"Mis ojos han visto tu salvación"( Lc 2,30)

Autor: Diacono Jorge Novoa

 

 

Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor,  como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.  

Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo.
Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor.

Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

«Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación,  la que has preparado a la vista de todos los pueblos,  luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel. » 33

Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él.  Simeón les bendijo y dijo a María, su madre:

«Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! - a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones. » 

Dividimos la escena en dos grandes bloques: 1) La Sagrada Familia se dirige al Templo  cumpliendo con lo prescripto por la  Ley (purificación de la madre y consagración del primogénito). 2) Simeón eleva a Dios su acción de gracias y profecía. 

 

Custodios de los caminos de la salvación 

El Padre Eterno confió a María y José el tesoro más sublime, su Hijo Único. Ellos deben custodiar los caminos de la salvación. ¡Cuánto nos ama Dios! ¡Que misterio insondable y admirable, que nos llena de estupor, es el misterio de  la Encarnación!. Dios se hace hombre, niño pequeño indefenso y frágil. A esta corona que forman María y José como custodios de los caminos de la salvación, se agregan otros nombres, que intervienen en ese momento de gran expectación llamado "la plenitud de los tiempos", uno de ellos es Simeón. Recorramos con ellos la escena bíblica, acudamos a ellos en la oración para que nos introduzcan en el misterio de la Salvación. 

María portadora de la Nueva Ley 

Dios en la Antigua Alianza había entregado la Ley a su pueblo, Moisés como gran profeta elegido por Dios había instruido al pueblo sobre los caminos de la salvación. La Ley no era una realidad exterior, sino una ruta que develaba el camino hacia la felicidad. "La Ley del Señor es perfecta y descanso del alma…"

Los creyentes encontraban en ella el alimento necesario para el camino. Obedeciéndola, el abatido se fortalecía y el afligido alcanzaba consuelo, su portentosa luz se irradiaba sobre los intrincados acontecimientos históricos manifestando la presencia de Dios junto a su pueblo.

Pero, las infidelidades y falsas interpretaciones la habían desvirtuado en su núcleo, poniendo   el acento en la letra le dieron la espalda a  su autor. Los profetas advirtieron al pueblo sobre este pecado que denunciaría Jesús: "este pueblo me honra con sus labios pero su corazón está lejos de mí…"La Ley que estaba destinada a ser expresión exterior de la adhesión interior del corazón a Dios, se había distanciado tanto, que era un rito vacío. Así presenta San Pablo a los romanos esta  situación: 

"Pero si tú, que te dices judío y descansas en la ley; que te glorías en Dios; que conoces su voluntad; que disciernes lo mejor, amaestrado por la ley, y te jactas de ser guía de ciegos, luz de los que andan en tinieblas, educador de ignorantes, maestro de niños, porque posees en la ley la expresión misma de la ciencia y de la verdad...
pues bien, tú que instruyes a los otros ¡a ti mismo no te instruyes! Predicas: ¡no robar!,y ¡robas! Prohíbes el adulterio, y ¡adulteras! Aborreces los ídolos, y ¡saqueas sus templos!
Tú que te glorías en la ley, transgrediéndola deshonras a Dios" (Rom 2, 17-23).

María y José cuarenta días después del nacimiento de Jesús, cumplen con las prescripciones de la Ley del Señor y llegado el día de la purificación (Ex 13,1-2)[1] y  presentación (Lv 12,1-8)[2]  van al Templo. Según las Ley, la madre luego del parto para recuperar la pureza ritual debía purificarse, y el niño, si era primogénito debía ser consagrado a Dios. "Si examinamos detenidamente las palabras de la ley, hallaremos ciertamente que la misma Madre de Dios, como no había concebido por obra de varón, no estaba obligada al precepto legal. Porque no era considerada como inmunda toda mujer que alumbrase, sino sólo aquélla que alumbrase por obra de varón, por lo cual se distinguía aquella que había concebido y dado a luz siendo virgen. Pero, para que nosotros nos viésemos libres del yugo de la ley, María, como Cristo, se sometió espontáneamente a ella" (Beda)[3].

