Menosprecio de Dios

Autor: Diego Quiñones Estévez

 

 

Asistimos por los medios de comunicación y en las distintas formas de manifestaciones del nihilismo cultural, a un menosprecio de Dios, que se apoya en el pretexto de todos los necios: la libertad de expresión, a la que confunden con la libertad del insulto gratuito, la impunidad de la blasfemia y el menosprecio del hecho religioso.

Sucede con frecuencia en las televisiones y radios públicas y privadas, en el mundo del cine, por las multi-redes de internet, y por supuesto (como carnaza de ventas y éxitos editoriales, de espectadores, de lectores, de tiradas y de votantes) en las artes, en la literatura, en la política, y en el periodismo escrito.

El menosprecio de Dios no se oculta ni disimula, al contrario, se pone como un reclamo en el que los televidentes, los radioyentes, los lectores, los espectadores o los internautas, caen con frecuencia, unas veces por complacencia, otras por costumbre, y las más, por inercia y dejadez moral y crítica.

Si Dios fuera un auténtico principio social e individual que motiva la existencia de las personas, ya hace muchísimo tiempo que la utilización de Él para denigrarlo y reducirlo al absurdo, hubiera desaparecido. Aún así,  sigue vivo y latiendo en una gran muchedumbre, porque aunque los necios de todos los tiempos no lo quieran y no lo tengan presentes en sus vidas, Dios persiste en la experiencia social del hombre, subsiste en lo más hondo de la conciencia, subsiste en la sociedad, por muy atea, agnóstica, indiferente, anticlerical, consumista o laicista que sea.

La diferencia entre el necio y el creyente, es que el primero se ocupa de Dios para insultar a los demás, y el creyente se preocupa de Dios para elevar al hombre hasta la  dignidad de Dios. El necio no quiere conocer la sabiduría de Dios, el creyente se alimenta de ella.

La ocupación del menosprecio de Dios, se paga con buenos e incentivados sueldos, por tanto, el insulto de Dios se cotiza muy bien en los mercados bursátiles de los iconoclastas, en los espectáculos de las grandes masas, en los lobby radicales feministas y homosexuales y en las especulaciones de los intelectuales del relativismo posmoderno en decadencia de ideas y principios, ¿Cuántos beneficios no habrán dado, promocionadísimas obras como La última tentación de Cristo(1988) de Martin Scorsese, Stigmata(1999) de Ruper Wainwright, o la antihistórica y proislámica película de Ridley Scott El Reino de los Cielos o Cruzada(2005), o el último éxito editorial anticristiano-católico, El Código da Vinci(2004) de Dan Brown? ¿Cuántas alabanzas pecuniarias públicas y privadas han recibido y reciben los autores y promotores del menosprecio de lo sagrado? ¿Y cuánto daño moral no han provocado en sus consumidores, que son  eso, consumidores compulsivos de todo a cambio del vacío espiritual, a cambio de la nada necia e ignorante?

Pero por mucho que los necios convivan con nosotros, se suban al mismo ascensor de la vida, y a los mismos aviones, trenes y autobuses urbanos y discrecionales, llega un momento límite para quienes los hemos soportados por un tiempo prudencial, y recurrimos no a nuestros instintos viscerales, sino, primero, al perdón que supone la aceptación, la disculpa, el reconocimiento por parte de los necios de sus insultos blasfemos y sus agresiones blasfemas, y por último, como no suelen retractarse, a la denuncia en las plazas públicas y ante la ley, y al olvido total.