El canal de la Misericordia

Autor: Eduardo Rivas

 

 

Jesús vino al mundo para unirnos a Él, para comprar nuestras almas muy dolorosamente. Seguramente que en nuestra dimensión humana no podemos comprender cómo es su amor, aunque sepamos de su Pasión y nuestra Redención.

Él nos ha convertido, por la gracia del bautismo, en un canal de su Misericordia para derramarse sobre quienes se acerquen a nosotros. ¡Cuánto honor gratuito! A partir de éste pensamiento, deberíamos actuar solo por Él y en Nombre Él.

¿Cuántos conocemos la fuerza de su Nombre? Pocos sabemos que es una fuente inagotable y ansiosa de brotar, porque para conocer esto, es necesario pisar los peldaños interiores, desprendiéndose de todo egoísmo, vanidad, de todo atisbo de soberbia y así mirarlo a Él, entrar con el pensamiento en su pensamiento; habitarlo.

Dios no habita en el corazón de los soberbios, de los que dividen, de los que destruyen, de los que como ejemplo ofrecen desordenes morales, semilla de deshonestas pasiones, de luchas, de odios... Ofrezcamos reparación por ellos precisamente como una muestra de nuestra condición de bautizados.

Busquemos el por qué de su predilección en el interior de nuestras vidas, no en la causa exterior, porque ésta no existe.

Un pecado de soberbia, de orgullo, de presunción, provoca consecuencias de males en cadena, muchos desordenes tienen ahí su origen.

Debemos convencernos de que la vida presente no es el fin, sino únicamente el medio que se nos ofrece para ganar la vida eterna. 

Dios siempre toma en cuenta el menor movimiento en nosotros, un pequeño esfuerzo sincero o un gesto cualquiera, lo arrebata, al igual que una madre se deleita cuando ve en el rostro de su pequeño niño una nueva expresión.

Es muy importante que mantengamos en todo momento la unión con Jesús, firmes y llenos de fe, porque estamos dando todo nuestro esfuerzo en beneficio del Reino de Dios con un mismo espíritu, con una sola voluntad, en una sola familia.

Ofrezcamos nuestros sufrimientos, sacrificios, nuestras obras, en reparación y para dar gloria y alabanza a la Santísima Trinidad que tanto Amor derrama sobre este grupo.

Que nada nos atemorice, que nadie nos acobarde. A través de las aguas cristalinas puede verse el fondo. Las aguas estancadas, por el contrario, no permiten ver su trasfondo. Un alma humilde es agua cristalina; seamos transparentes, como son los hijos de la Luz. 

Debemos cuidar siempre que nuestra oración salga del corazón y viviremos con serenidad. Aceptemos con amor la Voluntad de Dios y nuestros caminos tendrán paz por arduos que sean.

Dichoso aquel que se presenta ante la Presencia divina con las manos llenas. Que la alegría de los primeros cristianos, que fueron admiración y semilla de mártires se haga carne en nosotros para que la humanidad reconozca a Aquel a quien entregamos nuestra vida con tanta felicidad. La alegría y la serenidad edifican.

Ofrezcamos al Señor nuestra pequeñez. La vida está hecha de detalles simples, y a Dios le basta nuestra confianza; que nuestras obras, nuestras intenciones de amor, nuestros deseos de servirlo, se renueven, como la naturaleza cuando se prepara para las nuevas flores y nuevos frutos.

Nunca dejemos de vigilar bien lo que tenemos en nuestro corazón, pues lo que se tiene en el corazón sale pronto a los labios. ¡Es así de sencillo discernir dónde habita el Amor de Dios y cuáles son los frutos de ese Amor! ¡Volvámonos niños ya!