El cielo no se hereda

Autor: Eduardo Rivas

 

 

San Juan Bautista, certero como una cerbatana, decía a los judíos: <<Raza de víboras, ¿cómo van a pensar que escaparán del castigo que se acerca? Produzcan los frutos de una sincera conversión, pues no es el momento de decir: "Nosotros somos hijos de Abraham". Yo les aseguro que Dios puede sacar hijos de Abraham también de estas piedras. >>

Estas palabras, nos llevan a pensar en cuán fácil resulta acomodarse en la idea de que por ser "hijos de Abraham", ya hemos realizado el paso definitivo para considerarnos dentro del "rebaño elegido", y por lo tanto, entre las almas salvadas del fuego eterno del infierno.

Con cuanto orgullo vemos a veces el caminar vacilante de los que recién comienzan sus primeros pasos de la conversión, y hasta sin pensarlo, nos sentimos dentro de una casta de "antiguos", que ya todo lo sabemos, lo conocemos, y estamos en una especie de nivel superior, en el que solo somos aceptados los que ya tenemos la salvación asegurada.

Unidos a San Pablo, vemos con angustia que "algunos se encuentran muy ocupados en no hacer nada", con la equivocada idea de que la antigüedad o el cargo que ocupan o los pretextos de que hacen uso los justificarán ante el Señor en el juicio particular. ¡Que equivocación tan terrible! ¡Qué riesgo tan grande el jugar por pura flojera o por miramientos falsos con la salvación eterna de nuestras almas!

Olvidamos muy fácilmente que el escalar peldaños dentro del camino de la conversión, significa solamente más responsabilidad, más trabajo, más sacrificio. Y es cierto, porque "cuanto más recibas, tanto más se te exigirá".

Hacen algunos años, alguien contaba una anécdota de una mujer que a causa de un accidente automovilístico, veía acercarse a pasos agigantados la muerte, y su preocupación en ese momento, era que sus manos estaban vacías para presentarse ante el Señor.

¿Cómo están nuestras manos en este momento?, porque al haber aceptado la invitación del Señor para ingresar en esta su Obra, hemos aceptado también colaborar con Él en la tarea de salvar almas, vale decir, que nos hemos echado al hombro la responsabilidad por la salvación de las almas de nuestros hermanos, teniendo como método de trabajo a la Nueva Evangelización.

Bajo este pensamiento, y ante la muy cierta posibilidad de que tarde o temprano nos llegará el momento de mostrar las manos a Jesús, es menester que sacudamos un poco nuestras conciencias adormecidas, y pongamos las manos a la obra.

Al alcance de cada uno de nosotros están los muchos movimientos eclesiales, los apostolados, los grupos de oración, la parroquia de nuestro barrio, en los que podemos colaborar en la medida de nuestras posibilidades. Cada uno de ellos necesita muchos brazos para cumplir sus planes de trabajo. En cada uno de ellos podemos encausar eficazmente nuestras fuerzas, podremos ver a través de sus trabajos, al verdadero Rostro de Cristo en nuestros hermanos más necesitados y sufrientes.

Dejemos ya la poltrona del "no me meto, no tengo tiempo, no tengo dinero o lo haré mañana", listos solamente cuando hay que asistir a mostrar nuestras figuras ante los demás. Es en el anonimato y el silencio de una cárcel o un hospital donde nos espera el Señor, para usar nuestras manos repartiendo amor. Es en el beso húmedo de un anciano, donde está el agua viva del amor de Jesús, es en la suciedad de una "cabecita negra" donde se esconden los tesoros del Corazón Misericordioso de Dios.

Es cierto, hermanos queridos, ¡no nos hemos salvado aún! No hablemos mucho de amor, sin antes haber puesto nuestras manos llenas del servicio a nuestros hermanos, sin haber conquistado antes a fuerza de trabajo y sacrificio todas y cada una de las bienaventuranzas, para mostrárselas a Cristo, que lleno del verdadero amor nos esperará en la otra orilla para recoger lo que con tanto sacrificio y con tanto amor ha sembrado.

¡El cielo no se hereda ni se compra, únicamente... se conquista!