Dos palabras multiseculares: Madre y Padre

Autor: Diego Quiñones Estévez

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La lengua madre, protege la verdad de las palabras como hijas suyas que son, y por ello nunca va a permitir que se falsifiquen sus significados porque sería como destruir los lazos de unión de las familias de las palabras que dan estabilidad e identidad al buen uso del lenguaje.

Las desviaciones antiléxicas de las ideologías políticas, están obsesionadas en utilizar nomenclaturas que atentan contra la semántica histórica y el significado lógico de los vocablos. Con absurdas y coyunturales nomenclaturas, se empeñan en destruir la voluntad de la mayoritaria conciencia lingüística de los hablantes que ha nacido de una multisecular evolución del lenguaje donde han participado innumerables generaciones de hablantes que han ido conservando las palabras que constituyen la esencia del ser y del existir de una lengua a lo largo de la Historia.

Las universales palabras: Madre y Padre, se encuentran vivas desde siempre y para siempre en todas las culturas. Por más que se empeñen los ideólogos del lenguaje artificial, nada tienen que ver con las nomenclaturas que se han sacado de la chistera los neoliberales y los neomarxistas de la ideología de género: Progenitor A y Progenitor B. Por mucho que se falsifique el Código Civil y por más que se impongan esas nomenclaturas por decretos leyes fabricados a la medida de los aberrantes antojos de la ideología de género, no van a desarraigar el uso cotidiano y natural de las multiseculares y tan familiares palabras: Madre y Padre.

La etimología de ambas palabras es la lengua latina. Del latín nacen: Madre<mater-matris, femenino; Padre<pater-patris, masculino. En nuestros monumentos históricos, raíz de nuestra lengua escrita y de nuestra espiritualidad cristiana católica, que son las Glosas Emilianenses (siglo X, Monasterio de San Millán de la Cogolla en la Rioja) y las Glosas Silenses (siglos X-XI, Monasterio de Santo Domingo de Silos en Burgos) aparecen ya estas palabras. Ellas forman parte de los primeros textos de nuestra lengua castellana o español. En las Glosas Silenses, uno de sus contenidos lleva el significativo título de “Árbol o Cuadro de Parentescos”. En las glosas, que don Ramón Menéndez Pidal, en los “Orígenes del español”, define como “glosas o traducciones intercalares” en romance e incluso también en vascuence, vemos estas palabras, y otras que forman parte del campo semántico de la familia, escritas en latín eclesiástico y en romance: matre<Mater;  patre<Pater; germana>hermana; jermano>hermano; tia>tía; tio>tía; mulier>mujer; marito>marido; matrimonio; filiis>hijos; parents>parientes. La palabra tan latina familia<familia se remonta en nuestra lengua hacia la fecha de 1220-50. Todas estas palabras, desde la lengua madre, el latín, hasta el dialecto de la misma, el castellano o español, después lengua de cultura, han conservado a lo largo de los siglos su verdadera significación.

Madre y Padre, en el léxico, en la pronunciación fonética, en la semántica, en la composición sintáctica, manifiestan la Historia de las ideas sociales, políticas, religiosas y de organización familiar. Desde antes de los orígenes de nuestra lengua, y en la genética de la misma, hasta la actualidad, estas voces familiares son con las que nacemos, crecemos, nos educamos y morimos. Por ello, siempre permanecerán inalterables en su contenido sociológico, histórico, psicológico y religioso.

Jugar con la indiscutible semántica de las entrañables palabras Madre y Padre, intentándolas reemplazar por nomenclaturas paralingüísticas, es propio de políticos  sin referentes históricos y sin ideas que han perdido el rumbo de la Historia y son incapaces de gobernar desde el buen uso del lenguaje. El lenguaje para ellos es como un instrumento administrativo de usar y tirar, cuyo objetivo es ocultar los verdaderos problemas que afectan a los españoles. Sustituir por decreto ley los vocablos Madre y Padre por las nomenclaturas de Progenitor A y Progenitor B, es de un reduccionismo infralingüístico que ofende a las familias, a la sociedad, y cómo no, al correcto empleo de la lengua castellana o español, madre de todas las palabras.

Estas nomenclaturas impuestas por un despotismo demagógico laicista, no respetan, ni protegen, ni favorecen la naturaleza verdadera del matrimonio y de la familia.

Demuestran un desprecio absoluto por la moral pública, por los derechos de los padres y de los hijos, en definitiva, por el bienestar de la familia que es el centro neurálgico de la sociedad humana porque sus principios y valores equilibran la convivencia.

Para los creyentes cristianos católicos es un ataque más al cuarto mandamiento de la Ley de Dios que ordena honrar y respetar a nuestros padres.[1] Si no se honra en la familia a la Madre y al Padre, en los cuales Dios ha depositado y otorgado la autoridad, se está socavando en nuestra convivencia, el principio de autoridad que debe velar por la justicia distributiva, por los derechos humanos, por el servicio a los demás, por los valores integrales, por las leyes del Estado de Derecho, por el principio de subsidiariedad, por la verdad de Dios y del hombre, en resumidas cuentas, por el bien común.

No llamar por su nombre histórico, natural y legítimo, a la Madre, Madre, y al Padre, Padre, es ofender a multiseculares generaciones, a tantas y tantas genealogías de familias que han transmitido la vida, la Historia, la lengua, la cultura, la Religión, para que nos sintamos orgullosos y honremos su sagrada memoria


[1] Asociación de Editores del Catecismo, “Cuarto mandamiento: Honrarás a tu Padre y a tu Madre”, en Catecismo de la Iglesia Católica. Compendio, Edit. Asociación de Editores del Catecismo, Madrid, 2005, nºs: 455-456-457-458-459-460-461-462-463.