Durante la Santa Misa

Autor: Eduardo Rivas
 

Durante la Santa Misa, en las manos del celebrante se renueva verdaderamente el Misterio de la Encarnación ¡Nunca debo perder de vista esto! Es el regalo más sorprendente de mi Dios y Creador.

El Señor no podría esperar mucho de mi, si asisto a la Santa Misa con la ligereza y mentalidad de los obreros que aún antes de iniciar su trabajo, visten su overol conversando de cualquier tema y sin ningún pensamiento de recogimiento, con su pensamiento en cosas totalmente ajenas al momento.

Cuánta pena causo a mi Señor, al llegar a la Consagración distraído sin darme cuenta de que en ese instante en las manos del sacerdote se repite el prodigio, se realiza la Encarnación de Jesús, Verbo de Dios. Las manos consagradas del sacerdote, por la Voluntad Divina y no por mérito de ningún mortal, provocan la intervención simultánea de la Santísima Trinidad:
1) Del Padre que creó en Si el alma humana de su Hijo, Verbo Eterno.
2) De Jesús, Verbo Eterno que se unió al alma creada por el Padre.
3) Del Espíritu Santo, causa eficiente de su virginal concepción en el seno purísimo de María. Desde ese momento fue verdadero Dios y verdadero Hombre.

En las manos del celebrante se renueva verdaderamente el Misterio de la Encarnación ¡Qué pocos somos los católicos que pensamos en esto!. ¡A nuestros ojos, en nuestra presencia, se realiza el milagro más portentoso de la historia de la humanidad! ¡Somos testigos de eso!

Sin esta convicción vivida, sin esta fe, se hace evidente porqué asistimos a la acción más santa, entre todas las demás, de la misma manera que cualquier obrero realiza su trabajo cotidiano.

En nuestro rostro, en nuestra mirada distraída, en nuestra atención a los demás concurrentes, no distinguiremos ningún gesto de recogimiento y así con esa indiferencia, con esa actitud insultante a la bondad divina que nos obsequia una maravilla que no merecemos, llegamos hasta la Comunión, obligando a Jesús que es la Víctima, a sufrir el atroz sufrimiento de la Cruz una vez más, sin ningún provecho para nosotros ni para quienes están a nuestro alrededor.

Me duele comprender, que hiere más a su Corazón Misericordioso esta actitud apática, porque es el Amor que choca contra una barrera de frialdad e indiferencia; es el Amor rechazado a pesar de todas las gracias gratuitamente dadas y por nada merecidas. Y no desciendo a otros casos particulares, para no recordar todas las faltas de delicadeza y atención que le doy a Él y que sin embargo, me cuidaría de hacerlas a otras personas del mundo que se dicen importantes. Para el homo sapiens sapiens, todo es lícito...

El hombre de hoy, ve a Jesús como a un lejano recuerdo histórico, ignorando culpablemente la viva realidad en la que ese mismo hombre tiene un lugar muy importante. ¡Si al menos teóricamente admitiéramos que el sacrificio Santo de la Misa es el mismo Sacrificio de la Cruz! Pero lo negamos en la práctica con ese comportamiento que revela ausencia total de fe, de esperanza y de amor.

¡Qué océano infinito de miserias, de profanaciones, de traiciones y de oscuridad espiritual! ¡Si todos los católicos estuviéramos animados por una fe viva y por un amor ardiente cuando lo tenemos en la Santa Misa y en la Comunión, cuántos ríos de Gracia arrancaríamos a su Corazón Misericordioso para nosotros y para las almas que deberíamos guiar!

¿Por qué tantos católicos estamos tan lejos y obstinadamente nos resistimos a sus continuas llamadas e invitaciones a la conversión? Orgullo, presunción, vanidad, impureza.

¡Nosotros somos los depositarios, quienes deberíamos disfrutar de los frutos de la Redención! Somos, sus amigos predilectos y no queremos reconocerlo, ¿se ha quedado estéril su obra, por haber nosotros apagado la llama de la fe en nuestros corazones, por haberlo rechazado en el camino de la cruz?

Continuaremos en este tema muchas veces.