Estado-nación apátrida e idólatra

Autor: Diego Quiñones Estévez

Blog del autor

 

 

El peligro de la desintegración de España como Patria común de todas las regiones o comunidades españolas, con un pasado y un presente cultural, religioso y político que nos dan su identidad histórica en el mundo, arranca de unos sus orígenes bien conocidos por la Historiografía. Mucha culpa de ello la tiene el  controvertido concepto político de “estado-nación”, ya sea de matiz neoliberal o neomarxista revolucionario, que la Modernidad ha ido imponiendo en las sociedades occidentales hasta hacerlas perder el sentido del concepto moral, natural y universal de lo que es la Patria[1]: la Patria es el lugar integrador donde nacemos y crecemos alimentados por sus raíces históricas, jurídicas, culturales y religiosas. La raíz etimológica del latín de Patria (patrius) nos remite a: paterno, del padre, del cabeza de familia, paternal. El campo semántico de Patria, nos lleva también a: “patria res”, patrimonio, transmitido de padres a hijos, tradicional; “patrium sepulchrum”, sepulcro de los mayores; y “patria sermo”, la lengua materna.[2] En los orígenes etimológicos del castellano o español, el vocablo Patria, en el 2º cuarto del siglo XV, viene propiamente a significar: tierra de los padres[3]. Por tanto, en la palabra “Patria”, maternidad y paternidad se encuentran interconectadas, y nos traslada a un sentido de una familia universal que se fundamenta en un patrimonio histórico-espiritual que otorga a la Patria un valor espiritual[4], un espíritu, una obra espiritual que en el caso de España, es el espíritu de la Religión Católica que unió a todos sus pueblos en una misma tierra y en una misma Historia que se funda en el bien común.  

En cambio, el estado-nación es apátrida, porque ha renunciado y negado a la Patria como comunidad política y espiritual ya que nunca ha ejercido lo que siempre ha proclamado: una autoridad neutra, objetiva y racional, así como tampoco ha hecho factible que sea la representación de la soberanía popular[5] y de las libertades en la vida pública y privada de las democracias. El estado-nación apátrida, nos ha llevado al jacobinismo del siglo XVIII, a los totalitarismos y nacionalismos de los siglos XIX y XX y a la dictadura del relativismo del siglo XXI, pervirtiendo los Derechos Humanos, las libertades constitucionales y destruyendo el patrimonio de la Tradición cultural, religiosa y política de los pueblos que ha propiciado y propicia que tengan un sentido de la vida en el mundo. El estado-nación ateocrático, ha despreciado y atacado a la Patria en sus diversas formas de poder: empezando por la democracia roussoniana del contrato social, y siguiendo con las democracias liberales inorgánicas, las democracias orgánicas y populistas de izquierdas y derechas, y acabando con las democracias constitucionalistas del consenso, ancladas en el contractualismo moderno que imponen el poder de las mayorías parlamentarias, el igualitarismo de las urnas, los intereses de las  partitocracias, el escepticismo, el ateísmo, el agnosticismo, el laicismo y por supuesto, la ateocracia y el relativismo absolutista y totalitario. 

El estado y la nación, renuncian a la Patria cuando se transforman en dioses paganos del poder. Recordemos cómo los totalitarismos fascistas y comunistas, dieron lugar al estado-nación apátrida e idólatra, cuando destruyeron desde el poder los vínculos históricos, religiosos y culturales de los pueblos que esclavizaron. En el actual siglo XXI, el estado-nación, en manos del relativismo neoliberal o neomarxista, condena a las sociedades al olvido de su historia y a la destrucción de sus fundamentos espirituales y religiosos. El ejemplo más palmario es Europa: el relativismo político y amoral junto con el economicismo idólatra de la sociedad del bienestar, están dejando a sus hombres y mujeres sin un referente histórico tan vital como es el Cristianismo: la Europa cristiana ya no es la Patria comunitaria de las patrias históricas que la han conformado; el poder ciego de los estados-naciones secularizados, ya sean neoliberales o neomarxistas( relativistas, laicistas, agnósticos, ateos y economicistas) han desfigurado su rostro de Patria acogedora y progenitora de la cultura, del pensamiento y de la espiritualidad occidental.  

