Una invitación a la cordura

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

 

 

La cordura se nos viene definida con sinónimos de prudencia y juicio. Reflexionando como estamos sobre conceptos universales los cuales nos unen a todos como humanidad, tenemos que hablar de la cordura.

 

Los problemas actuales que están escalando a proporciones espeluznantes, nos obligan a pensar en soluciones participadas por todos los seres humanos. Estamos cansados, por una parte de las divisiones y fronteras que hemos creado entre unos y otros, por otra parte de movimientos adolescentes en que nos promueven un relativismo y positivismo en los que todo está permitido. Tanto una posición como la otra no resuelven nada pues nos seguimos dividiendo, faltándonos el respeto, discriminándonos, lo peor, matándonos unos a otros.

 

Los “separatistas” del primer grupo parecen resistirse a la historia y a la experiencia humana. A este grupo pertenecen los que se aferran a sistemas políticos y económicos, tan comunes en Latinoamérica, que siguen ignorando la injusticia y los contrastes entre ricos y pobres. 

 

Los que proclaman el relativismo caen también en el mismo desastroso cauce. Es más, el relativismo ético parece ser la filosofía de aquellos que justifican todo para obtener su propio beneficio. ¿Y dónde está la cordura en todo esto?

 

El egoísmo humano quiere justificar todos los abusos con una moral relativa y acomodaticia, la falta de valores y principios. Nos han pintarrajeado a la ley, con modernos cosméticos, para que aparezca como una gran diosa hecha a imagen y semejanza de sus egoístas creadores.

 

Hemos sacado a Dios de nuestra civilización occidental, nos advierte el Papa Benedicto XVI. Muchos quieren proponernos soluciones positivistas que destruyen las sociedades y las instituciones logradas por tantos siglos de historia y experiencia. La dignidad de la persona humana cae desmoronada, al faltarle una base de verdad y de fe por encima de nuestras bajas pasiones.

 

Y volvemos otra vez en defensa del cristianismo que a pesar de los movimientos históricos ha basado nuestra civilización en la dignidad de la persona humana, el derecho a la libertad, al desarrollo humano social fundamentado en la familia, la igualdad del hombre y la mujer.

 

Sólo el cristianismo nos habla de cordura, de prudencia y juicio sensible y respetuoso. En medio de las pasiones exageradas de grupos que dividen y corroen con novedosas pero siempre violentas teorías mundanas.

 

Afortunadamente todas estas teorías pasan efímeramente y se destruyen unas a otras, no sin dejar de hacer daño a tantos confundidos.

 

Egoístamente quizás, los cristianos no deberían de preocuparse y solamente esperar que pasen esos vientos de borrasca como tantos otros han pasado. Pero, ¿no sería una cobardía esperar sentados a que se siga destruyendo la humanidad? Dios nos salvará, dirían muchos sin alterarse. Y sí, Dios nos salvará, pero ese Dios de nuestra fe cristiana nos invita, casi nos exige a participar en su “programa” de salvación. Así le pidió a Moisés que fuera él quien guiara a su pueblo a través del desierto. Así mismo llamó a los profetas para que despertaran las conciencias, así invitó a María a ser la madre del Mesías. Los apóstoles, humanos y con defectos, fueron enviados a llevar la buena nueva al mundo entero.

 

Hoy la llamada nos llega a nosotros. Una llamada a la cordura y al buen juicio. Nos toca responder con ánimo a las exigencias del Tercer Milenio mirando siempre al futuro.