¡Liberados del mal!

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

 

 

Después de haber pasado por el oscurantismo de la Edad Media, cuando se nos predicaba un espíritu del mal, el demonio, con poderes casi tan fuertes como los de Dios, el Renacimiento nos trae un nuevo horizonte para vivir el cristianismo. 

Ignacio de Loyola elabora un método, sus Ejercicios Espirituales, que le valieron persecución y hasta el presidio bajo la Inquisición en Salamanca. Ignacio entiende la espiritualidad cristiana con un dinamismo y frescura revolucionarios para su época. Sin embargo, esta espiritualidad está de acuerdo con las ideas humanistas y renacentistas que ya se extendían por toda Europa. El maniqueísmo de la Edad Media, consideraba pecado a todo lo mundano y “corporeo” . La mujer se definía como “ianua diavoli”, puerta del demonio y los infiernos. El Renacimiento devuelve la dignidad al hombre y a la mujer en el papel de colaboradores de Dios en la evolutiva creación.  

Ignacio va descubriendo para ese mundo la sustancia y la actitud que nos había enseñado el mismo Cristo en los evangelios. Pero Ignacio va primero a l encuentro personal con ese Cristo, amigo, hombre, enviado de Dios con un mensaje, hijo de Dios, ¡Dios mismo! Ignacio, que conoció muy de cerca la corrupción de la Iglesia de entonces, controlada políticamente por las familias de poder, no reacciona emocionalmente como hizo Lutero. Ignacio permanece fiel a la Iglesia y con otros hombres y mujeres cristianos comprometidos, busca una reforma desde dentro de la Iglesia. 

Esta reforma tenía que venir de ese encuentro personal con Cristo. Cambios sociales, políticos y religiosos se quedarían inútiles si no había una transformación del corazón de cada uno. ¡Conviértete y cree en el evangelio! De ahí se fundamentarían verdaderas comunidades cristianas y  la Iglesia volvería a estar fundamentada en Cristo y en su mensaje. Ahí estaba la genialidad de Ignacio con la espiritualidad de sus Ejercicios.  

Los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola estaban diseñados para facilitar una liberación interior. Las sucesivas decisiones durante los Ejercicios aseguran una consciente entrega a Cristo y su mensaje.

Sin embargo, Ignacio respetaba la libertad del individuo. Varias veces en los coloquios y en las oraciones después de la contemplaciones y meditaciones, Ignacio invitaba al ejercitante a orar para poder decidir y escoger el bien. Como sabía lo difícil que era seguir el camino de Cristo, Ignacio le daba oportunidad al individuo hasta de pedir el deseo de hacerlo. La elección por el Reino de Cristo tenía que hacerse libremente. 

Ya con esa decisión madurada y realista, el individuo se había liberado del mal y se comprometía a seguir el bien. 

En este mundo de hoy, en que se habla mucho, pero que parece que todo se queda en palabras y consignas, nos intriga otra vez la espiritualidad de Ignacio de Loyola. Nuestra Latinoamérica, continente de esperanza, que vislumbra un nuevo Pentecostés, necesita de una espiritualidad para cambiar personalmente a los individuos. Esa espiritualidad debe estar centrada en Cristo y en una entrega personal a su reino de paz, justicia y de amor. Vivimos un nuevo Renacimiento que vendrá después del oscurantismo del presente donde el mal, el odio, la violencia, la corrupción, la vanidad y la apatía de tantos que han hecho del consumismo una religión sin Dios, sólo una renovación de nuestra fe nos puede abrir ese nuevo horizonte que tanto necesitamos.  

Pero no cantemos victoria, pues todavía tenemos que vivir en una situación ambigua. Seguiremos en la próxima reflexión.