Demoautocracia es la destrucción de España

Autor: Diego Quiñones Estévez

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A lo largo y ancho de un siglo terrible con dos guerras mundiales, el siglo XX,  en Europa y  en España, la política ha degenerado en deformaciones trágico-esperpénticas de la realidad, y tanto en el siglo XIX como en el XX, no hay ningún sistema político, que cuando ha caído en las manos sin escrúpulos de cualquier líder político, se le ha encumbrado de forma despótica porque se le considera el centro de la Historia y el líder político, se considera el guía esperado para llevar a las personas a un mundo que él se ha inventado, y al que por imperativos legales hay que entrar si no quieres ser acusado de antimonárquico, antirrepublicano, antiliberal, antisocialista, antimarxista o antidemócrata.

Es lo que ha ocurrido en España en las anárquicas repúblicas de 1873-1874(I) y de 1931-1936(II) y en la Constitución de 1978 con una monarquía parlamentaria ausente y teledirigida por una democracia formal y de gestión en manos de unas partitocracias ávidas de poder y aliadas con los ultranacionalismos reaccionarios y tan permisivas con el terrorismo que los ha alimentado y justificado, hasta tal punto, que han puesto en proceso de quiebra a la Nación española.

Para empezar, la falsificación de la democracia a la española comenzó dando cabida a las vanidades sin escrúpulos de las ideologías nacionalistas de raíz neomarxista o neofascista, que tantísimo daño han hecho en la Historia de la nación española y de Europa desde que aparecen en el siglo XIX y alcanzan el extremismo en el siglo XX. Ellas, en coalición con las ideologías de su misma cuerda e incluso aunque sean de distinto signo político, han impedido un desarrollo armónico de los principios de la Constitución Española de 1978 porque su objetivo siempre ha sido el desintegrar a España como Patria de todos los españoles, como Nación y Estado. Los políticos e intelectuales de la Transición que venían de la Dictadura franquista o del exilio, permitieron que el cáncer del nacionalismo excluyente junto con el terrorismo de ultraizquierda, empezara a carcomer el cuerpo de nuestra joven democracia. Grave error, que nunca debieron haber cometido porque conocían a la perfección que los nacionalismos y el terrorismo anarquista, contribuyeron a la Guerra Civil de 1936 en colaboración con los partidos antidemocráticos de izquierdas que querían imponer la dictadura del proletariado del marxismo y del socialismo, ciegos seguidores de la revolución sangrienta al estilo bolchevique. A ello se añadió  la permisividad, la desunión, la cobardía moral y política de los partidos de derechas, más legalistas que democráticos, que a pesar de ser acusados falsamente de fascistas y golpistas cuando llegaron al poder elegidos por el pueblo, mantuvieron la legalidad de una Constitución laicista, jacobina, y sobre todo anticatólica, como fue la de la II República.

La España Constitucional abortada, desde 1978 hasta ahora, nunca ha dado a luz a una sociedad abierta y plural, de pensamiento crítico y objetivo. Las políticas mediocres y panfletarias del socialismo laicista y ateo sin ideas ni propuestas de renovación socioeconómica, política y cultural, ni tampoco las políticas estrictamente economicistas y sin pensamiento social y cultural del neoliberalismo acomplejado, han conducido a mantener a la democracia constitucional española en una inmadurez  e inseguridad, que han hecho de ella un cuerpo social y político que se ha quedado en una inamovible y egocéntrica adolescencia.

Es una inexactitud histórica, hablar de democracia constitucional al período que va desde 1978 hasta el 2006 donde se ha reformado, de forma inconstitucional, un totalitario estatuto de autonomía de escasísimo apoyo en las urnas, que busca romper la unidad y la soberanía del Reino de España a cambio de un sistema confederal anticonstitucional, insolidario e inmoral que va a provocar que aparezcan más naciones y estados cuando sólo hay una Patria común, una sola Nación y un Estado único como multisecularmente se ha definido a España y así recoge la Constitución de 1978. De este modo se aniquila lo que son sus orígenes históricos que se reconocieron en el primer texto constitucional español como fue la Constitución liberal de las Cortes de Cádiz (1812). Más bien  habría que acuñar un nuevo término político para definir un período político que nunca hizo afectiva la Constitución Española: la demoautocracia.

