A solas con Jesús

Autor: Eduardo Rivas
 

Pido hoy al Señor que me permita endulzar mi corazón. Quiero ser santo en las virtudes nacidas del amor perfecto, escuchando la voz del Amor Divino.

Debo esforzarme para dar todo por la verdadera vida, despojarme de los modos humanos que aún poseo para comprender los modos divinos con que Dios quiere que rija mi vida.

Para ser un verdadero apóstol, debo pasar por este camino, debo formarme en esta escuela, observando en unas ocasiones lo que es el hombre, y en otras, lo que debería ser el hombre.

Debo pensar más en Dios. Que no haya un solo día en que no me ocupe de lo Suyo, así como no hay un solo día en que Él no esté empeñado en labrar mi felicidad.

Es inútil pretender que todos vayamos al ritmo de los santos. Tendríamos que haber vivido todo lo que vivieron ellos para entregarnos en la misma forma, para vivir la misma santidad. Por eso es que no somos santos, pero el Señor toma muy en cuenta nuestros esfuerzos, los valora y les pone el mérito necesario para nuestro caminar. ¿No debería consolarme y fortalecerme esto?

Estoy a solas con Jesús, pensaré en Su agonía, cuando sudaba sangre. Quiero acompañarte mi Señor. Entonces todos dormían como hoy, y yo quiero permanecer despierto, porque pienso que el momento en que tus Apóstoles se durmieron, representa la imagen viva de los que transitan por la vida como en un largo sueño respecto a Ti: indiferencia, distracción, olvido.

Aún en Tus amigos, un poco más de fervor los habría mantenido despiertos...

Perdóname Señor, por las deficiencias que me reprocho, y para pedirte este perdón, no quiero echarme a Tus pies, sino recostarme en Tu Corazón. Si a mis amigos los celebro con fiestas y alabanzas, cantos y bailes, a Ti deseo festejarte en el silencio de mi corazón atento a tu palabra, con ese pequeño sacrificio desconocido por todos, con un íntimo y secreto abandono, con la más tierna mirada interior de mi corazón. Quiero consolarte así con humilde sencillez.

Quiero ofrecerte cada día, algo inventado por mí y solo para Ti, como si cada día fuera una fiesta. Me propongo pensar cada día qué nueva palabra dulce te puedo decir, y en ese lugar, el más secreto de mi corazón, anudar en Ti mi vida, como el hilo que se enrosca en la rueca.

Me da temor fallarle, cuando mi imaginación corre demasiado, pero a Dios, es mi voluntad lo que le interesa... Por esa voluntad Él ha muerto, para conquistársela. Quiero ahora entregársela con todo mi ser, y para ello, el mejor regalo que le puedo hacer, es sentir la alegría de servirlo, aún cuando me venga el pensamiento de la muerte, porque Él tomó el mismo camino. La muerte es a menudo, la gran reparación de una larga vida de negligencia egoísta.

Tratando de consolarlo por los que no creen en Él, me esforzaré para estar realmente seguro de la fuerza de Su Amor, aunque me reconozco indigno. Quiero consolarlo con eso.

Tendré siempre presente que es mi centro y mi fin. Es mi circunferencia. Dondequiera que mis ojos se detengan lo veo. A mi alrededor, en todas partes.