Hasta quedarse en pura alma

Autor: Emilio de Armas

 

 

Los medios informativos de todo el mundo dedicaron recientemente su atención a la fragilidad mostrada por el Papa Juan Pablo II durante su viaje a Eslovaquia. Millones de personas pudieron ver la imagen del encorvado anciano, que se esforzaba por expresar su mensaje en palabras casi inaudibles. Este mensaje, sin embargo, conserva toda la lucidez y la grandeza espirituales que han hecho de Carol Wojtyla uno de los más altos sucesores de San Pedro, y un hombre en quien la condición humana se honra en grado sumo.

En Eslovaquia, Juan Pablo II reiteró su inclaudicable defensa de los valores humanos, con la misma fortaleza interior que le permitió sobrevivir moralmente a los dos regímenes más despiadados de la historia moderna: el nazismo y el comunismo.

En un artículo publicado en el diario español ABC, el columnista Juan Manuel de Prada escribió: “El polvo del camino ha cegado su voz; las muchas leguas han desgastado sus sandalias, hasta dejarlo tullido. Podría refugiar su decrepitud en la molicie de un palacio vaticano, pero entiende que la misión que le ha sido confiada exige apurar hasta las heces el cáliz del dolor, convertir sus achaques en una Eucaristía que alivie y reconforte a los de quebrantado corazón”.

Juan Pablo II, en efecto, es un anciano Papa que se consume, pero se consume ejemplarmente, ante los ojos del mundo, como se consumió hasta quedarse en pura alma la madre Teresa de Calcuta.

De él podría decirse lo que él dijo al fallecer la Madre de los Pobres: “nos deja un ejemplo elocuente para todos, creyentes y no creyentes. Nos deja el testimonio del amor de Dios”; sus obras “ponen de manifiesto ante los hombres de nuestro tiempo el alto significado que tiene la vida”.


Una llamada que espera la respuesta

La obra pastoral de Juan Pablo II ha sido, efectivamente, un testimonio de cómo el amor de Dios por el hombre engendra y fortalece el amor del hombre por Dios, y una expresión de cómo este amor entre el Creador y su criatura se traduce en obras que elevan al ser humano sobre sí mismo, impulsándole a la santidad.

Para el Pontífice, el ejemplo sumo de este crecimiento humano hacia Dios es la Virgen María, y así lo ratificó en Eslovaquia, donde se refirió al pasaje del Evangelio en que “María se dirige al arcángel Gabriel, que le comunica que Dios la llama a ser madre de su Hijo. La encarnación del Verbo constituye el punto decisivo del ‘proyecto’ manifestado por Dios desde el principio de la historia humana”, señaló el Papa. El Creador “quiere comunicar a los seres humanos su misma vida, llamándolos a transformarse en hijos suyos”.

“Es una llamada que espera la respuesta de cada uno”, agregó el Pontífice, al recordar que “Dios no impone la salvación; la propone como una iniciativa de amor, a la que es necesario responder con una libre decisión, también motivada por el amor”.

“¿Qué lección nos da María?”, se preguntó el Papa; y contestó: “Nos enseña el camino hacia una libertad madura. En nuestra época no son pocos los cristianos bautizados que todavía no han hecho suya su fe de forma adulta y responsable. Se llaman a sí mismos cristianos”, señaló, “pero no responden con plena responsabilidad a la gracia recibida; todavía no saben lo que quieren ni por qué lo quieren”.

Ésta”, precisó, “es la lección que tenemos que aprender hoy: es urgente educarse en la libertad. En particular, es urgente que, en las familias, los padres eduquen en la justa libertad a sus hijos, para prepararles a dar la respuesta oportuna a la llamada de Dios”.


¡No te avergüences nunca del Evangelio!

Como ejemplos modernos de seres humanos que han dado esta clase de respuesta a la llamada de Dios, Juan Pablo II beatificó durante una multitudinaria Eucaristía a dos mártires del comunismo, y dejó este mensaje al pueblo católico de Eslovaquia: “¡No te avergüences nunca del Evangelio!”

Los nuevos beatos fueron el obispo greco-melquita Mons. Vasil Hopko (1904-1976), y la religiosa Zdenka Schelingová (1916-1955).

En febrero de 1950, el régimen comunista checoslovaco decidió suprimir la Iglesia greco-católica, y Mons. Hopko fue arrestado y condenado a quince años de prisión. No pudo terminar su condena por su precaria salud y falleció a causa de los sufrimientos que padeció antes y después de la prisión.

La religiosa Sor Zdenka, de la Congregación de las Hermanas de la Caridad de la Santa Cruz, fue una enfermera encarcelada por los comunistas tras facilitar la fuga de un sacerdote injustamente apresado en 1952. Sor Zdenka enfermó por los malos tratos recibidos y, aunque fue liberada el 16 de abril de 1955, murió poco después, el 31 de julio.

Según el Papa, “ambos afrontaron un injusto proceso y una condena inicua; las torturas, la humillación, la soledad, la muerte. De este modo, la Cruz se convirtió para ellos en el camino que les llevó a la vida, manantial de fortaleza y de esperanza, prueba de amor por Dios y por el hombre”.

En este amor “por Dios y por el hombre” se resume también la luminosa trayectoria del propio Juan Pablo II, a quien podrían aplicarse las palabras con que el Dalai Lama se refirió a la Madre Teresa de Calcula: “fue un ejemplo viviente de la capacidad humana para generar amor infinito”.

La energía del amor de Cristo

En su dramática visita a Eslovaquia –quizás uno de los últimos actos públicos de un Pontificado singularmente providencial– Juan Pablo II ha demostrado que pertenece a la estirpe de los mártires, de los que saben morir en un momento o ir muriendo día a día, en un acto o una obra de valeroso amor por Dios y por el hombre.

El encorvado anciano que en su visita a Eslovaquia se esforzó por expresar su mensaje en palabras casi inaudibles, puede reconocerse hoy en la imagen que él mismo esbozó un día, al evocar la figura de la Madre Teresa, “doblada por una existencia transcurrida al servicio de los más pobres entre los pobres, pero siempre cargada de una inagotable energía interior: la energía del amor de Cristo”. Y cuando llegue el momento, podrá decir adiós con la serena parquedad de la santa de Calcuta, como si las voces de ambos fuesen una: “Amaos los unos a los otros, como Jesús os ama. No tengo nada que añadir al mensaje que Jesús nos dejó. Para poder amar hay que tener un corazón puro y rezar. El fruto de la oración es la profundización en la fe. El fruto de la fe es el amor. Y el fruto del amor es el servicio al prójimo. Esto nos trae la paz”.

 

 

Emilio de Armas: es director de la Voz Católica, Periódico de la Arquidiócesis de Miami