María no interpone nunca entre ella y el Señor un proyecto propio. Medita en su corazón e integra en su historia personal los misterios a los que Dios la asocia. "Más aún esta sumisión a la ley le va a dar a María, sin tardanza, la ocasión de escuchar a Dios que le habla por Simeón y Ana"[4]. En este encuentro con Simeón  recibe una nueva luz, Dios progresivamente introduce a  María en el camino de la cruz de su Hijo. Cuando en María se están acallando los coros angélicos de Belén que glorificaban al niño, comienza a divisarse aunque brumosamente en su horizonte el Gólgota. San Pablo nos enseña en sus cartas, como  desde la Encarnación, el Verbo se "anonadó" tomando la condición de Siervo obediente. María como discípula obediente, se reconoce como sierva del Señor  ubicándose en el camino que el Padre ha señalado para el cumplimiento de  la misión del Hijo.

Es de notar la grandeza de la Santísima Virgen María, siendo que Dios le había concedido estar libre de  pecado original por su Inmaculada Concepción, en orden a su misión única como Madre del Salvador, se somete a la Ley. Viendo que el ángel la había saludado como "llena de gracia", pudo haber exigido otro trato  que le diera un reconocimiento especial o cierta deferencia. "Con este gesto, María y José manifiestan su propósito de obedecer fielmente a la voluntad de Dios, rechazando toda forma de privilegio. Su peregrinación al templo de Jerusalén asume el significado de una consagración a Dios, en el lugar de su presencia"[5]. Este rito antiguo destinado a preparar los corazones para recibir al Mesías, había alcanzado su cumplimiento pleno en el corazón María. "Hoy la Virgen María lleva  al templo del Señor  al Señor del templo " ( San Bernardo).   

Para comprender la participación singular de María en la obra de Cristo, distingamos claramente al sujeto único e insustituible de la acción en la cual participan sus seguidores; por una lado está el Siervo sufriente (= Hijo), por el otro, está la acción que deviene del cumplimiento de esta misión (Redención). María es la servidora del Señor pues sirve a la obra de la Redención en sintonía perfecta con la misión del Siervo. Lo mismo podemos aplicarlo para la Mediación; Cristo es el único Mediador, pero en la mediación que es la  acción que Cristo  consuma con su entrega obediente, María participa  de forma singular.

La ofrenda

María y José entregan la ofrenda que habitualmente realizaban los pobres, "un par de tórtolas o dos pichones", la ley contemplaba de esta forma a quienes no podían ofrecer un cordero, pero la verdadera ofrenda que presentan aún permanece oculta, es Jesús. Él es el cordero de Dios, sin  mancha, que quita el pecado del mundo. "En efecto, según el plan divino, el sacrificio ofrecido entonces de "un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley" (Lc 2, 24) era un preludio del sacrificio de Jesús, "manso y humilde de corazón" (Mt 11, 29); en él se haría la verdadera "presentación" (cf. Lc 2, 22), que asociaría a la Madre a su Hijo en la obra de la redención"[6].La aparente pobreza de la ofrenda esconde la verdadera riqueza y  la fortaleza de Dios se oculta en la fragilidad de un niño.

¿Qué debemos ofrecer al Señor? El apóstol nos exhorta a entregarnos nosotros mismos:

"Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual.
2Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto." ( Ro 12,1-2).

Nuestra participación en la misión de Cristo recibida en el Bautismo está estrechamente enlazada con nuestra entrega personal, con nuestra ofrenda, que se renueva cada vez que participamos de la Eucaristía. Debemos ofrecernos con el Señor en el altar mediante un culto espiritual,  uniéndonos a Él para que Dios fecunde nuestra entrega por pobre que sea.

La obra de Dios parte de la ofrenda del hombre,  pero alcanza frutos desproporcionados al hombre. El Señor con los 5 panes de cebada y 2 pescados que un niño aporta (Jn 6,9),  alimenta a 5000 hombres (Jn 6,10), la ofrenda pobre del hombre se multiplica en la abundancia de Dios. Las tinajas de piedra que contienen agua, por la acción del Señor se convierten en el vino mejor de la fiesta (Jn 2,10). En estos y otros textos, el Señor quiere que  evitemos la aplicación del criterio humano para evaluar la obra de Dios y sus frutos.

Simeón

¿Quién es?

