El voto católico es importante

Autor: Carlos Vargas Vidal   

 

        

En los tiempos pasados el voto independiente se esgrimía con mucha candidez y ligereza. Y por ello, al correr de los años hemos visto entronizados en el poder político a gente codiciosa y embustera. Capaz de mentir una y otra vez con el fin de lograr su cometido: ¡manejar la cosa pública y darse la notoriedad que nunca han tenido!

Y este desmedido afán de gobernar el país, disfrazado y manipulado, nos ha hecho a los votantes menos dignos y más pobres. Sin trabajo. Y más inseguros en las calles. Con valores menos auténticos y propios. Y con una moral vilipendiada y más alejada de Dios.

La política no puede ni debe ser ajena a quienes busquen con verdadero desprendimiento y sinceridad el bien común y la paz. Si dejamos que las ideologías políticas actuales, mezquinas y ensoberbecedoras, prevalezcan, el final será siempre trágico: más pobreza e injusticias a costa del provecho de unos cuantos.

El cristiano es y debe ser un ser alegre y feliz porque ama la justicia y el bien común. Y porque tiene una conciencia recta e iluminada de su razón de ser. Por ello, su voto y sus creencias no son negociables.

Solamente se puede ser más libre y más responsable cuando impera la verdad revelada. Esa verdad que es la única que nos hace digno y nos hace más justos. No esa verdad mediatizada y relativizada.

El voto católico es igual que un voto partidario. Pero no está con la izquierda ni con la derecha, ¡está con Dios! Respeta la tradición cristiana y guarda las normas más elementales de la ley natural. No discrimina ni humilla con mentiras. Se sirve de lo bueno para dar paso a lo mejor. Y no está con los soberbios ni con los que han hecho del erario público su razón de vivir. Razón por la cual observa la honradez y la competencia de quienes compiten.

Pero, sobre todo, el voto católico hace un seguimiento de la gestión de los candidatos cuidando de no menospreciar cuál es el verdadero talante y cuál es el auténtico talento de los mismos.

La oportunidad de dar al país un buen mandatario, sin demagogias y engreimientos políticos, está en las manos de quienes votemos en conciencia, eligiendo libre y acertadamente, al mejor.

Y tampoco se trata también de elegir al más publicitado. Mas bien, como diría un muy apreciado y conocido Obispo de España: “Deberíamos votar por quienes menos se distancien por sus programas y sus hechos, de lo que expresa la doctrina social de la Iglesia”.

No se ama lo que no se conoce,

y no se puede defender lo que no se ama