Amarrados al péndulo

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

 

 

Es común  interpretar la historia sujeta a la ley del péndulo. Aparentemente los movimientos históricos se suceden siguiendo el movimiento de un péndulo que se desplaza de un extremo al otro. Quizás esa llamada ley tiene algo de verdad. Hemos experimentado tantos virajes de un lado para el otro que ya nada nos turba, nada nos espanta, como diría nuestra gran Teresa de Avila. A muchos les basta simplemente esperar con paciencia que el péndulo oscile hacia el otro lado.

 

Pudiéramos interpretar esta ley del péndulo con visos de fatalismo, como si el péndulo estuviera colgado de un punto estático e inmóvil. Sin embargo, tal parece que ese punto, a su vez, va moviéndose ascendentemente. Quizás podemos interpretar los movimientos del péndulo bajo la luz de la dialéctica marxista de tesis, antítesis, síntesis… Así vemos que la síntesis de cada oscilación no ha permanecido en el mismo lugar. El punto ha ascendido.

 

Aunque se vea que cometemos los mismos errores en nuestros “bandazos” históricos de izquierda a derechas, vemos que indudablemente hemos progresado ascendentemente. Pierre Teilhard de Chardin nos habla de un proceso de personalización. Los seres humanos vamos creciendo en conciencia a través de la historia, quizás imperceptiblemente. En realidad, a pesar de que seguimos con el peligro de retroceder a la animalidad, dejándonos llevar de nuestros instintos egoístas, en verdad hemos crecido en sensibilidad y conciencia a lo largo de la historia humana.

 

Ahí no podemos caer tristemente en la creencia de que siempre seguimos igual, que no aprendemos ni progresamos. Si cometemos errores, gracias a  ellos podemos aprender y mejorar. Si oscilamos entre un extremo o el otro, podemos prever sin asustarnos, que la naturaleza humana no está sujeta a su negativa destrucción, se va transformando poso a poco en algo mejor.

 

Esta visión es netamente cristiana. Nuestra fe cristiana no es fatalista y eso nos distingue de tantas otras filosofías y religiones en la que la esperanza no existe. La esperanza cristiana ya había aparecido en la historia del pueblo judío escrita en el Antiguo Testamento de la Biblia. Frente a las creencias de los mesopotámicos, de los griegos, de los egipcios y de todas la filosofías orientales, el cristianismo aparece con una insólita visión positiva de la vida.   

 

 Hoy muchos pueden caer en la trampa de volverse negativos y hasta cínicos. Por supuesto tenemos muchas razones para cerrarnos al futuro cayendo en la pasividad. La opción a la esperanza cristiana es la única que nos puede salvar de esa actitud estéril. Esta actitud cristiana no es infantil ni escapista. La esperanza cristiana reconoce y acepta la realidad. No se basa en la fantasía, sino en la fe de una realidad superior y trascendente que nos anima por encima de lo negativo. Nuestro egoísmo personal y social nos aplasta y nos desanima si no tenemos fe.

 

Si vivimos tristemente moviéndonos con el péndulo de un lado para otro sin darnos cuenta de que estamos también subiendo, llegamos a un aburrimiento insoportable. Nuestra fe también nos enseña que nosotros colaboramos y participamos de ese movimiento ascendente

 

El Espíritu nos inspira constantemente. Esa llama viva de inspiración que todos tenemos en lo profundo del corazón, nos llama siempre al ánimo y a la acción. ¡No andemos apagados! ¡Llenémonos del fuego de esa llama viva del Espíritu!