Junto al pozo de Sicar

Autor: Eduardo Rivas

 

 

Hoy, quiero dejar que los dones del Señor me enriquezcan, quiero ofrecerle con amplitud mi día, para que Él lo santifique, porque sin Él nada puedo, por eso, hoy quiero darle la simplicidad de mi confianza total.

Un día, Jesús se sentó junto al pozo de Sicar cerca del mediodía. Se acercó una mujer de Samaria y le pidió que le diera de beber...

Cuando llegaron los Apóstoles, se asombraron de verlo hablando con una mujer y le preguntaron: “¿Por qué hablabas con ella?” Él habla con todos, ama a todos con espíritu divino y mira el alma de cada criatura con misericordia y benevolencia.

Cuando estamos seguros del amor de esta mirada, nosotros mismos podemos andar en medio de los peores pecadores y ellos se beneficiarán. El testimonio de nuestra vida será la mejor Evangelización, la mejor muestra del actuar de Dios en nuestro interior.

Como llegó Jesús al pozo de Sicar, muchas veces llegamos nosotros al fin de cada día, cansados y sedientos. Pero mucho más fuerte es la sed del alma que no podemos identificar: tenemos sed y estamos inquietos porque no atinamos a buscar la fuente. El Señor nos envía palabras (gotas de agua); por nosotros circula el agua de la Verdad para que la demos a todos, especialmente a los que tienen más sed.

En cada hombre hay una chispa de bien, quizá basta con encenderla para que se convierta en llama. Llama de amor hacia Dios y hacia sus hermanos. Tal vez podamos encontrar que los mejores, son aquellos que parecen ser los peores. 

Los samaritanos dijeron a aquella mujer: “No por tus palabras, sino porque lo hemos visto y escuchado creemos en Él...”

Ahora, luego de siglos, nosotros no lo vemos sino con los ojos del espíritu, pero podemos escucharlo a través de Su palabra y a través de su actuar de cada día en nuestras vidas; entonces debo creer y actuar como Jesús desea y amar como Él querría que fuera capaz de amar.

“Dame de beber...” Si puedo llegar a escuchar ese pedido, debo agradecer por este privilegio y no olvidar que es algo muy grande. No es que sea mejor que los demás; es que tengo la chispa del bien, pero si Él me habla es para mejorarme y quitar lo malo que haya en mí.

Debo mirar mi alma y preguntarme: “¿Sabes lo que es el sacrificio? ¿Sabes amar sin juzgar? ¿Sabes dar de corazón? ¿Conoces la verdadera humildad? ¿Eres tal vez indulgente contigo mismo? ¿Has hecho lo posible por decidirte a actuar en aquello que Dios te pide con insistencia? Miro mi alma y me pregunto muchas cosas. Debo a menudo examinarme, pensar en sus Palabras y poco a poco, con mi pequeñez y mi nada, comenzar a actuar...

A Jesús no le gustan las simulaciones, simular es tanto como mentir, y mentir es hacer daño, es pecar. La eternidad de mi alma está en juego, y no vale la pena arriesgarla por unos minutos de satisfacción personal o de lisonjas de los demás. El Señor quiere en mí absoluta transparencia, y nadie puede engañarlo.

Si yo sufro solo, soy nada, pero si sufro unido a Jesús, soy rico y valioso. Tan rico y tan valioso a los ojos de Dios, que mi sufrir puede ayudar humildemente a salvar a la humanidad, aumentar el número de cristianos católicos y reducir a los que de entre ellos son tibios.

Debo esforzarme más. El Señor no tiene necesidad de mí, ni soy importante para esta obra, pero el escogerme a mí, una nada, lo glorifica y me purifica. Así, todo lo que Dios posee, quiere compartirlo conmigo en la economía de la salvación. Su Espíritu Santo es mi guía y consejero. 

Es Dios quien ha hecho en nosotros todas las siembras, y ahora nos quiere por todas partes. Quiero ofrecerle mi concurrencia activa como un sacrificio. Debo ir a los que me envía, no me abandonará, ni me dejará.

Debemos ser generosos entre nosotros, generosos como Dios es generoso. Debemos ser honestos entre nosotros, honestos como Dios es honesto. Él conoce nuestros intentos y nuestra pobreza extrema. Por tanto, no tengamos miedo de ir a Él así como somos. ¡La pobreza lo fascina! Vayamos en paz y seamos testigos de Quien nos ama. De Quien nos ha ofrecido su Sagrado Corazón.

Que nada nos detenga, ni las trampas del demonio, ni los ardides de sus seguidores, ni las calumnias; porque tratarán una y mil veces de separarnos, dividir su equipo, sembrar cizaña... Pero si nos mantenemos unidos, humildes con nuestros perseguidores, mansos con los perversos; entonces sí crecerá su obra. Es su promesa.

Es seguro que mientras otros van destruyendo o queriendo destruir, nosotros estaremos construyendo y podremos intuir su voluntad y sus pensamientos, llenos de ese Amor que lo llevó hasta la cruz: “¡Benditos hijos de Mi Sagrado Corazón, no están solos, Yo estoy siempre con ustedes para consolarlos y cuidarlos!”