En España, en tiempos de la II República(1931-1933),[6] los nacionalismos y la izquierda revolucionaria marxista, anarquista, jacobina y ácrata, intentaron destruir el sentido de España como Patria que integra las diversidades que la constituyen y definen  para sustituirlo por una dictadura soviética, y nos abocaron en el siglo XX a la Guerra Civil de 1936, y ésta nos condujo a la Dictadura franquista que falsificó, con el nacionalcatolicismo, el sentido histórico y espiritual de España como Patria de todos los españoles. Ahora esos mismos nacionalismos de las ultraderechas nacionalistas y de las ultraizquierdas nacionalistas, vuelven a lo mismo, utilizando privilegios injustamente otorgados por los partidos mayoritarios que han gobernado y gobiernan nuestra democracia constitucional desde la práctica del contractualismo del consenso social y político, desde el servilismo al poder omnímodo del estado-nación apátrida e idólatra que antepone los intereses ideológicos al amor a la Patria.  

Los nacionalismos radicales minoritarios y privilegiados por una ley electoral vetusta y nada acorde con la realidad social y política de una democracia asentada, menosprecian el sentido de España, sin embargo son propiciados por las partitocracias del estado-nación neutral al justificarlos desde el relativista concepto neoliberal que defiende el filósofo y sociólogo alemán Jürgen Habermas(1929)[7]: el “patriotismo constitucional”, que es aquel que permite que los ciudadanos hagan suyos los principios constitucionales, teniendo en cuenta “la propia historia nacional”, a la cual se debe  analizar desde la perspectiva de “una política de la memoria” de carácter autocrítico[8] pero haciendo que prevalezcan los principios democráticos sobre los valores y las ideas culturales y religiosas, que, para Habermas, son como lastres, como estorbos, como “anclajes pre-políticos” que entorpecen “las mentalidades republicanas” y constitucionalistas. De ahí que sea preciso que “los principios de justicia solidaria” penetren en las orientaciones culturales de los ciudadanos para impregnarlas, es decir, para relativizarlas y obligarles a que pierdan su identidad cultural, religiosa y política en beneficio del estado constitucional de “las libertades comunicativas", en beneficio y gratitud de “la modernización de la conciencia pública” de “la sociedad postsecular”, que abraza por igual a “las mentalidades religiosas y a las mentalidades mundanas”.

La política revisionista de la memoria histórica autocrítica, ya sabemos en qué ha consistido por parte tanto de los neoliberales como de los neomarxistas: en el desprecio del pasado histórico y cristiano católico que constituye la esencia de la identidad de España, Europa y América. Se practica un consenso político que no renueva nuestros vínculos históricos con nuestra tradición política, cultural y religiosa. Y que sería la única forma de acabar con los falsos y anacrónicos patriotismos nacionalistas, y con los patriotismos constitucionalistas del poder neutral del estado-nación, que destruyen  la conciencia y la identidad histórica de los pueblos, dejándolos vacío de su Tradición para conducirlos a un futuro de progresismo indefinido. 

El poder político del estado-nación, ha tenido buena culpa de ello, los partidos mayoritarios, especialmente la izquierda de la desvinculación histórica y religiosa de España, han permitido que los nacionalismos marquen el rumbo de la política interna e incluso exterior de la España constitucional. Con tal de mantenerse en el poder, han cedido competencias políticas, económicas y culturales, que en democracias más maduras, son inadmisibles y que se hubieran paralizados en beneficio de todos los españoles, en beneficio de la salud democrática y del bien común.  

