¿El oráculo de Delfos está en la Moncloa?

Autor: Diego Quiñones Estévez

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¡Quién nos lo iba a decir! Con esto de la alianza de civilizaciones y las ansias infinitas de paz perpetua de los defensores del laicismo radical, algunos politólogos dicen que el oráculo del mundo ya no está en el templo de la desaparecida ciudad griega de Delfos (s.V adC.), en la falda del monte Parnaso, dedicado a uno de los grandes dioses del politeísmo grecorromano: el dios Apolo, hijo de Zeus y de Leto. Después de tantos milenios, se ha desplazado al palacio presidencial de la Moncloa, ahora convertido, por el fundamentalismo laicista, igual que el templo de Delfos, en el ombligo del mundo, donde se consultan y resuelven todos los problemas habidos y por haber en la Historia. Al menos así lo atestiguan y lo propagan los medios de propaganda del poder que están encandilados con las ceremonias de la confusión nacional e internacional que salen del ambiguo oráculo monclovita.

No se sabe el ingente número de presidentes del planeta, de reyes, de jefes de estado, de hombres y mujeres de negocios, de intelectuales y sabios, de héroes del deporte y otras aficiones, de famosos, y sobre todo, se desconoce por completo, el número de pobres, familias, obreros, trabajadores, de gente humilde y de inmigrantes sin papeles que han ido a consultar, a quien ahora gobierna, si no la desintegran las dictaduras de los ultranacionalismos reaccionarios, una de las naciones más antiguas de Europa: España.

Tampoco sabemos cómo resuelve los enigmas que se le presentan, y si utiliza las cálidas abluciones de la piscina climatizada de la Moncloa, para predecir el futuro de la política nacional y no digamos de la mundial. Algo así hacía en los manantiales sagrados de las montañas de la Fócida, la sacerdotisa del oráculo de Delfos: se sumergía en unos rituales baños mistéricos, y cuando el agua alcanzaba la temperatura propicia, entraba en convulsiones epilépticas, y descifraba el futuro con discursos surrealistas.  

Por nuestra Nación constitucional, en otros tiempos, la tan deseada y admirada Hispania visigoda, cristiana y grecorromana, no salimos de nuestro asombro: los oráculos monclovitas son secretos. Por el oráculo de la Moncloa, vemos desfilar algunos elegidos, preferentemente personajes excepcionales o extravagantes, que, como en el oráculo de Delfos, entran en la zona más oculta y secreta del palacio, donde son recibidos por el gran sacerdote del oráculo, y salen sin tan siquiera decir esta boca es mía. Cosa que no ocurría con el oráculo de Delfos, que al menos era democrático, al estilo de la democracia griega, ya que el oráculo de la Pitonisa era recogido por un sacerdote y transcrito en verso y se entregaba a los consultantes para que luego se interpretase por algún sabio o experto en el asunto a dilucidar. Así  al menos los ciudadanos de las polis griegas estaban al tanto de que en el oráculo de Delfos, se trataban cuestiones vitales y variadas, como las relacionadas con la política, y sobre todo, cosa que no ocurre en el oráculo de la Moncloa, de asuntos religiosos, morales, filosóficos y éticos. No es de extrañar que del oráculo del Delfos salieran dos de las grandes sentencias de los sabios presocráticos Tales de Mileto y Solón de Atenas, que el oráculo de la Moncloa desprecia todos los días: “conócete a ti mismo” y “nada en exceso.”