La ficción gnóstica del Código da Vinci

Autor: Diego Quiñones Estévez

 

 

El panfleto anticristiano y anticatólico, lanzado por las promociones pseudorreligiosas del sincretismo sectario de la Nueva Era, la novela-ficción de Dan Brown, el Código da Vinci, se nos quiere vender como un texto con valor histórico irrefutable. Vana pretensión, por cierto, muy antigua y ya utilizada por las herejías y sectas del pasado y actuales, sobre todo a partir de los siglos II y III dC., cuando aparecen las corrientes filosófico-religiosas paganas del gnosticismo en Roma y Alejandría de Egipto. Las distintas corrientes eclécticas del gnosticismo nacen para destruir los dogmas fundamentales de la fe cristiana católica. Sobre todo, empezaron a hacerlo con la trivialización y la degradación de los Evangelios canónicos, auténticos y verdaderos e inspirados, no por capricho de la Iglesia Católica, sino porque así nos lo han demostrado los estudios históricos, exegéticos, arqueológicos y filológicos, de creyentes y no creyentes. Los gnósticos, desde sus primeros textos como La Sofía de Cristo o en el Apócrifo de Juan, utilizan a su antojo los fantasiosos e hiperbólicos evangelios apócrifos, y los consideran como la única doctrina que Jesucristo reveló, sólo y exclusivamente, a algunos discípulos o apóstoles y adeptos que están en posesión de un saber privilegiado y salvífico de carácter soteriológico. En concreto, el Código da Vinci, utiliza las confusas divagaciones gnóstico-maniqueas del “Evangelio de Felipe”de finales del siglo II dC.
El gnosticismo propugna el mito del individualismo, del neopaganismo de ser cada cual uno mismo y de alcanzar el conocimiento intuitivo de las cosas ocultas y la capacidad de salvarse autónomamente. Jesús viene a ser como un gran maestro de iniciación esotérica y no el Hijo de Dios hecho Hombre que resucitó para salvarnos del pecado. En definitiva, el gnosticismo es un sincretismo confuso y difuso de elementos tomados del Judaísmo, del Cristianismo, del pensamiento griego, de las religiones orientales y de la astrología. A esto, Dan Brown, añade un elemento de consumo más, añagaza para lectores acríticos: el feminismo radical gnóstico de la Nueva Era y el culto al sexo.
Heredera de estas corrientes ocultistas que consideran que tenemos un conocimiento absoluto e intuitivo, no revelado, de la divinidad, es el Código da Vinci: una vulgar ucronía para el entretenimiento, que viene a ser una novela, y la novela, como el gnosticismo, es un género multiforme, que lo abarca todo, lo sintetiza todo: la aventura, la poesía, la historia, el mito, el ensayo, la filosofía, lo psicológico, lo religioso, el arte, el ocultismo, etc., etc. Es decir, el Código da Vinci, es el relato de una historia de ficción, donde se narran hechos ocurridos en un mundo imaginario. Esto es todo lo contrario a los Evangelios, que es un género único e irrepetible del Cristianismo, y que narran acontecimientos ocurridos de verdad y que tienen el valor de los testimonios de los apóstoles y discípulos, confirmados por su objetividad histórica.
Así, pues, El Código da Vinci, ni siquiera es una novela histórica, por más que se empeñe el marketing del negocio editorial, de hacérnosla pasar por historia. No es historia, ni novela histórica. Como género de novela emplea la invención de tramas, la recreación de hechos, lugares, y personajes que aunque tengan nombres de personajes reales, son personajes novelados y ficticios. No es una novela histórica porque ésta siempre mantiene un fondo de realidad de hechos y personajes objetivos, por ejemplo, Los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós, las Memorias de Adriano de Margarita Yourcenar o La ciudad de los prodigios de Eduardo Mendoza. El Código da Vinci es sólo novela-ficción pseudorreligiosa. Aquí no aparece el Jesús histórico y de la fe, “Dios hecho Hombre”, que no es un invento ni de las primeras comunidades cristianas ni por supuesto de la Iglesia Católica. 
