La necesidad todas las leyes vence

Autor: Diego Quiñones Estévez

 

 

Dice el sabio español de la ecología católica del siglo XVI, Fray Luis de Granada (1504-1588) “que los hombres bárbaros y sin conocimiento de Dios llegan de lance en lance a destruir de tal manera los dotes de la naturaleza, que llegan a hacerse más bestiales que los brutos animales”[1] Y pone como ejemplo a un pueblo bárbaro de Asia, los “masagetas”, que mostraban no tener el sentido de la honestidad y la castidad, que,  los seres humanos y la mayoría de seres del reino animal conservan por la acción de la Providencia y la Sabiduría de Dios. Los “masagetas” tenían a las mujeres en plan comuna, como propiedad colectivista, hasta tal extremo de aberración que los actos sexuales con ellas se exhibían en público. Hoy asistimos a un espectáculo parecido en las ideologías del relativismo moral y en los vendedores de la ideología de género que son ciertos medios de comunicación, y ciertas formas de transmisión artística y cultural, que superan en miseria y degradación de la persona a los”masagetas”, pues, las desviaciones sexuales contra natura, contra lo que por naturaleza somos sexualmente, hombre y mujer, se pretenden elevar a la categoría de derechos humanos, cayendo en una neurosis psicosexual que niega nuestra auténtica dignidad sexual de personas.

Los vendedores de la pornografía legislada bajo la mercadotecnia de la democracia formal, populista y promiscua, están obsesionados por destruir uno de los fundamentos antropológicos y teológicos de la moral y la cultura de Occidente, que nos ha llevado, nada más y nada menos, a los Derechos Humanos fundamentales y a una humanización de la vida privada y pública de las sociedades: Dios nos creó a su imagen y semejanza. Somos imagen de Dios, y como tal imagen poseemos unos dones y facultades naturales para vivir en común y de modo natural y transcendente, ayudados por la semejanza que Dios nos da, es decir, por la gracia y virtudes sobrenaturales. La posmodernidad nihilista, heredera de la nada del existencialismo y de las ideologías de la muerte del Siglo XX, sigue empeñada en hacer desaparecer de la vida de los hombres y mujeres, la imagen de Dios, y como consecuencia, también quiere destruir la semejanza que nos ha concedido por la gracia del Espíritu Santo, reduciéndolos a comportamientos instintivos que pervierten la semejanza de Dios, en semejanza de instintos básicos, más propio de un mundo primitivo e irracional de los animales salvajes. Todo el amor de este mundo, nace sobre el amor de Dios que hizo a los hombres y mujeres semejantes a Él, y con nuestra razón, con nuestro conocimiento, concebimos a Dios en nuestro interior y en nuestras acciones externas. Por eso el amor del hombre y de la mujer, están unidos en el amor de Dios que los transforma y les ayuda a amarse y amar a sus hijos y a los demás.

Las actuales leyes contra lo que es natural en el hombre y la mujer(el matrimonio y la familia), siguen esa  primitiva pauta transgresora, por más que los actuales bárbaros de la posmodernidad relativista la enmascaren con nuevos rótulos ideológicos y la lleven al extremismo, que,  hoy en día es la ideología de género, que no distingue los dos sexos que Dios ha puesto en la naturaleza: mujer y hombre, femenino y masculino, esposa y esposo, macho y hembra y todas los vocablos que conforman el campo semántico de la familia: hija e hijo, niña y niño, madre y padre, abuela y abuelo, nieta y nieto, tía y tío, prima y primo. Las innombrables orientaciones sexuales de la ideología de género, son la entrada al consumismo consensuado del sexo por el sexo en las plazas públicas de las democracias formales que controlan la vida privada y pública de las personas, y desprecian la razón y la verdad de que toda persona es un equilibrio entre su cuerpo y espíritu. Cuando se legisla sólo para satisfacer las necesidades instintivas más primarias como es el consumismo individualista del sexo, la consecuencia grave es que “la necesidad todas las leyes vence”[2], es decir, que las necesidades aniquilan todas las leyes de la razón, todas las verdades y todos los principios morales que dignifican al ser humano, como es el de la sexualidad humana que se basa, por naturaleza, en el amor y la procreación de las personas comprometidas con Dios y el mundo donde viven, para hacerlo más humano y habitable.

 

[1] Fray Luis de Granada, “De otras propiedades muy notables de diversos animales”, en Introducción del símbolo de la Fe, Editorial Bruguera, S.A., Barcelona, 1984, p. 214.

[2] Ibídem, p.220.