Una gota de agua en el mar

Autor: Eduardo Rivas

 

 

"Dentro de todas mis debilidades, la más débil de todas, es el estómago", meditaba mientras preparaba mi remedio. "He comido demasiado, la verdad es que en lugar de atiborrarme de comida, debería pensar más en aquellos pobres que hoy no tendrán qué llevarse a la boca… aquellos miles que morirán de hambre… Pero, ¿Qué puedo hacer yo, un insignificante puntito en medio de un millón de personas que pasan sus días en esta punta ignorada de México, un nadie perdido en la hermosa Mérida… tan lejos, tan inútil, tan impotente…" 

Tenía que poner cuarenta gotas de remedio en un vaso de agua. Empecé a contarlas uno, dos, tres… y mientras seguía contando, veía como el líquido tomaba un color amarillento, que gota a gota, se tornaba café. Iba por la gota número veintiocho. 

Ese momento vinieron a mi memoria las palabras de Madre Teresa de Calcuta: " A VECES SENTIMOS QUE LO QUE HACEMOS ES UNA GOTA EN EL MAR, PERO EL MAR SERIA MENOS SI LE FALTARA ESA GOTA. " 

Cuando llegué a la gota número treinta, me vino el mismo pensamiento "cuarenta gotas es demasiado, creo que debería parar aquí, pero, la instrucción dice cuarenta, y si le pongo menos, quizá el remedio no surta el mismo efecto" … treinta y nueve, cuarenta. 

Mil millones de católicos en el mundo… mil millones de gotas… de la Sangre de Cristo, derramadas con generosidad…, y de verdad, ¡más de una se derramó por mi, y también algunas por ti, que lees esto! 

Muchas veces, pensamos que somos demasiada poca cosa, para que nuestro trabajo signifique algo dentro de los planes que el Señor tiene para nuestro apostolado. "Total, nadie notará si hoy no asisto", o peor aún, pensamos: "Ya están asistiendo fulanita o menganito, así que yo me quedo en casa, porque igual se hará el trabajo". 

No quisiera mencionarlo, pero también está ese pensamiento: "No asisto, porque Fulana que me cae tan mal va a estar allá", y hasta talvez: "yo hago lo que creo conveniente, ahí no me meto, allá fulana, si quiere hacerlo, que lo haga ella…" 

El remedio a todos los males del mundo, está en Cristo, que nos llama una y mil veces, en todos los tonos y de todas las formas posibles, y no me parece fuera de lugar, pensar que con mil millones de gotitas ya hace rato que deberíamos haber dado el color católico a todo el mundo. 

Tú, o yo, podemos ser la gotita número cuarenta, o la treinta y nueve, que si te la pones en la lengua, seguramente no hará ningún efecto, pero con seguridad que sumada a las otras mil millones, podríamos hacer mucho para cambiar el mundo, acercándolo más hacia el Reino de Dios. 

¡Cuantas cosas habrán quedado en el tintero, como proyectos pensados y nunca concretados, como esfuerzos iniciados y abandonados en el camino, cuántas otras han dado frutos insignificantes, o poco alentadores, no porque no fueran buenas, o porque "así no lo quiso Dios", sino simple y llanamente, porque el remedio no tuvo la cantidad de gotas que prescribe la receta…! 
El Señor nos habla con dureza sobre la sal que no sala, o sobre la higuera que no da frutos. Habla de castigo para los que entierran los talentos sin hacerlos producir, y sin embargo, nosotros seguimos encerrados en nuestras personas, en nuestra comodidad y nuestra cobardía, tratando de tranquilizar nuestra conciencia que grita nuestra falta de entrega, con justificativos que no tendrán valor el momento de rendir cuentas. 

Sin embargo, no todo está perdido. Gracias a la tragedia del Calvario, se nos ha regalado la esperanza, y gracias al don de la vida, se nos regala cada día la posibilidad de emprender el cambio, y entrar decididamente en el vaso para terminar de darle la posibilidad de curar los males. Si, el Señor también nos habla del premio en el banquete, del anillo y el manto, y de la fiesta en el cielo por cada pecador arrepentido. 

Todos somos importantes, ninguno de nosotros es demasiado pequeño o demasiado inútil, o demasiado ignorante, o demasiado ocupado, o demasiado cansado. La única verdad es que todos somos demasiado indiferentes con ese Dios que no hace otra cosa que darnos Su Amor, y de permanecer en el Sagrario esperándonos para regalarnos el perdón y la paz. 

