Si no oramos

Autor: Claudio De Castro

 

 

Anoche me desperté en la madrugada y salí a ver las estrellas. Me quedé un rato reflexionando, disfrutando aquella noche estrellada y fresca. Pensando en Dios. Cuestionándome. Tratando de comprender los porqués de esta vida.

Me parece que era san Benito quien decía: “Debemos reflexionar para saber lo que nos conviene y orar para obtenerlo”.

Me impresiona saber que Dios habita en nosotros, que somos templos de Espíritu Santo, y que en esta vida, a pesar de ser barro, nos sostenemos con la oración.

Si no oramos, el corazón se nos enfría, perdemos la esperanza, la cercanía con Dios.

He conocido personas que han sido ejemplo toda su vida y de pronto, abrumados por los problemas cotidianos, abandonan la oración y caen.

San Alfonso cuenta el caso de un monje muy santo llamado Justino. Era piadoso y fervoroso. Un día fue llevado ante la presencia del Sumo Pontífice, el Papa Eugenio IV, quien admirado por sus virtudes, le dio un abrazo y lo sentó a su lado. De vuelta al monasterio el fraile empezó a sentir que no le trataban con la dignidad que merecía, pues estuvo sentado al lado del Papa. Descuidó la oración, se llenó de orgullo y se marchó de la comunidad. Al tiempo abandonó nuestra santa religión y terminó sus días en una cárcel miserable.

Con cuánta facilidad podemos caer. Sobre todo cuando sentimos desgano en la vida espiritual y la vamos dejando de lado con la oración. Por algo San Josémaria escribió: “La conversión es cosa de un instante; la santificación es tarea para toda la vida”.

Cuenta también san Alfonso la historia de un famoso santo que “oyó en sueños a un demonio que decía muy contento: —“Siempre que llevo tentaciones a cierto individuo, lo venzo y lo derroto, porque no reza pidiendo ayuda”.

Somos tentados cada día. Y las fuerzas a veces parecen que no bastan. El enemigo de las almas conoce nuestras debilidades y sabe dónde golpear, cómo llevarnos al abismo. Sus tácticas más frecuentes son tentarnos con el orgullo, la impureza, la avaricia o la tristeza.

Me gustaría tener contento a nuestro Señor. Hacer las cosas para agradarle. Esforzarme más, orar más, vivir en su presencia amorosa. Y dar ejemplo con nuestra vida personal y familiar. Al menos lo intentaré. Es lo que todos debiéramos intentar: “hacer las cosas por Jesús”.

Esta es la mejor predicación que podemos darle a los demás.