Familia, ¡Sé lo que eres!

Autor: Padre Cipriano Sánchez

Fuente: catholic.net

 

 

Profundizar en el tema de la familia no es fácil en un mundo descristianizado, secularizado, que rechaza su misión, su estructura, su carácter divino. Somos testigos cada día de las constantes persecuciones y críticas que sufre la estructura familiar.

La Iglesia y, concretamente, su Santidad Juan Pablo II tienen un interés muy especial en torno a este tema y nos iluminan pronunciándose siempre a favor de la construcción de una Civilización del Amor que empiece en las familias.

Particularmente hoy, es necesario que la familia no sólo descubra su identidad, sino también su misión; es decir, lo que puede y debe hacer dentro de la Iglesia y en la sociedad. Esto está profundamente relacionado con el cometido que tiene por vocación de Dios dentro de la historia, misma que se escribe día a día y que siempre tendrá repercusiones en el presente y en el futuro.

Según designio divino, la familia está constituida como “comunidad íntima de vida y amor” por lo que tiene una gran responsabilidad de ser lo que es: un reflejo del amor de Dios al hombre. Por ello, la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor. Es en la familia en donde el hombre aprende a amar y a darse a los demás.

Es necesario penetrar más a fondo en la singular riqueza de la misión de la familia y sondear sus múltiples contenidos. Primero, el de vivir fielmente la realidad de la comunión con el esfuerzo constante de desarrollar una auténtica comunidad de personas. Una convivencia que enriquezca a cada una de las partes, que las haga crecer y ser en la medida en que se entregan a los demás. El hombre no puede vivir sin amor y su vida está privada de sentido si no le es revelado el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y si no lo hace propio.

El amor entre el hombre y la mujer en el matrimonio, y de forma más amplia, el amor entre los miembros de la misma familia, está animado e impulsado por un dinamismo interior e incesante que la conduce a una comunión cada vez más profunda e intensa, fundamento y alma de la comunidad conyugal y familiar.

El hombre y la mujer, unidos, están llamados a crecer continuamente en su comunión a través de la fidelidad de todos los días y de la promesa matrimonial de la recíproca donación total. Todo esto, hunde sus raíces en el complemento natural que existe entre el hombre y la mujer y se alimenta mediante la voluntad personal de los esposos de compartir todo su proyecto de vida, lo que tienen y lo que son, por lo que es necesario que la pareja reconozca y trabaje en este proyecto que es para toda la vida.

Con frecuencia, esto no es fácil, pero al lado de los esposos está Cristo, quien asume junto con ellos, el irlos guiando, ayudando, sosteniendo con la fuerza y la gracia del Sacramento del Matrimonio, que al mismo tiempo, estimula a los esposos cristianos hacia una unión cada vez más rica entre ellos, a todos los niveles –del cuerpo, del carácter, del corazón, de la inteligencia y la voluntad, del alma- revelando así a la Iglesia y al mundo la nueva comunión de amor.

En el Sacramento del Matrimonio, Dios ofrece al hombre y a la mujer “un corazón nuevo”. De este modo, los cónyuges no sólo pueden superar las debilidades y dificultades sino que también y principalmente, pueden compartir el amor pleno y definitivo de Cristo. Por ello se dice con frecuencia, que en un matrimonio son tres -y no dos- los que participan en ese vínculo: los esposos y Cristo, como hermano, como maestro, como guía, como socio. Él, finalmente, tiene mayor interés en que este matrimonio funcione para que se pueda vivir el amor en comunidad y para que cada persona se desarrolle en plenitud.

Todos los miembros de la familia, tienen la responsabilidad de construir, día a día, la comunión de las personas, haciendo de la familia “una escuela de humanidad más completa y rica”. ¡Qué maravilla que una familia pueda cumplir su cometido, su misión!
Familia: ¡Sé lo que tienes que ser! ¡Lucha y trabaja por ello!