El zorro

Autor: Eduardo Rivas

 

 

Acabamos de terminar la realización en Mérida, del Retiro Eucarístico del ANE. Aún siento vibrar en mi corazón la emoción que vivimos en la Hora Santa , emoción que se multiplica, inflamada por tres días de intenso aprendizaje, de experiencias bellísimas, de crecimiento de nuestro amor a Cristo Eucaristía, y nuestras ganas de seguirlo, de llevarlo y de presentarlo a todos los que se pongan en nuestro camino.  

Fue una emoción especial, ver a nuestro Señor ingresar a la capilla, tratado exactamente como es, como un REY. El ambiente, la música, los cantos, todo estaba dirigido a alabarlo, a homenajearlo, a amarlo con ese amor renovado que fuimos conquistando en cada una de las actividades del retiro.  

¡Cuántas caras vimos transformarse, saltando de la felicidad del encuentro con Cristo Vivo, a la realidad de nuestros corazones encallecidos, de la experiencia dolorosa de la pasión, a la tristeza por el tiempo hasta entonces malgastado tras los placeres del mundo, y de ésta a la exultante felicidad de la esperanza en la salvación regalada por Jesús, con la gratuidad y el amor que solo Él posee!  

Aún se me eriza la piel al recordar los bellísimos testimonios de las experiencias que nos dieron nuestros hermanos al terminar el retiro, y la verdad es que uno quisiera que esas oportunidades de vivir cosas tan profundas no terminen nunca, porque se camina como entre nubes. ¡Gracias sean dadas a Dios, que nos permite vivir momentos tan enriquecedores, tan llenos de reflexión profunda y constructiva, tan desbordantes de amor fraterno y felicidad!  

Pero el crecimiento espiritual no termina nunca. Podemos proponernos vivir un retiro constante por el resto de nuestros días. Queda en nosotros, la misión de mantener el camino, con los ojos abiertos y el corazón atento, y con la mirada puesta en el cielo, continuar descubriendo en todo momento los mensajes, las acciones del Espíritu Santo que nos ayudan, nos aclaran y nos allanan el sendero por el que marchamos hacia nuestra conversión.  

Ratificando todo lo vivido durante el retiro, en la homilía de hoy, el sacerdote nos aclara un punto, que creo que es de mucha importancia: La Cuaresma , es tiempo de conversión, pero… ¿Qué es “convertirse”? Ante esa pregunta, me vino la respuesta conocida, “es retornar, es girar en la dirección que se camina, es hacer un cambio de actitud y de vida, es vivir más plenamente las enseñanzas del Evangelio”.  

Si, es cierto que todo ello puede aplicarse al concepto de convertirse, pero el Padre Azcorra, con la sabiduría simple y directa con la que nos educa cada día en sus homilías, nos resume de la siguiente manera: “muchos decimos que queremos convertirnos a Cristo, pero no es así. Lo que debemos hacer, es convertirnos EN Cristo, volvernos cada uno de nosotros, parte de Cristo, transformarnos en Él, hasta poder aplicar con exactitud el dicho de San Pablo: No soy yo quien vivo, es Cristo que vive en mi”.

Es que las verdades de nuestra iglesia, son así de sencillas, son simples, pero grandes como una catedral. Es por esa simpleza, que el Señor pudo resumir su enseñanza, la más revolucionaria, la más avanzada, la más perfecta de todas, en una sola frase : “amaos los unos a los otros, como os he amado yo”.  

Este tiempo de cuaresma para nosotros los laicos que ayer nomás hemos decidido acercarnos a Dios, no debería prestarse a grandes teorizaciones sobre las sutilezas o las variaciones de grado del crecimiento de cada uno, no debería perderse en el bosque de la cantidad de carismas con que el Señor adorna a cada congregación o movimiento eclesial, ni debería estar sumergido en medio de libros tupidos de conocimiento profundo sobre los efectos de la pastoral aplicados a la mentalidad de cada región particular.  

Debería estar dirigido simplemente a cambiar al viejo Yo, por Cristo Vivo en nuestro corazón, como rey, como dueño y Señor de cada uno de los actos de nuestra vida toda, y manifestarse en forma de servicio amoroso hacia las necesidades de cada uno de nuestros hermanos. El catolicismo, no es una ciencia, no es una filosofía, no es una teoría. Es una forma de vida, es una manera de vivir, siguiendo y aplicando a nuestras vidas, el evangelio de Cristo, la Palabra de Dios, que está viva, y que actúa en forma misteriosa, pero sabia y amorosa en el alma de cada uno.  

No podemos vivir como el turista de los chistes, que cree camuflarse entre los aborígenes, poniéndose un poncho de alpaca encima de su camisa floreada, con una cámara fotográfica en una mano, y un diccionario en la otra. Si quieres ser indio andino, tienes que vivir como indio, tienes que comer como indio, tienes que hablar como indio, y hasta tienes que tostar tu rostro con el sol hasta tener el color de indio.  

El Padre Azcorra, nos dio un ejemplo muy clarificador: En este carnaval que acabamos de pasar, había un muchacho con un disfraz de “El Zorro”. Él, nunca fue El Zorro, él se disfrazó de El Zorro, pero debajo del disfraz, siempre estuvo Juanito, Pedrito o Carlitos. Nunca hizo nada por ser el personaje, y en cada instante de esa noche de baile, él supo que estaba vestido así, para que lo vieran los demás, porque si se miraba al espejo, siempre vería allá a sí mismo, disfrazado de “El Zorro”.  

 Nunca llegaremos a la salvación, disfrazados de cristianos. No es nuestro objetivo, ponernos determinada cobertura, que haga que los demás nos vean como católicos. A esos, el Señor los llamó sepulcros blanqueados, o sea, una fina capa de estuco cubriendo un montón de huesos descarnados y carne comida por gusanos. Resultaría muy triste, conquistar el infierno por esforzarnos en mantener un disfraz que desaparecerá algún día, en lugar de ganar el cielo en base a la lucha diaria de cambiar aunque sea poquito a poco nuestra alma, sin preocuparnos de los ojos que nos miran en el mundo, sino únicamente del Corazón que late de amor en el Pan Consagrado con el que Cristo se quedó entre nosotros para nuestra salvación.  

Cada día que pasa, nos acercamos más y más al momento de la rendición de cuentas, y sin embargo, se nos hace difícil dejar nuestros hábitos, nuestra falta de decisión de cambio, justificándonos de una u otra manera para mantener nuestros corazones sujetos a la satisfacción inmediata, la lisonja sin valor y el placer de unos instantes de alabanza. O sea, dicho en otras palabras ¡Basta ya de mantener nuestra conversión, como esa dieta que empieza cada lunes y nunca llega al martes!  

Nuestro objetivo, es transformar nuestro yo interno, cambiar la esencia misma de nuestra humanidad, acercándonos a Cristo, que nos espera pacientemente en el Sagrario, es fundirnos en su Corazón, es desaparecer, es clavar al Yo pecador en la Santa Cruz de Cristo, y dejarlo morir allá, para revivir en Cristo, y manifestarlo a Él en cada uno de nuestros hermanos, para que ellos a su vez inicien su propia transformación interior.