Benedicto XVI en Brasil: la renovación de la Hispanidad

Autor: Diego Quiñones Estévez

Blog del autor

 

 

Cuando se habla de Hispanidad, en ella también se incluye las tierras del Brasil, cuyo impulso evangelizador definitivo llevó a cabo Portugal en el siglo XVI, siendo Rey Don Juan III (1502-1557) con las misiones de la Compañía de Jesús, fundada por San Ignacio de Loyola (1491-1556).

Las tierras de Brasil fueron descubiertas por españoles y portugueses en el siglo XV, pero tras diversas interpretaciones cartográficas y coyunturas políticas, quedaron en manos de los últimos después del Tratado de Tordesillas (1494) llevado a cabo entre los Reyes Católicos y Juan II de Portugal, el cual se pactó teniendo en cuenta la bula Inter Caetera (Entre los demás) del Papa Alejandro VI, donde se fijaron los fronteras de las tierras de conquista del Nuevo Mundo entre España y Portugal.

El Rey Don Juan III de Portugal, repobló la colonización de Brasil con esclavos africanos de Guinea porque la población nativa era escasa. El inhumano comercio de esclavos hacia América, que ya existía en África, los europeos lo inician  en el siglo XVI, duraría hasta el siglo XIX, siendo abolido en Brasil en el año 1888.

La Evangelización de Brasil y del continente americano, ha arraigado durante siglos y siglos a pesar de que las potencias colonizadoras antepusieron los intereses financieros y comerciales y la explotación antiecológica de las riquezas naturales, marginando el desarrollado integral de las personas; y a pesar, también(porque es de justicia histórica reconocerlo) de que algunos clérigos, religiosos y laicos, se olvidaron del verdadero compromiso de la misión evangelizadora de la Iglesia Católica, al sustituirla por las efímeras ganancias ideológicas del oro y de la plata, que, en el Descubrimiento y la conquista del Nuevo Mundo, impidieron no se aplicaran con rigor y eficacia distributiva Las leyes de Indias(1512). Leyes originarias del derecho internacional que demuestran la gran preocupación de los responsables políticos españoles por tratar a los indígenas como personas y no como instrumentos de esclavitud y explotación, cosa última que sí llevaron a la práctica los franceses y los ingleses en sus colonias.

De hecho, tan sólo en la América hispánica, los españoles y portugueses rehabilitaron las poblaciones nativas que habían sido diezmadas por las guerras de conquista y sobre todo por las enfermedades que traían los europeos para las cuales el organismo de los indígenas no estaba preparado. Emigrantes españoles y portugueses, junto a los esclavos africanos y los nativos, ayudaron al aumento demográfico del Nuevo Mundo gracias a la interculturalidad, gracias al espíritu integrador de la Hispanidad.

En la legislación colonial de otros países, no se halla la aplicación y el reconocimiento de una justicia tan equitativa por parte de los reyes hispánicos como fueron Las leyes de Indias y su posterior Recopilación de las Leyes de los Reinos de las Indias que fue sancionada mediante una pragmática por Carlos II (1665-1670).

La Hispanidad ha sido y es una de las mayores obras de civilización que se han realizado en la Historia de la humanidad porque su fundamento ha sido llevar el conocimiento del Evangelio a los indígenas, el Evangelio y la cultura, la ciencia y la política de Europa, que la Iglesia Católica, con el paso de los siglos fue sembrando en toda Hispanoamérica.  

La evangelización y la educación de los Jesuitas en Brasil, como en otras tierras de Hispanoamérica a través de las reducciones, se centró a partir de 1549 en lograr la libertad de los indígenas y los esclavos negros de África que era esclavizados como mano de obra por los colonos, más interesados en la explotación de los recursos naturales que en la dignidad de los indígenas y de los esclavos negros. A partir de 1580, la Iglesia Católica envía otras órdenes religiosas como los benedictinos, los carmelitas, los franciscanos y los capuchinos.

En los siglos XVIII y XIX, con la llegada de la Ilustración, la masonería, y el liberalismo regalista, independentista, anticlerical y anticatólico, invaden tanto Hispanoamérica como Brasil y se produce las expulsiones de los jesuitas y de otras órdenes religiosas, afectando a la estructura eclesiástica y a la labor educativa, cultural y social que la Iglesia llevada a cabo tanto con los indígenas como con la población blanca de Brasil.

