Discriminación religiosa y consenso político.

Autor: Diego Quiñones Estévez 

 

 

Los intelectuales de la cultura nihilista, quieren silenciar el hecho histórico que recorre las venas de la historia universal: la religión y toda la cultura emanada de ella. Asentados en los medios de comunicación del poder y en los organismos de la contracultura educativa, audiovisual y del pensamiento fundamentalista, no consideran que la Historia de las Religiones es la experiencia teologal del hombre en todos los ámbitos de la existencia: personal, social e histórica. Como son los guardianes de la democracia procedimental o formal, no admiten una visión histórica de la realidad pasada y presente, no admiten ninguna referencia a las múltiples formas de las religiones en el arte, en la literatura, en la filosofía, en la vida. Ellos son el principio y fin de todo lo que les interesa para sus beneficios económicos y sociológicos, y no admiten nada que no entre dentro de sus órbitas unidireccionales que navegan hacia un futuro indefinido.

Ellos, y los políticos del laicismo secularizante que los mantienen, se empeñan en convencernos con palabras vacías destinadas a una mayoría de mentes previamente hipnotizadas por sus mentiras bien masticadas por las muelas del juicio mediáticas y luego bien digeridas por los estómagos agradecidos de tantas y tantas organizaciones politizadas. En nuestra escueta historia democrática española, se han utilizado palabras hiperambiguas como aquella tan manoseada por la transición democrática que fue la palabra “concordia”, repetida para arreglar todos los problemas sociales y políticos, y que  venía a ser algo así como ir cogiditos de la mano todas las fuerzas políticas y sociales del momento, para empezar un camino que con el paso del tiempo, algunos de sus protagonistas, pretenden que desemboque en el del abismo de la fractura del Estado Español, y por su puesto de su identidad histórica. De la España de la concordia, ya no queda nada, lo cual viene a darnos la razón, de que era sólo un reclamo verbal publicitario. Otra palabra prostituida por los políticos y los intelectuales de la progresía neomarxista, es la palabra “solidaridad”, de un incuestionable origen cristiano ha ido degenerando en un comodín que sirve para todo y no significa ya nada. La solidaridad es humana y transcendente, es la comunión de Dios y el hombre con la realidad histórica; es ser misericordioso, ayudar a quien lo necesita, bien sea en un aspecto material o espiritual; es distribuir de forma justa los bienes y el trabajo. Éste sentido, ha desaparecido, llegando a designar degeneraciones semánticas, como la de ser solidario con unos chorizos de maletín, trajes y corbatas de lujo, que están en la cárcel, pero como han llenado las cuentas bancarias de sus amigos, éstos por “solidaridad”, los visitan y defienden a muerte contra toda razón jurídica y la evidencia pública de sus desmanes.

Ahora, los intelectuales y políticos de la democracia formal, funcionalista y estructuralista, adoptan una nueva estrategia de la ambigüedad semántica, la que viene dada por la palabra “consenso”. Bajo su paraguas quieren cobijar lo que les interesa, y por supuesto, la discriminación de lo que no les gusta, que es la religión y sus manifestaciones socioculturales. “El consenso” es lo que ellos quieren que sea, aunque no sea lo que piense y diga la mayoría o la evidencia histórico-cultural. Así, por ejemplo, parece que no hay consenso, político, social, ni por supuesto moral, para  imponer la ampliación del aborto sin límites: manda la minoría del feminismo radical; No hay tampoco consenso sino imposición de criterios contrarios a la mayoría sociológica, sobre la apetencia política de llamar matrimonio a las uniones homosexuales, sin consultarlo con los que defienden lo que es suyo por lógica histórica y natural, el matrimonio y la familia de siempre y por siempre: se impone la minoría del lobby homosexual; Y ni mucho menos hay consenso para la educación donde se imponen las fracasadas teorías de la pedagogía laicista como la de un igualitarismo de la mediocridad o la funesta identificación entre escolaridad obligatoria con enseñanza obligatoria. El consenso, vemos, pues, que es no consentir nada que a ellos les perjudique en el patrimonio de su poder político y cultural.

Por la Unión Europea, también circula la moneda del consenso, consenso para todo, menos para lo que es el alma de la cultura y el pensamiento de Europa, el Cristianismo. En los borradores sobre el “Preámbulo” del futuro Tratado Constitucional de la Unión  Europea, se le ha visto el plumero al consenso de la demagogia, ya que se habla de que las únicas raíces histórico-culturales de Europa son Grecia, Roma y la Ilustración. Se olvidan y discriminan, conscientemente, de todo el legado cultural del Cristianismo, desde Roma, pasando por toda la Edad Media, el Renacimiento, el Barroco, etc., etc.,... Se olvida, intencionadamente, que así no era el proyecto de Europa en el pensamiento universal y cristiano de los padres fundadores de la Unión Europea, los católicos: Adenauer, De Gasperi, Monnet y Schuman. Sin duda, esto obedece a la ideología de la desvinculación, de la desintegración, de la destrucción  de toda referencia  histórica y cultural del Cristianismo en las sociedades del bienestar material de una Europa de las administraciones burocráticas y economicistas, fanatizadas por los beneficios de los euros. Europa, por esta senda sectaria y totalitaria de la productividad económico-política, camina no sólo hacia la llamada “catástrofe antropológica”  sino también hacia la “catástrofe teocéntrica y teándrica”, ya que se quiere destruir la dimensión teologal de la persona, la dimensión que permite al hombre adquirir su condición de ser  humano y transcendente, porque el  Cristianismo es la experiencia teologal suprema de toda la historia de la humanidad.