El poder político del estado-nación, no ha desarrollado un cuerpo democrático y constitucional porque ha hecho prevalecer un neutralismo secularizador de la Constitución Española (1978) imponiendo la fuerza ideológica del derecho, forzando a que prevalezca el derecho del más fuerte y de  las mayorías parlamentarias y no “la fuerza del derecho”, como señala el Papa Benedicto XVI [9]en su diálogo con Jürgen Habermas, sobre cuáles deben ser las bases morales prepolíticas del Estado liberal. 

El poder político del estado-nación, junto a sus aliados principales, los poderes mediáticos y económicos (a quienes se subvenciona y mantiene con privilegios como los monopolios y oligopolios de comunicación y producción) se han atenido al relativismo neoliberal o neomarxista del patriotismo constitucional y nunca se han puesto al servicio del derecho y de la identidad histórica de España que se fundamenta en el patriotismo integral[10] e integrador, en el patriotismo espiritual del bien común. Ello ha provocado la supervivencia de los ultranacionalismos que se ha manifestado en sus apoyos explícitos e implícitos a los terroristas de la izquierda radical y en permitirles un acoso y derribo a la convivencia entre los españoles por medio de un lenguaje político violento y antiespañol al que se acompaña con unas acciones políticas antidemocráticas que una y otra vez caen en la arbitrariedad y en el fundamentalismo político que defiende un territorio y una raza por encima de la justicia, el bien común, la solidaridad, el derecho a la vida, las ideas y los valores espirituales universales que han hecho de España una Patria sin la cual no se entiende ni se explica la Historia Universal.  

El estado-nación ha de estar al servicio de la Patria, y nunca debe administrarla y gobernarla desde los antojos del poder según las circunstancias y los intereses políticos.

En una verdadera democracia, el derecho constitucional ha de ser vehículo de la justicia y del bien común[11], ha de propiciar una Patria común en la diversidad de todas las regiones y generaciones de españoles que multisecularmente la han construido como una obra espiritual, política y cultural en libertad.



[1] Parra, Ricardo, “El nacionalismo del Estado Moderno”, en www.arbil.org, Revista Arbil nº 66- 06-11-2004.

[2] Diccionario ilustrado. Latino-Español. Español-Latino, Edit. VOX, Barcelona, 199721ª.

[3] Corominas, Joan, Breve Diccionario etimológico de la Lengua Castellana, Edit. Gredos, Madrid, 1980.

[4] Maeztu, Ramiro de, Defensa de la Hispanidad, Biblioteca Homo Legens, Madrid, 2006, págs, 173-188.

[5] Parra, Ricardo, “El nacionalismo del Estado Moderno”, op. cit.

[6] Pío Moa, “Introducción”; “Desestabilización de un gobierno legítimo”; “Comienza la insurrección”;  “Companys declara la rebelión”; “La represión”;”La creación de un ambiente de guerra civil”; “Del comienzo a la reanudación de la guerra civil”; “La fuente de los errores”; “La Gran Patraña(Javier Ruiz Portella), en 1934: Comienza la Guerra Civil. El PSOE y la Esquerra emprenden la contienda, Edic., Áltera, S.L., Barcelona, 2004, págs 35-44; págs 72-91; págs 94-101; págs 104-112; págs 141-148; págs151-155, Págs 159-169; págs 173-179; págs 181-186.

[7] Habermas, Jürgen, “Las bases morales prepolíticas del Estado liberal, según Jürgen Habermas. Ponencia en un diálogo con Joseph Ratzinger, 19 de Enero de 2004, en Documentos, de www.revistaecclesia.com, 30-07-2005.

[8] Ibídem, op. cit.

[9] Ratzinger, Joseph, “Las bases morales prepolíticas del Estado liberal, según Joseph Ratzinger. Ponencia en un diálogo con Jürgen Habermas, 19 de Enero de 2004”, en Documentos, de www.revistaecclesia.com, 30-07-2005.

[10] Maeztu, Ramiro de, Defensa de la Hispanidad, Biblioteca Homo Legens, Madrid, 2006, págs 180-188.

[11] Ibídem, op. cit.