La tapadera amoral de la violencia de género

Autor: Diego Quiñones Estévez

 

 

  Los políticos de la progresía polivalente, llevan ya cierto tiempo empeñados en hacernos tragar un nuevo producto para el consumo de los indefensos consumidores. La patente de su innovadora marca es la hiperanunciada: violencia de género o violencia doméstica. La violencia de género, aparte de ser una estúpida e incongruente traducción del inglés, es un sintagma ambiguo ya que no se da la violencia de un género contra otro, y además, aunque las víctimas mayoritarias sean mujeres también las hay que son hombres, niños, jóvenes y adolescentes. La misma ambigüedad semántica se da en el sintagma violencia doméstica, ya que este tipo de violencia no sólo se da dentro de las familias entre esposas y esposos o entre padres e hijos, sino también fuera de ellas y en otros ámbitos y con otros tipos de convivencia humana.
Pero los políticos de la progresía polivalente, siguen en su empeño porque gozan de muchísimo prestigio y poder en los supermercados mediáticos de la venta rápida, directa y a domicilio; porque tienen sus lobbys de presión y sus ongs infiltrados y subvencionados por los recovecos del poder político y social para la promoción de la ideología de género; y porque gozan de muchísima influencia en los programas de educación sexual para niños, adolescentes y jóvenes donde se promocionan con eslóganes como: “Cambios sociales y Nuevas Relaciones de género en la Educación”;”Violencia de género entre Parejas Adolescentes”; “La construcción social de los roles sexistas”; “Intervención educativa en la violencia de género”; “Día Internacional contra la violencia de género”. Eslóganes que solapadamente conculcan el derecho que tienen los padres a tutelar la educación sexual de sus hijos. 
Los políticos de la progresía de izquierdas (neomarxista) y de derechas (neoliberal posmoderna), viven obsesionados por hacer de la violencia de género una planta de reciclaje por donde han de pasar, para su depuración ideológica y amoral, la familia, el matrimonio, la heterosexualidad, más los recipientes de la homosexualidad, la bisexualidad, la transexualidad, el lesbianismo, las parejas de hecho y de deshecho. Todos ellos entran, según ellos, dentro del mismo producto. Pero, ¿cuál es la trampa-tapadera de la publicidad engañosa que se utiliza para querer registrar en la sociedad, la marca de este producto?: Es el feminismo radical y neomarxista renacido en Estados Unidos que propugna sustituir lo femenino y lo masculino, en definitiva, el concepto histórico de sexualidad, por el sociológico y ambiguo rol de género. De este modo, se pretende alcanzar, por una revolución sexual, una sociedad sin clases de sexo.
Según las feministas radicales, acérrimas enemigas del feminismo que defiende la igualdad moral y legal de los dos sexos de toda la vida, el género es un producto del pensamiento y de la cultura, un invento social que configura la auténtica naturaleza del individuo. Por ello, el enemigo de este feminismo ultrarradical, es la diferencia sexual entre el hombre y la mujer, pues para él no existen dos sexos sino orientaciones sexuales. Llegan a decir que hay hasta más cinco desorientaciones sexuales, que son: mujeres heterosexuales, mujeres homosexuales, hombres heterosexuales, hombres homosexuales, bisexuales y transexuales. Y además, pretenden que falsifiquemos o desterremos de nuestro vocabulario palabras de toda la vida tan entrañables como “madre”, “padre”, “esposa” o “marido”, etc., etc. ¡Menudo caos sexual! ¿Quién está dispuesto a digerirlo? ¿No dicen las evidentes pruebas científicas de la genética que sólo hay dos sexos: hombre y mujer? ¿La neurobiología no nos ha demostrado, que sólo hay un cerebro masculino y otro femenino? Y el mismo Cristo sentencia: “¿No leísteis que el Creador desde el principio los hizo varón y hembra?”(Mt 9, 4).
La excusa, el pretexto para promocionar el producto del feminismo de género, siempre es presentar a la mujer como víctima de la sociedad, y a la cual se utiliza para defender el aborto, la libre reproducción sexual, la adopción de niños, la homosexualidad, la transexualidad, el lesbianismo, y otras formas artificiales de sexualidad al margen y en contra de la realidad histórica y natural que es el matrimonio y la familia. Como consecuencia de todo esto, no es extraño que quieran cargarse a la familia, al matrimonio, a la educación integral, a la cultura, y a la religión, porque se consideran anticuados, y, que, por cuestiones prácticas, estorban la libertad sexual de las muchas e indefinidas opciones sexuales de su ideología de género.
¿Nos habremos enterado bien, por dónde van los proyectiles del peligroso producto de la violencia de género? Si es así, a partir de hoy, de nosotros depende ponerle la fecha de caducidad, o si no, atengámonos a las consecuencias: estamos a las puertas de una ruptura antropológica en nuestra sociedad, al degradar la familia, la sexualidad y el matrimonio, ruptura programada por el relativismo laicista de la permisividad y la promiscuidad que busca la desvinculación, la destrucción del concepto de persona, algo propio de la civilización occidental, para sustituirla por la ideología de género que propugna que ha de ser el sexo y las relaciones sexuales, las que sean portadoras de derechos, y no la persona. Así, pues, ni biológica ni objetivamente, habrá dos sexos, el masculino y el femenino, sino más de cinco orientaciones sexuales con los mismos derechos y equiparaciones al matrimonio de siempre. 
¿Los políticos de la progresía laicista no habrán caído en la cuenta en el supermercado hipersexual en el que pretenden meternos, y donde cualquiera, de la noche a la mañana, puede cambiarse de sexo, como si se tratara de zapatos, trajes, corbatas o bolsos? ¿Tampoco habrán caído, en las gravísimas repercusiones sociales, culturales, educativas, morales, éticas, sanitarias, económicas y políticas? La función de un Estado democrático y de sus máximos responsables políticos, es no confundir la libertad con la permisividad y la promiscuidad sexual, y ser coherentes y no utilizar para los beneficios del poder, las especulaciones de minorías sociales que degradan el bien común, la dignidad de las personas, la familia y el matrimonio.