Simeón era un nombre corriente entre los judíos, significa Dios (El Señor) ha oído. La Sagrada Escritura presenta a Simeón como un hombre religioso, en su corazón anida la esperanza mesiánica que vivifica a Israel, al describirlo como  "justo y piadoso", quiere destacar a Dios como fundamento que sustenta toda su vida. En la Escritura esta característica identifica a los amigos de Dios, así se presentan entre otros: María, José, Zacarías, Isabel, Juan Bautista y Ana…

Pero de todas las características que se destacan de Simeón, quisiera resaltar una esencial; y es su docilidad a la acción del Espíritu Santo. Simeón aparece investido  por la fuerza (ruah)  del Espíritu, que lo ha preparado revelándole el misterioso camino de la salvación. En Simeón, somos invitados a contemplar la acción misericordiosa de Dios que derrama el Espíritu sobre sus fieles, para llevar a cumplimiento su proyecto de amor. Sus  rasgos, aunque escuetos, son un elocuente  modelo de docilidad y esperanza, frutos del dinamismo del Espíritu Santo que lo conduce. La acción del Espíritu Santo en él, se nos presenta por medio de tres verbos: estar, revelar y mover.

Reflexionemos contemplando la acción santificadora del Espíritu Santo en Simeón  para reconocer su presencia en nosotros y vivir con docilidad a sus mociones.

Estaba en él

El Espíritu Santo consolaba el corazón de Simeón en los momentos difíciles, arraigándolo en la esperanza de Israel, lo nutría de  consuelos para fortalecerlo e impulsarlo a permanecer en la Promesa que Dios le había realizado. Esta es la manifestación del Espíritu en Simeón, la mirada de su corazón esta dirigida hacia el objeto de la Promesa. "El Espíritu preparaba desde entonces el tiempo del Mesías, y ambos, sin estar todavía plenamente revelados, ya han sido prometidos a fin de ser esperados y aceptados cuando se manifiesten"[7].   

Dios habita en nosotros por el Espíritu Santo como lo expresa San Pablo en la epístola a los romanos "Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros   En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios.  Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados.(Ro 8,9-18)

En el día de nuestro Bautismo fuimos poseídos por el poder de ese mismo Espíritu, que ha hecho su morada en nosotros y nos ha identificado con Cristo vivo, convirtiéndonos en hijos adoptivos del Padre y en Templos de la Trinidad Santa. Somos santuarios vivientes de la morada de Dios. 

Le reveló (to pneumati)

El Espíritu le da a conocer a Simeón lo que debe hacer, este modo de conocimiento no viene "de la carne ni  la sangre", es fruto de la acción de Dios. Así se lo hace conocer Jesús a Pedro, cuando lo confiesa como Cristo en Cesarea de Filipos. Esta acción no esta vinculada a la capacidad  que tengamos en el plano intelectual, ni a la  argumentación que realicemos por medio silogismos intrincados, es una acción por la cual, Dios quiere darnos a conocer algo. Es una luz que proviene de Dios y penetra el espíritu del hombre. Es una luz divina. "Es el alimento de la vida de Dios, terrible y amable al mismo tiempo, indeciblemente extraño, pero íntimamente confidencial. Desde allí nos llega esta luz que penetra nuestro interior "[8].

¿Qué le reveló? "Ver la muerte significa sufrirla, y muy feliz será aquél que antes de ver la muerte de la carne haya tratado de ver con los ojos de su corazón al Cristo o ungido del Señor, tratando de la Jerusalén celestial y frecuentando los umbrales del templo del Señor, esto es, siguiendo los ejemplos de los santos (en quienes habita el Señor). Esta misma gracia del Espíritu Santo, que le había hecho antes conocer al que había de venir, hizo que lo reconociera cuando vino. Por ello sigue: "Así vino inspirado de Él al templo"[9].

Lo movió

Simeón es impulsado por el  Espíritu que moviéndolo con una moción espiritual lo pone en la  dirección del Templo. En la vida de Simeón esta acción no era un hecho aislado, según hemos visto era un hombre religioso, y en numerosas oportunidades se ponía a la "escucha" de Dios.

Simeón había concurrido en incontables ocasiones al  Templo de Jerusalén, su fe se había acrisolado en la obediencia, perseverando confiadamente en la promesa de Dios. Para cualquier persona que visitaba el Templo, el entorno era habitual, nada parecía extraordinario y en su interior todo  se desarrollaba con normalidad. La imagen que se presenta ante Simeón, es la de una joven madre con su esposo  acercándose hacia el sacerdote, esta situación exteriormente no denota ninguna particularidad.

