¿Cómo reconocer el mal interior?

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

 

 

Dábamos el contexto en el que Ignacio de Loyola, nos dejó una de las contribuciones más importantes en la historia del cristianismo. Noble español, nacido en 1491, el año anterior al descubrimiento de América, Ignacio vivió como eslabón entre la mentalidad Medieval y el Renacimiento. Este ya despuntaba en toda Europa con nuevas ideas, aunque la espiritualidad cristiana parecía haberse detenido en la Edad Media. Un mundanismo afectaba a todos y la religiosidad se quedaba casi siempre entre  el miedo a la muerte y el temor al infierno. Sin embargo, esto no detenía a los poderosos a usar la religión para su ambición política personal.

El pueblo, por otra parte, analfabeto e ignorante, era catequizado masivamente por medio de los vitrales y frescos en las catedrales de la época. Esta catequización se resumía usualmente al castigo y al miedo. Basta ver las imágenes aterradoras del juicio final y el infierno, inclusive ya avanzado el Renacimiento, que dominaban en las bóvedas de los templos. La Inquisición, por otra parte, utilizada como arma política y de poder, parecía estar concentrada sólo en la caza de herejes e infieles.  

Tal parecía que la única manera de ser santo era escapar al monasterio, lejos del mundo y del pecado. Ese era el ambiente de espiritualidad cristiana que fue también exportado de Europa a nuestras tierras de la América en los comienzos del siglo XVI.  

Ignacio de Loyola inició su espiritualidad también con esa mentalidad medieval de Tomás de Kempis, huir, escapar del mundo y sus tentaciones. Sin embargo, Ignacio, experimentó un proceso de crecimiento en conciencia desconocido para su época. Después de su conversión y de su peregrinaje al santuario de Monserrat, Loyola se refugia no lejos de allí, en la cueva de Manresa. En ese período de casi ermitaño, comienza a conocer a un Dios personal que se le revela en sus tres aspectos: como Padre, como Jesucristo y como Espíritu Santo. A través de ayunos y penitencias dignas del Medioevo, empieza a conocer ese maligno mal interior egoísta que quiere apartarlo de ese Dios que se le estaba revelando.  

Ignacio escribe sus experiencias y confecciona los Ejercicios Espirituales que nos ha dejado en la historia como un testamento para los tiempos modernos. Por primera vez en la historia se usaba la psicología en el proceso de conocerse internamente para llegar a Dios. Ignacio nos deja hasta reglas para reconocer las fuerzas del bien y del mal, no tan fáciles de detectar en la vida diaria. Los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola nos abren un mundo hasta entonces desconocido. Primero nos facilitan un encuentro total con Dios donde la figura central es Cristo. Enseguida Ignacio nos lleva a una aventura con ese Cristo a través de los evangelios para entender su mensaje práctico de vida.  

Después, los Ejercicios nos conducen a tomar libremente decisiones sobre nuestra vida futura. El encuentro con Dios debe ser una experiencia individual y personal, pero en medio del grupo social, la Iglesia, que como Cuerpo Místico de Cristo nos ayuda a crecer y comprometernos a llevar su mensaje de salvación al mundo entero. No hay ya nada del fatalismo medieval en la espiritualidad de Ignacio de Loyola, aunque a veces él use frases y conceptos de aquella época. Ignacio en Roma es ya un hombre del Renacimiento, con un humanismo fundamentado en Cristo y en los Evangelios. 

En medio de aquellas creencias maniqueas y heréticas, donde todo lo del mundo era pecado y del espíritu maligno, Ignacio nos libera ya en su “Principio y Fundamento” de los Ejercicios. Podemos usar de todas las cosas creadas “tanto en cuanto” nos ayuden para el fin a que hemos sido creados. 

Sigamos descubriendo cómo Ignacio de Loyola desenmascara el mal egoísta dentro de nosotros mismos.