Hasta el siglo XX, con los aires de renovación del Concilio Vaticano II (1965), no se hizo efectiva la separación de la Iglesia del Estado que benefició a ambos, y volvieron las órdenes y congregaciones religiosas cuya labor de evangelización e inculturación se enfrentó, como ahora en el siglo XXI, a los problemas de unas políticas dictatoriales y antidemocráticas  y una industrialización salvaje que destruye la naturaleza junto al ser humano. Brasil, como Hispanoamérica, precisa de una renovada evangelización que actualice la tradición religiosa y cultural de la Hispanidad, teniendo muy presente una acción comunitaria tanto del clero, como de los religiosos y de los seglares, en todos los espacios de la vida pública y de las ciencias teóricas y prácticas.

Brasil, la actual República Federal del Brasil, desempeña un papel fundamental en la Hispanidad porque política y geográficamente, Brasil limita con la mayoría de las naciones sudamericanas, exceptuando a Ecuador y Chile.

Brasil, al igual que toda Hispanoamérica, sigue padeciendo el acoso programado de las ideologías del relativismo como el socialismo populista e indigenista y del liberalismo pragmático, economicista y consumista. Como ya viene ocurriendo desde el siglo XVIII, con la Revolución Francesa (1789-1799) y el despotismo ilustrado, el objetivo de las ideologías materialistas sigue siendo la destrucción de los valores universales y espirituales que el Cristianismo legó a través del patrimonio histórico de la Hispanidad.

Las políticas neomarxistas y neoliberales, continúan empleando el laicismo radical, el materialismo relativista y hedonista y la inservible y falsa acusación de la Leyenda Negra de que el Cristianismo católico ha sido el culpable de la destrucción de las raíces de los pueblos indígenas de América, de las culturas prehispánicas que vivían ancladas en el Neolítico[1].

Los programas de las ideologías del relativismo, socavan los valores cristianos que lleva en sí la Hispanidad pero también La Declaración Universal los Derechos Humanos (1948). Lo hacen incentivando, por Brasil e Hispanoamérica, la promulgación de leyes antividas como las del aborto libre, la eutanasia activa y pasiva o la clonación de embriones humanos; con el intervencionismo del estado en la educación; con el indigenismo y multiculturalismo empobrecedor de las culturas milenarias de América que impide la pluralidad y la interculturalidad; con la destrucción de la antropología natural fundamentada en el matrimonio y la familia hombre y mujer para sustituirla por la imposición artificial de la neomarxista ideología de género que pervierte la esencia de La Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Brasil y toda Hispanoamérica, reciben el mensaje de Benedicto XVI que consiste en una revitalización de los valores espirituales y universales de la Hispanidad. Mantenerlos y engrandecerlos con la fe y la razón, con la Verdad y el amor fraterno de Cristo, hará factible que siga en pie la identidad de los hispanoamericanos frente a los ataques expansionista de las dictaduras del relativismo moral y político que llega de Norte América, de Europa y ahora también de Asia, a través de la neomarxista y neocapitalista República Popular China..

La visita pastoral de Benedicto XVI a Brasil, es para sembrar el mismo amor misionero con que las misiones de los jesuitas llegaron en el Renacimiento. En sus palabras, el Evangelio de Cristo, quiere ser la fuerza espiritual que impida las nuevas esclavitudes de los brasileños, que son las mismas que las de los pueblos hispánicos de Sudamérica: la pobreza por el injusto reparto de las riquezas naturales que aboca a los hispanoamericanos a una emigración irracional que desestabiliza a las familias; los regímenes políticos corruptos, populistas e indigenistas; la incultura causada por la falta de una educación universal; y el relativismo moral que impulsa la falsificación de la Religión como las sectas; las corrientes heréticas y cismáticas contaminadas por las ideologías mundanas como el marxismo, tal la teología de la liberación que ha distorsionado el mensaje del Evangelio, confundiéndolo con una pragmática y relativista liberación terrenal que llega a justificar la violencia como un instrumento para destruir la pobreza de Hispanoamérica.

Cuando en realidad, la pobreza material y espiritual y las miserias sociopolíticas de los hispanoamericanos, están provocadas por las injusticias sociales y políticas y las falsificaciones del Evangelio de Cristo.  

La Hispanidad sigue contribuyendo a la unidad de las naciones de América y del mundo, porque sigue teniendo una inmensa repercusión espiritual, científica, económica, moral, cultural y social. La Hispanidad nos ha legado el sentido de lo que es la convivencia en paz y en pos del bien común entre las diversas culturas de Hispanoamérica.


[1] Domínguez Ortiz, Antonio, “España y sus indias”, en España. Tres milenios de Historia, Edic., Marcial Pons- Historia, Madrid, 2003, págs, 183-200, Cap. VII.