En el interior de Simeón, se revela la realidad particular fruto de la acción del Espíritu Santo, experimenta la alegría del encuentro con el Mesías y siente que ha logrado la finalidad de su existencia; por ello, dice al Altísimo que lo puede dejar irse a la paz del más allá. "En el episodio de la Presentación se puede ver el encuentro de la esperanza de Israel con el Mesías. También se puede descubrir en él un signo profético del encuentro del hombre con Cristo. El Espíritu Santo lo hace posible, suscitando en el corazón humano el deseo de ese encuentro salvífico y favoreciendo su realización"[10]. 

Bendición de Simeón 

Lo tomo en brazos…"Y tú, si quieres poseer a Jesús y abrazarlo, debes cuidar con todo empeño de tener siempre por guía al Espíritu Santo, y venir al templo del Señor [11]".

La escena que se desarrolla ante Simeón, y que exteriormente no guarda ninguna particularidad, desata en este hombre de Dios un cántico de alabanza. Dios según su fidelidad "por todas las generaciones" ha cumplido su promesa. Esta nueva constatación de la fidelidad de Dios llena el corazón de Simeón de júbilo y lo mueve a bendecir a Dios. "En su cántico, Simeón cambia totalmente la perspectiva, poniendo el énfasis en el universalismo de la misión de Jesús: "han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel" (Lc 2, 30-32)" [12].

Es posible ver la acción de Dios en la historia y rastrear sus huellas que nos indican el camino, a ello alude la Iglesia cuando utiliza la categoría teológica "signos de los tiempos". La salvación es el telón del fondo de la mirada creyente, la contemplación de la realidad en última instancia está referida  a ella.

La obra de Dios se manifiesta como luz y Gloria, "luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel", José y María, "con esta experiencia, comprenden más claramente la importancia de su gesto de ofrecimiento: en el templo de Jerusalén presentan a Aquel que, siendo la gloria de su pueblo, es también la salvación de toda la humanidad"[13]. La gracia de Cristo que es manifestación de la luz y gloria de Dios, se expresa en el alma del justo como belleza redentora.  La obra de Dios que se revela en este encuentro, por el anuncio de Simeón, llena de admiración los corazones de María y José.                                             

Profecía de Simeón

Jesús como Salvador del mundo siempre será "signos de contradicción". Su presencia escandaliza, aún hoy observamos incontables hechos en la vida de los santos  que son rechazados. El cristianismo siempre  gozará de esta prerrogativa, despertará en algunos el amor hasta el extremo y en otros la burla o el rechazo. Dios nos libre de transitar por las veredas del halago social, si para ello, debemos renunciar a la Cruz de Cristo. El apóstol Pablo apela a su propio comportamiento:

"Pues yo, hermanos, cuando fui a vosotros, no fui con el prestigio de la palabra o de la sabiduría a anunciaros el misterio de Dios, 2 pues no quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y éste crucificado4 Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder 5 para que vuestra fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios."(I Cor 2,1-5)

Esta realidad paradójica es esencial al misterio del Señor y por lo tanto, patrimonio de la Iglesia Católica. El mundo de hoy se escandaliza, entre otras cosas; con los milagros, la virginidad de María, los dones del Espíritu Santo, la infalibilidad del Papa, la presencia real de Jesús en Eucaristía, la Iglesia Católica, los mártires y el celibato sacerdotal. Los falsos profetas rechinan sus dientes contra estas expresiones de la Verdad, y encuentran siempre fondos para publicitar sus errores. Blasfeman ante estas verdades como los demonios al encontrarse con Jesús. ¡Cuánta soberbia y desobediencia hay en nuestro corazón!

Simeón ha anunciado la misión y  obra del Hijo, su palabra profética se dirige ahora en dirección de María su Madre: "una espada de dolor atravesará tu alma". Ella es asociada de modo singular a la misión redentora del Hijo, el Gólgota que se hace presente en la profecía, encuentra su pleno cumplimiento el día que la encuentra al pie de la Cruz. Este "segundo anuncio[14]" que delinea al Siervo sufriente, la introduce en el camino de la Redención. "A partir de la profecía de Simeón, María une de modo intenso y misterioso su vida a la misión dolorosa de Cristo: se convertirá en la fiel cooperadora de su Hijo para la salvación del género humano"[15]. 

