El rostro de la Síndone

Autor: Emilio de Armas

 

 

La fe en la resurrección de Jesucristo es la piedra fundamental del cristianismo. Y esta fe, precisamente por serlo, no debe ni puede sustentarse en prueba alguna.

Sencillamente, se cree o no se cree en la resurrección del Crucificado, y se es o no se es cristiano.

En la mañana de la Resurrección, las mujeres que habían venido con Jesús desde Galilea fueron al sepulcro del Maestro, y lo hallaron vacío, “y volviendo del sepulcro, dieron nuevas de todas estas cosas a los once” discípulos, y a todos los demás. (S. Lucas: 24, 9.) Y Pedro y Juan corrieron al sepulcro, pero Juan “corrió más aprisa que Pedro, y llegó primero… Y bajándose a mirar, vio los lienzos puestos allí, pero no entró. Luego llegó Simón Pedro tras él, y entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos allí, y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte”. Entonces entró también Juan, “y vio, y creyó”. (S. Juan: 20, 1-10.)

Nada más se sabe de aquellos lienzos sepulcrales que envolvieron el cuerpo de Jesús, hasta que en el siglo XIV comienza a venerarse en Europa un sudario, traído posiblemente de Constantinopla, que para muchas generaciones de cristianos ha sido, y sigue siendo, la Sábana Santa de la que Jesús se desprendió al resucitar. Hoy es ampliamente conocida la historia de cómo las primeras fotografías del sudario, tomadas a finales del siglo XIX por el italiano Secondo Pía, revelaron en el lienzo el impresionante rostro del hombre amortajado por la tela, un rostro que podría ser el milagroso retrato de Jesús de Nazaret, redescubierto casi 20 siglos después.

Desde el descubrimiento de Secondo Pía, el vertiginoso desarrollo de la ciencia en el siglo XX ha tenido que ver, una y otra vez, con las enconadas polémicas que se han desarrollado en torno de la Sábana Santa, o Síndone. En 1988, tres laboratorios (Oxford, Zurich y Arizona) analizaron fragmentos de lino tomados de la Sábana, y llegaron a la conclusión de que el tejido no podía ser anterior al siglo XIV, lo cual descalificaba su condición de reliquia. Esta aparente conclusión, sin embargo, fue refutada poco tiempo después, al demostrarse, al menos teóricamente, que las exposiciones a la intemperie, al calor, al humo e incluso al fuego, sufridas por la Síndone a lo largo de varios siglos, podrían haber alterado considerablemente el contenido de C-14 en la tela, de tal modo que la datación que le fue atribuida en 1988 sería errónea. A partir de este planteamiento, se han realizado nuevas investigaciones científicas, que han aportado nuevos y aun más impresionantes descubrimientos acerca de la Síndone.

Una exposición amplia de estos descubrimientos, precedida por una bien documentada historia de la Síndone, puede encontrarse en el libro La Sábana Santa. Últimos halllazgos, 1999. El Sudario de Oviedo y la Virgen de Guadalupe (Madrid: Ediciones Palabra, S. A., 1999), del español Francisco Ansón. Académico e investigador de sólida formación, Ansón sigue las vicisutudes de la Síndone, desde su posible trayecto a través del Oriente Medio y su oscura llegada a Europa, tal vez en manos de los Caballeros Templarios, hasta su exposición a equipos ultramodernos concebidos para reconocer el relieve de otros planetas. La avanzada tecnología de estos y otros medios de investigación, ha revelado que en la Síndone se encuentra impresa la imagen tridimensional de un hombre que murió por crucifixión, tras ser azotado y coronado de espinas; que sobre los ojos de ese hombre se colocaron monedas romanas del siglo I, acuñadas bajo Poncio Pilato, y que el tejido de la Síndone contiene trazas de organismos vegetales que corresponden a la zona de Jerusalén, y a la época del año en que fue crucificado Jesucristo.

Ansón, católico convencido de la autenticidad de la Síndone, no pretende imponer su certidumbre. Ninguna reliquia es necesaria ni suficiente para confirmar la sobrenaturalidad del mensaje cristiano. Pero el rostro de la Síndone parece mirar al hombre de nuestra época desde el fondo de una agonía que venció a la muerte.

Poeta y escritor. Ganador del premio Eugenio Florit 2002.

 

Emilio de Armas es director de la Voz Católica, Periódico de la Arquidiócesis de Miami