El novelista autor de esta ficción gnóstica, se inventa a un Cristo enamorado de la Magdalena, que nada tiene que ver con el de los Evangelios y los textos paulinos. En esta especulación literaria, Jesús queda reducido y degradado a lo mínimo, pues el autor lo despoja de la perspectiva histórica de la Salvación y lo convierte en lo que nunca fue, en un mito programado para conseguir grandes ventas de libros. Jesús como mito, o como un personaje histórico más, ha quedado rebatido por todas las ingentes investigaciones históricas y críticas que sobre Él y los Evangelios se han realizado durante 200 años. De ello el novelista se olvida conscientemente porque sólo le interesa la novelización, la pura ficción. Él emplea materiales que las ciencias histórico-críticas han demostrado que son textos-invenciones del gnosticismo, que empezaron en los siglos II y III dC., casi dos siglos después de Cristo. Estos materiales son frutos de la imaginación de los enemigos del Cristianismo, de la Iglesia Católica. Los Evangelios, en cambio, guardan la objetividad de los hechos y palabras de Cristo, porque estaban conectados con la historia reciente, y de modo especial, con el hecho histórico, exclusivo del Cristianismo, que fue la resurrección de Cristo, el Mesías. Sería prolijo señalar los muchísimos datos históricos comprobables de los Evangelios, de las Cartas de San Pablo, de todo el Nuevo Testamento y de toda la Biblia. Insistir, los Evangelios se escribieron cuando los testigos de los hechos y palabras de Cristo vivían (entre el 50 y el 90 dC.) frutos de una tradición oral y escrita ininterrumpida. Así el espacio temporal entre los textos-invenciones del gnosticismo (casi 2 siglos dC.) y el de la aparición oral y escrita de los Evangelios (10-15 años dC.), demuestra la veracidad de los escritos canónicos y la falsedad y manipulación de la mitología gnóstica, prefabricada y aderezada según sus intereses sectarios durante largo tiempo y a lo largo de los siglos.
Por si el autor de esta novela-ficción, no lo sabe, Cristo hace ya bastante tiempo que se ha demostrado que no es un mito sino realidad y experiencia histórica siempre viva en la Iglesia, desde las primeras comunidades hasta ahora. Él es un personaje único e irrepetible en la Historia de la humanidad. Nos lo dicen, pensadores y escritores de la talla de Rousseau: “Las obras de Sócrates, de las que nadie duda, están menos atestiguadas que las de Jesucristo...El Evangelio tiene rasgos de verdad tan grandes, tan evidentes, tan perfectamente inimitable, que su inventor sería más grandioso que el héroe”. (El Emilio, I,V). Nos lo dice Goethe. “Los cuatro Evangelios son auténticos, ya que los cuatro reflejan la altura espiritual cuya fuente era la personalidad de Cristo, que es más divina que cualquiera otra cosa en la tierra”. (J.P. Eckermann, Conversations de Goethe avec Eckermann (1836-1848); Y nos los dicen estudiosos del siglo XX como E. Renan: “Jesucristo no será superado jamás, queda para la humanidad como un principio infranqueable de todo renacimiento moral” (Vida de Jesús). Podríamos seguir y no acabaríamos. Pero nos basta para afirmar que el Código da Vinci es un burda falsificación gnóstica de Jesús, porque cuanto narra no tiene ninguna certeza científica, histórica y ni mucho menos ninguna certeza moral en el amor, la fe y la verdad de Cristo y de su Iglesia. Lo verdadero, lo cierto y demostrado, tras veinte siglos de Cristianismo, es la experiencia histórica de la Revelación de Dios al hombre que culmina en Cristo Resucitado, verdadero Dios y verdadero Hombre. Lo demás, son especulaciones de literatura de ficción para el consumo de los sucedáneos pseudorreligiosos, pseudocientíficos y pseudohistóricos como la Nueva Era y uno de sus productos más rentables: el Código da Vinci, ficción gnóstica para los crédulos de la ignorancia o para los incrédulos de la ingenuidad posmoderna, hijos de una cultura de poder que se aprovecha de aquellas personas que ya no saben interpretar la realidad desde las referencias de la tradición cristiana, y que parecen vivir como si Dios no existiera ni en la Historia, ni en Cristo, ni en la Iglesia, ni en el misterio diario de la vida.