El camino de lo positivo.

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

 

 

Hemos estado definiendo una actitud de vida que nos ayude a reconciliar personal y socialmente los polos opuestos de la vida humana. Sabemos que estamos llamados a hacer el bien porque nos sentimos en paz interiormente cuando rechazamos el egoísmo destructivo que nos inclina a hacer el mal. Nuestra conciencia nos desafía constantemente a seguir desarrollándonos como personas.

Sin embargo, no es tan fácil, escoger libremente entre el bien y el mal. En la vida real nuestro siempre vivo egoísmo sigue jugando con cada uno de nosotros. Cuando creemos que ya somos conscientemente maduros, podemos caer otra vez en las garras del mal. Quizás esto nos ocurre para que nunca nos creamos que ya somos perfectos y nos achantemos. Lo maravilloso de la fe cristiana es que nos mantiene siempre vivamente empeñados en un constante crecimiento de conciencia.

A Cristo lo odiaron los fariseos porque él desenmascaró su hipocresía y su manera superficial de cumplir la ley sin espíritu. Esa actitud de vida hacía a los fariseos creerse mejores que los demás y conformarse pasivamente en una mal llamada espiritualidad. Aparentemente cumplían la ley y los mandamientos, pero en lo interior estaban muertos a la vida. Por su puesto, la falta de humildad, la arrogancia y la soberbia de los fariseos, hacía a Cristo pronunciar las únicas críticas que él profirió y sus constantes ataques a esa actitud tan negativa. Cristo siempre tuvo las palabras más tiernas y comprensivas para los pecadores, sin embargo parecía no soportar aquél pecado de soberbia y actitud de terquedad e incomprensión a los demás.

La espiritualidad cristiana es un constante crecer, tanto en conciencia como en humildad. Es una aventura dinámica en constante desarrollo. Por eso el cristianismo nos sigue trayendo esa fórmula única de vida con sentido en el mundo de hoy y que nos ha salvado a través de la historia.

Sabemos por experiencia que no existen fórmulas fáciles para afrontar la vida y el ser humano, aunque sometido a los instintos, puede liberarse como ser racional de esos mismos instintos compartidos con los animales.

El ser humano, a diferencia de los animales, está llamado a la libertad de la razón y a trascender por encima de esos instintos a dimensiones inimaginables. Confirmamos en la historia, los logros en los que el ser humano ha sometido a muchas fuerzas de la naturaleza, y ha inventado maravillas insospechadas por los antiguos, desde desafiar la fuerza de gravedad y ser capaz de volar, hasta descubrir en la misma naturaleza remedios para la salud.

Muchas doctrinas religiosas niegan obtusamente los descubrimientos de la ciencia y los progresos de los seres humanos. Esa actitud negativa nos viene muy de atrás. Ya desde lo antiguo, se creía que los dioses castigaban a los seres humanos cuando se atrevían a desafiarlos. Prometeo fue castigado al darle el fuego a los humanos. Parecía que los dioses estaban celosos de los humanos y envidiaban sus progresos.

El cristianismo nos reveló a un Dios que por el contrario ayudaba a los humanos a progresar y hasta colaborar con él.

La humanidad entera se ha desarrollado en la historia con la ciencia y la creatividad de los humanos. Sin embargo, tristemente parece ser que no ha crecido proporcionalmente en su espiritualidad interior. En nuestra reflexión sobre el bien y el mal, revisemos en el pasado los también notables logros de aquellos que se han enfrentado valientemente a ese mal interior del ser humano.