¿Un Dios cruel y vengativo?

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

 

 

Para aquellos confundidos que todavía creen que Dios es cruel y vengativo, les invitamos a repasar la lectura del Evangelio del pasado  domingo IV de Cuaresma: la parábola del hijo pródigo. En estos tiempos en que algunas religiones monoteístas proclaman un dios que exige la violencia en contra de los no creyentes, es bueno reflexionar sobre esta increíble parábola en que Jesucristo nos explica quién es ese Dios único.

 

Pero no sólo culpemos a aquellos que no son cristianos por ese falso concepto de Dios. Muchos cristianos e inclusive católicos viven con miedo a Dios y viven temiendo la venganza de Dios por sus propias infidelidades. Otros tantos, por sus debilidades y desvaríos han echado a Dios a un lado. Muchos, tibios, se dan por vencidos a la exigencia de  una fe que invita a crecer con responsabilidad en constante lucha contra el egoísmo. Parece que es más fácil no creer en Dios…

 

Quizás algunos equivocan el significado de la frase “temor de Dios” para justificar su miedo. Temor de Dios en la Biblia se traduciría mejor como “respeto, admiración y fidelidad” a ese Dios que nos ama y quiere nuestro bien. No nos olvidemos  tampoco que la única forma de convertir a los bárbaros que invadieron a Europa, era metiéndoles miedo a un Dios que los castigaría por sus “barbaridades.” Hoy algunos en la Iglesia ante las barbaridades del mundo moderno, creen que se debe de enseñar a un Dios castigador y estricto, incapaz del amor y la comprensión, sólo interesado en que se cumplan sus leyes. ¡Estrategia equivocada y falsa a los ojos de Dios!

 

Para todas esas desviaciones, tenemos siempre esta apabullante parábola del hijo pródigo. Es como si Jesús nos quisiera sacar de dudas de una vez y para siempre sobre quién era su Padre y nuestro Padre. Leyendo con detenimiento esta parábola nos hacen impacto algunos detalles. Primero, que el hijo en cuestión era un verdadero malvado y malagradecido. En la tradición antigua, que un hijo pidiera a su padre en vida la parte que le tocaba en herencia, significaba desearle su muerte. Segundo, el padre en la parábola respeta la libertad del hijo malo cuando bien podía haberlo castigado y echado de la casa sin nada. Cuando el hijo pródigo regresa, no con un sincero arrepentimiento sino porque tenía hambre, el padre no lo va a buscar, volviendo a respetar su libertad. Sin embargo, el padre lo esperaba todos los días mirando al horizonte. Y cuando lo vio, viejo como estaba, corrió a su encuentro. Casi no lo deja hablar, se le tira al cuello y lo besa, el beso del perdón. Sin echarle ni un regaño, con alegría, manda que se celebre una gran fiesta, porque su hijo estaba perdido y ha sido encontrado…

 

Como sabemos hay una segunda parte de la parábola, que se refiere al otro hijo que con rencor y envidia no quiere perdonar. Ese hijo mayor que se suponía bueno, aparentemente respetuoso de su padre, se había dejado llevar por su egoísmo y orgullo. Sin embargo el padre sale a buscarlo fuera cuando no quería entrar en la fiesta, y lo invita a perdonar a su hermano y a celebrar su vuelta a la vida de familia.

 

¿Qué más nos hace falta para conocer a ese padre que el mismo Jesús nos describe? ¡Ese es nuestro Dios Padre, ni cruel ni vengativo, y lejos de ser un dios de violencia! El es Dios de amor y de perdón que ya en el Antiguo Testamento imploraba a su pueblo que correspondiera a su amor siéndole fiel.

 

El Santo Padre Benedicto XVI en la homilía de ese domingo pasado les explicó esta parábola a jóvenes delincuentes que cumplen condena en una penitenciaría de Roma. ¡Qué ocasión tan linda para hacernos reflexionar a todos en esta Cuaresma!