociales enteras. En un mundo injusto en que los derechos humanos a la vida, a la libertad de expresión, a la educación y al desarrollo personal, se pasan por alto y nos dejan a todos víctimas de los caprichos arbitrarios ya sean de un dictador, como de las elites poderosas. En medio de este mundo injusto en que nos movemos entre tanta gente deshumanizada, ¿cómo podemos interpretar el perdón de que nos habla Jesús?

 

Sin embargo, Jesús también nos habla de justicia, pero una justicia a largo plazo. Cuando nos habla del Juicio Final, aclara cómo seremos juzgados. Y Cristo nos enseña algo insólito. ¡Cada vez que le hicimos bien o mal a los  demás se lo estábamos haciendo a él mismo! ¡Tremenda declaración!

 

Ahora, Jesús fue tremendamente comprensivo con los pecadores, la adúltera, los publicanos: Mateo a quien llamó como apóstol y a Zaqueo, a quien bajó del árbol. Su parábola del hijo pródigo, una de las más revolucionarias y significativas de toda su predicación ya nos confirma la misericordia y el perdón del Padre.

 

Y es el mismo Jesús que nos enseña en su oración del Padre Nuestro el deber de todo cristiano de perdonar a los que nos ofenden. Ahí el verdadero salto de la animalidad a la trascendencia de ser hijos de Dios.

El perdón, por difícil  e injusto que pueda aparecer, debe de ser nuestro ideal hacia donde tenemos que tender. No hay cabida para la venganza. El perdón nos librará de nuestra mezquindad y estrechez de mente humana, y nos llevará a alturas espirituales por encima de nuestros límites humanos.

 

Allí entenderemos verdaderamente el propósito de la vida, nuestro destino                        

eterno, la verdadera felicidad.

 

Reflexionando y meditando en esta Cuaresma, en el perdón tendremos la señal más clara de que estamos entendiendo las enseñanzas de Cristo y el misterio de su vida y presencia permanente entre nosotros.