Decidirse por Jesús

Autor: Claudio De Castro

 

Tengo un amigo sacerdote, vive enfrente de mi casa. Es generoso y bueno. Hoy me ha llamado por teléfono con mucho cariño y me dijo: asómate a la ventana. Me asomé y allí estaba él, asomado a su ventana y nos saludamos agitando las manos sonrientes, felices como niños. Es el gozo del espíritu humano que vive esperanzado de Dios. 

Con Jesús ocurre igual. Se asoma desde el cielo y te llama. Te das cuenta porque su voz te llega como una dulce inspiración. De repente algo ocurre en tu interior. Sientes el deseo de hacer el bien. Pasas frente a la casa de Dios y una voz interior te dice: “detén el auto, ven a visitarme”. 

Jesús no se cansa de llamar. Hará lo que sea necesario para salvarte y llevarte al Paraíso. Tanto insiste Jesús que algún día miraras hacia el cielo, y él ilusionado, te saludará con una gran sonrisa.

Alrededor de nuestro mundo, millones de personas se han decidido, y se esfuerzan por vivir el Evangelio. Tienen la esperanza de una vida mejor. Se confrontan consigo mismos, librando una batalla que los llena de valor y de fe.

Los demás, los ven sin comprender. Para ellos es algo inexplicable. ¿Y estos locos? ¿Por qué son tan felices? Se cuestionan inquietos. Son los que piensan que no existe el Cielo, ni el Purgatorio, ni el Infierno. Se burlan de los Sacramentos, de la Santa Misa, del agua bendita, de las devociones Marianas. Parecen niños asustadizos. Han perdido el camino de la salvación. No saben el peligro enorme al que se han expuesto. Otros sencillamente no les interesan estos temas. “Algún día me confesaré” se dicen pensando que ese día llegará. Ilusos. Sé de muchos que no tuvieron esta oportunidad. Murieron en pecado mortal, súbitamente.

Jesús nos mira compasivo y nos sonríe bondadoso. Sabe que no hay motivos para temer. Si las almas le conocieran, no dudarían en abandonarse a su Misericordia. Correrían a buscar al Padre sabiéndose ciudadanos del cielo, hijos de un Rey.

¿Cómo corresponder a un Dios que nos ama tanto? Pues amándolo, por encima de todo: en las contrariedades, en las incomprensiones... Siempre amándonos los unos a los otros y amando a Dios.