¿ Jesús y la Iglesia son signos de contradicción? Para responder acertadamente a estos  y otros interrogantes, hay que ir a la escuela de María, ella recorrió en la obediencia de la fe el camino que conduce a la Luz. Quisiera finalmente dar gracias al Padre,  su misericordia nos desborda continuamente, al Hijo por su  amor redentor y al Espíritu Santo que esculpe en nosotros bellamente, aun en el dolor, la obra de Dios. De esta verdad da testimonio la Iglesia Católica; en María, José, Simeón y tantos otros … todos llenos de gozo anuncian que han visto la salvación de Dios…

Algunas preguntas para orar y reflexionar

1-       ¿Vivimos nuestra vida como miembros de un pueblo sacerdotal?

2-       ¿Elevamos la ofrenda de nuestra vida en el altar del Señor?

3-       ¿Es la Eucaristía el centro de nuestra vida?

4-       ¿Custodio los caminos de la salvación?

5-       ¿Vivo con humildad el plan de Dios?

6-       ¿Renuncio a los privilegios?

7-       ¿Contemplo e imito la vida sobria de la Sagrada Familia?

8-       ¿Soy dócil a la acción del Espíritu Santo?

9-       ¿Le pido en la oración que me ayude a discernir y seguir sus mociones?

10-    ¿ Sofoco el soplo de Dios?

11-    ¿Bendigo a Dios por lo que tengo?¿Lo bendigo por la Redención?¿Bendigo su obra creadora?¿Bendigo y alabo  a Dios por ser Dios?

12-    ¿Veo la acción de Dios en el mundo?

13-    ¿Soy testigo de su acción?¿Estoy miope para reconocer el amor que Dios nos tiene?

14-    ¿Vivo mi fe con alegría?

15-    ¿Me avergüenzo de ser creyente?¿No defiendo mi fe?

16-    ¿ He olvidado rezar a la Santísima Virgen María?

17-    ¿Me escandalizo por las exigencias de su Amor?

18-     ¿Me revelo si el Señor me asocia a sus sufrimientos? 

 


[1] " Habló Yahveh a Moisés, diciendo: «Conságrame todo primogénito, todo lo que abre el seno materno entre los israelitas. Ya sean hombres o animales, míos son todos. »" (Ex 13,1-2)

[2] ""Yahveh habló a Moisés y dijo: Habla a los israelitas y diles: Cuando una mujer conciba y tenga un hijo varón, quedará impura durante siete días; será impura como en el tiempo de sus reglas. Al octavo día será circuncidado el niño en la carne de su prepucio; pero ella permanecerá todavía 33 días purificándose de su sangre. No tocará ninguna cosa santa ni irá al santuario hasta cumplirse los días de su purificación.

Mas si da a luz una niña, durante dos semanas será impura, como en el tiempo de sus reglas, y permanecerá 66 días más purificándose de su sangre.

Al cumplirse los días de su purificación, sea por niño o niña, presentará al sacerdote, a la entrada de la Tienda del Encuentro, un cordero de un año como holocausto, y un pichón o una tórtola como sacrificio por el pecado.

 El sacerdote lo ofrecerá ante Yahveh, haciendo expiación por ella, y quedará purificada del flujo de su sangre. Esta es la ley referente a la mujer que da a luz a un niño o una niña.

Mas si a ella no le alcanza para presentar una res menor, tome dos tórtolas o dos pichones, uno como holocausto y otro como sacrificio por el pecado; y el sacerdote hará expiación por ella y quedará pura" (Lv 12,1-8).

 

[3]  Beda, Catena Aurea , Santo Tomás Lc 2,22-24.

[4] Jean Lafrance, En oración con María la madre de Jesús, Narcea -Madrid, 139-143.

[5] Juan Pablo II, Catequesis 11 de diciembre de 1997.

[6] Ibidem.

[7]  Catecismo de la Iglesia Católica (=CEC) n 702.

[8]  Romano Guardini, El Espíritu del Dios viviente, Bogotá- Paulinas,1992,9.

[9]  Beda. Catena Aurea. Santo Tomás de Aquino.

[10] Juan Pablo II, HOMILÍA en la Jornada de la vida consagrada Martes 2 de febrero de 1999.

[11] Orígenes, in Lucam,  15. Catena Aurea, Santo Tomás de Aquino.

[12] Juan Pablo II.

[13] Ibidem.

[14] Juan Pablo II, Redemptoris Mater, 16.

[15] HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO Jornada de la vida consagrada
Martes 2 de febrero de 1999