Democracia, viene del griego “démos” (pueblo) y kratéo (gobierno o autoridad). Significa en las democracias consolidadas, gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. La demoautocracia, conserva de la democracia el rótulo formal de “démos” pero no tiene ya su valor y significado histórico y constitucional porque la autocracia< “autokráteia” (gobierno autoritario de uno sólo, del yo domino) lo ha envilecido y pervertido, pues, se sirve de la voluntad popular, de la democracia, de la división de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, y de todos los instrumentos mediáticos y económicos de poder, para imponer el programa político de una mayoría radical que viola las constituciones democráticas y la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948).

La demoautocracia es un totalitarismo encubierto que se sirve de la democracia constitucional para perpetuar en el poder al líder demoautócrata. Simula elecciones parlamentarias, pero el voto de los ciudadanos ya está pactado y reconducido por las leyes electoras y por los pactos y coaliciones que utilizan el consenso dictatorial de los poderosos. Se pide el voto, pero no para el bien común de los votantes, sino para alzar en el poder al demoautócrata de turno. La demoautoacracia, para bien entenderla, es la aplicación de un sistema autoritario en un contexto social y político económico de cierto bienestar material pero drogado por la pasividad ante los grandes problemas del hombre que más tarde o más temprano acabarán con ese bienestar ególatra: el terrorismo, los ultranacionalismos, la destrucción de la unidad de la Nación, el aborto, la eutanasia y la investigación con embriones sin límites, el caos educativo y cultural, la desintegración de la familia y del matrimonio, la corrupción del Estado, la persecución religiosa y de la libertad de información y opinión. La demoautocracia es como una de esas “demos” traicioneras de los programas informáticos, que entra en nuestras vidas sin  darnos cuenta, y cuando menos te lo esperas, se ha instalado en ella para siempre, y sin tu consentimiento te ha esclavizado.

En las demoautocracias como la española, los ciudadanos son sometidos a un lavado  de la conciencia de la realidad histórica y de la realidad en la que sobreviven, trabajan, comen, duermen, se divierten, se reproducen escasamente, y un día mueren. La inhibición nihilista ante el aborto y la experimentación eugenésica con embriones humanos; la desmoralización social y cultural; el consumismo salvaje; la apatía política; el desprecio a Dios y a la vida; la permisividad y la promiscuidad sexual de la ideología de género; la irresponsabilidad consentida o inconsciente ante la corrupción; la inseguridad ciudadana; la producción totalitaria de seres humanos clónicos; la destrucción de la familia como maternidad y paternidad, filiación y fraternidad: constituyen el caldo de cultivo para que crezca el sistema totalitario llamado demoautocracia.

La demoautacracia está manipulada por un partido que controla exclusivamente el líder demoautócrata. Uno de sus objetivos del demoautócrata es eliminar a los partidos democráticos que representan las pluralidades ideológicas para imponer un solo partido, una partitocracia, un partido único y hegemónico que sólo pacta con los partidos minoritarios de su misma tendencia radical con el fin de eliminar a los partidos y a las instituciones como la Iglesia Católica que representan la voz y los derechos de una gran mayoría de ciudadanos que quieren vivir en una democracia pluralista y de libertades.

Dentro del sistema político de la demoautocracia, sólo tienen cabida las oligarquías político-económicas; los monopolios autoritarios de los medios de comunicación; la inseguridad jurídica; las dictaduras de los nacionalismos antidemocráticos y anticonstitucionales; el terrorismo nacionalista e islámico; el cesarolaicismo ateo, agnóstico y anticristiano; el socialismo y el neoliberalismo laicistas anticatólicos; el control totalitario de los medios de información, de la cultura y de los medios de producción.

El objetivo fundamental de los demoautócratas es la destrucción controlada de la democracia constitucional en sus poderes legislativo, ejecutivo y judicial como paso previo para traer la destrucción de España. Si los españoles siguen cerrando los ojos ante la realidad ficticia de la demoautocracia y sus mentiras disfrazadas de mundos felices, ya saben el destino que les espera: el caos político, económico y cultural.