Es mentira que no podemos hacer nada, que estamos impedidos o imposibilitados de evangelizar. Digamos las cosas como son, "al pan, pan, y al vino, vino". Nada más fácil, que echar una mirada hacia adentro, y vamos a ver la cantidad de dones con que el Señor nos ha adornado a cada uno, la cantidad de pequeños potenciales que ocultamos celosamente por temor a crearnos un compromiso que nos saque de nuestra inactividad tan cómoda y placentera. 

Si analizamos nuestro día, veremos cuánto tiempo perdemos en cosas que no nos sirven para nada, y que el Señor agradecería abundantemente si lo donamos para Él, para su trabajo y para el bien de nuestros hermanos. 

Acerca de ello nos dice Jesús en La Gran Cruzada : "En los ferrocarriles el riel es la salvación de los que ponen su confianza en el conductor del tren. En estas sencillas palabras se encierra el sentido de lo que hoy quiero decirte…

El tren representa a los hombres de buena voluntad; el conductor Soy Yo; los rieles son la doctrina de la Iglesia y la sumisión a sus Ministros. 

El que está en posición, viaje feliz y seguro hacia la meta. ¿De qué serviría, en efecto, creer en Mí sin tener buena voluntad? ¿Y qué fruto rendiría la buena voluntad si no está bien dirigida por la doctrina infalible, cuyo depósito está en manos de los sucesores de Pedro? Y finalmente, ¿de qué ayudaría conocer todas estas cosas sin estar sometidos a Mi ministro que hace Mis veces? 

Reflexiona sobre esto, porque la falta de reflexión lleva muchas veces a consecuencias incalculables. 

¿Crees tú que Yo Soy el dirigente del tren? Está bien. Entonces déjate guiar verdaderamente, no de palabra, sino con hechos concretos; no con la ayuda de impresiones sentimentales, sino de la que está hecha de fe viva, esperanza sentida y caridad santa. De lo contrario, ¿cómo puedes decir que Me reconoces como tu superior, reformador y sobre todo, como tu verdadero amor? Por eso, es necesario creer, esperar y amar, de manera sustancial. 

¿Crees tú que Yo He puesto, en tu interés los dos rieles que te He dicho, que conciernen al magisterio de la Iglesia y la guía de Mis Ministros? Está bien pero sé coherente porque no sólo debes creerlo sino es necesario regirse diariamente por esa fe. Y entonces, estudia lo que dice la Iglesia , sigue los consejos de Mis Ministros. 

Así podrá correr velozmente el tren que te conduce a la vida divina y así podrás experimentar cuán sabio es el pulso del conductor que Soy justamente Yo"(CA 113). 

Y con ese amor tierno y profundo, María, nuestra Madre amada nos invita: "Hijos que han crecido de verdad en Mis brazos, sean sencillos, no busquen la materia, sino el espíritu. Pongan esta atención que tanto Me agrada: trabajen para Jesús junto Conmigo. Yo no los dejo nunca, pero ustedes, esfuércense por ser más Míos. Juntos hagamos muchas cosas buenas y también bellas, porque Yo les enseñaré todas las cosas que agradan a Jesús. Sólo sean sencillos... 

Sean generosos como Jesús. Yo Me entregué toda a El, ustedes convénzanse de ello. Intenten darse también un poco más a El, más de lo que han hecho hasta ahora y se harán verdaderos hijos Míos, es decir generosos. Los sabios del mundo se juzgan alegres si pueden ayudar a sus amigos, ¿cuánto más ustedes, sin pensar en nada, si entregan todas sus energías a Jesús, su verdadero amigo?" (CA 122). 

Vamos, hermanos queridos, digamos basta a la flojera, a los atractivos del mundo, que se comen ávidamente nuestras horas. ¡Que cada uno de nosotros sea desde hoy, la gota número cuarenta!, que queden atrás y para siempre las palabras de Adán justificando su pecado: "La mujer que me diste me hizo…", o peor aún las de Caín: "¿Acaso yo soy el encargado de cuidar a mi hermano?" ¡Ahora soy yo, eres tú y nadie más quien debe hacer que los talentos se multipliquen! 

En lugar de buscar argumentos que pinten de blanco los escombros de tanto tiempo y tantos talentos enterrados o desechados, aprovechemos hoy que estamos vivos, y que por lo tanto, aún podemos hacer algo por nosotros mismos a través del servicio a nuestros hermanos más necesitados. 

Luego, cuando hayamos cruzado la línea, cuando llegue el momento en el que ya nada podamos hacer, sino acogernos a la Misericordia de Dios… puede ser como dijo Cristo: el llanto y el crujir de dientes…