El Reino de los Cielos exige esfuerzo

Autor: Padre Cipriano Sánchez

Fuente: catholic.net

 

 

Cuando uno ve que la vida de una persona, de un amigo o de alguien muy querido está siendo un desierto, está siendo estéril, podría pensar que de alguna forma Dios lo ha abandonado. Sin embargo, cuando se presentan esta clase de situaciones, uno tendría que pensar en las palabras del Profeta Isaías: "Yo, el Señor, les daré una respuesta". 

¿Cuál es la respuesta que nos da el Señor? Él nos invita a trabajar, a esforzarnos, a no quedarnos con la impresión de haber cumplido porque le puse un poquito de esfuerzo, a no creer que yo ya puse mi parte y que ahora les toca a los demás poner la suya. No debemos pensar que como lo hemos intentado una, dos, tres veces, ya hemos cumplido. No se trata de intentar, se trata de realizar. Y de realizar el testimonio cristiano, la presencia de Jesucristo en nuestra vida.

Quienes son tibios, quienes se quedan en la mediocridad, quienes no son capaces de resistir el esfuerzo constante, el desgaste tremendo que supone el predicar, anunciar y ser testigo en una sociedad indiferente, la mayoría de las veces, a la Palabra de Dios, nunca lograrán conquistar el Reino de los Cielos, de ningún modo alcanzarán la riqueza que Dios nos puede dar. 

La respuesta que el Señor da es su ayuda, su presencia cerca de nosotros. Pero, requiere por nuestra parte, un trabajo de acompañamiento a la Palabra de Dios por medio de la respuesta de nuestra libertad y de nuestra voluntad. 

"Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los cielos exige esfuerzo, y los esforzados lo conquistarán". Cristo se convierte para nosotros en el trofeo que tenemos que conquistar. El Reino de Cristo se convierte para nosotros en la misión con la que tenemos que batallar todos los días.

Qué fácil es —y lo vemos con frecuencia— empezar a hacer buenas obras. ¡Qué fácil es comenzar apostolados, qué fácil es empezar trabajos, qué fácil es hacer que otros se acerquen a Jesucristo... , pero qué difícil es terminar, qué difícil llegar hasta el final! Todos podemos sentirnos ilusionados con una medalla en el pecho porque emprendimos y porque comenzamos. Pero, ¿lo acabaste? Más aún, ¿terminaste con toda la grandeza que esa semilla de Dios tenía que producir por medio de tu trabajo?
Recordemos que no solamente es obra nuestra, es Dios quien nos da la mano. Pero, para que las obras del Señor den frutos, nuestra libertad tiene que estar dispuesta a colaborar con Él. Los grandes proyectos de vida cristiana no van a depender mucho de si nosotros hicimos, organizamos, lo manejamos, subimos o bajamos, sino sobre todo, van a depender de si en nuestro interior —a veces desértico, a veces un yermo—, hemos permitido a Dios actuar. Y actuar con toda la potencia, con toda la fuerza y con toda la fecundidad espiritual que Él quiere para cada uno de nosotros.

"Adviertan y entiendan, de una vez por todas, que es la mano del Señor la que hace esto, que es el Señor de Israel quien lo crea". No somos nosotros quienes lo hacemos; es la mano del Señor quien lo hace. A nosotros nos toca corresponder con generosidad. Esforcémonos, pongamos lo mejor de nosotros, pero sobre todo, abramos el corazón a la misericordia de Dios que viene para que nuestra existencia sea una vida cada vez más llena de la luz que el Señor quiere darnos, que el Señor viene a traer a nuestro corazón para consolarlo, para fortalecerlo, para hacerlo fecundo, para transformarlo y, transformado, hacerlo transformante del mundo que nos rodea. 

No creo que nosotros estemos llamados a misiones sobre humanas, sin embargo, no permitamos que nuestra pequeña y corta visión impida la grandeza de la manifestación del Señor en cada una de nuestras vidas, pues sólo así podremos vivir en la Iglesia un verdadero compromiso cristiano, seguros de que el Dios de Israel no nos abandonará.

Isaías: 41, 13-20
San Mateo: 11, 11-15