Más Cerca Del Amor Que Nunca

Autor: Carlos Vargas Vidal   

        

Dicen que el AMOR no tiene fecha ni límite. Tal vez es porque casi todo parece decirnos que nació con el mundo y parece que con el mundo seguirá mientras exista UNA MUJER HERMOSA. 

No en vano, casi todo el mundo ha estado cerca del amor. Pero, ¿cuán cerca del amor? Según lo ha mirado Ortega y Gasset: “¡demasiado cerca!”. Pero, ¿cuán cerca de nosotros ha estado el amor? Según lo miro yo: “¡una sola vez! Hacen 174 años. ¡Un 17 de febrero de 1836! 

Dicen que fue un día frío y soleado. Ajeno, por cierto, a un despertar de tan excepcional desbordamiento romántico. Pero así, y como todo lo que proviene, ¡el amor encuentra a su ser, hecho palabras! Y, a través de ellas, con la mejor vida que pueda dársele. 

Gustavo Adolfo Domínguez Bastida y Vargas se llama. Gustavo Adolfo Bécquer, para El Romanticismo. 

Y se vacia por entre la vida, desde el principio hasta el fin, queriendo dejar, más que huellas, castillos. Pero, ¡es tímido y contemplativo! Y eso parece ser -por ironía del destino- un impedimento desafortunado para toda una vida llena de creatividad, sensibilidad e ingenio humano.  

Dicen que tenía cara y manos de cera. ¿Puede ser? Pero, lo peor es ¡qué no lo comprenden! 

Muere su padre, y al morir su madre, once años tiene. Tuvo que vivir, entonces, entre parientes y amigos. Lee y lee hasta que por fin, a los trece años, puede reunirse nuevamente con sus hermanos en casa de los Vargas. Su tío. Luego, viaja a Madrid. Allí, escribiendo, empieza a justificar su existencia propia. Su espíritu vaga y vaga entre la imaginación y la literatura. Y , entonces, nacen sus ¡Rimas!  

Sus cartas literarias a una mujer ven la luz. Pero , ¡sus amores no son fáciles de distinguir! Unas veces habla de seres reales y otras veces los imagina. Era soñador, mitómano y platonista. 

En 1861, se casa. Hay una rima que guarda relación con su elegida: 

                               Tu aliento es el aliento de las flores;

                               tu voz es de los cisnes la armonía.

                                                       /…/

                               Tú prestas nueva vida y esperanza,

                               a un corazón para el amor ya muerto. 

Bebe, entonces, el más amargo de los vinos amorosos: ¡La Infidelidad! Ya antes había sido desdeñado este hombre que, algunas veces, llamaban: “El novio de la luna”. Sin embargo, muy pocos se dan cuenta que sus versos son más comunes en los diarios. 

Sus rimas, simples, de una construcción, eran de una perfecta y novedosa musicalidad poética. Y su lira, que era de este mundo, se remontaba presurosa hasta los cielos: 

                               Por una mirada, un mundo;

                               por una sonrisa, un cielo;

                               por un beso… yo no sé

                               que te diera por un beso. 

Estuvo más cerca del amor que nunca porque, aún queriéndolo, sin poder estarlo, su pluma siempre suspiraba esto: 

                               Yo sé un himno gigante y extraño

                               que anuncia en la noche del alma una aurora;

                               y estas páginas son de ese himno

                               cadencias que el aire dilata en las sombras.

                               Yo quisiera escribirlo del hombre

                               domando el mezquino idioma,

                               con palabras que fuesen a un tiempo

                               suspiros y risas, colores y notas.

                               Pero, en vano es luchar,

                               que no hay cifra capaz de encerrarle… 

No hay un hombre ni una mujer que, cuando enamorados, no recuerden algunas letras de ese hombre alto, delgado y pálido, cuya existencia estuvo signada por el amor a una mujer, a la poesía y al romanticismo. 

Sí, por el amor a una mujer, ¡el eterno femenino!, que pareció ser siempre la primera y la última de sus contenturas, porque: 

                               Mientras haya unos ojos que reflejen

                               los ojos que los miran,

                               mientras responda el labio suspirando

                               al labio que suspira,

                               mientras sentirse puedan en un beso

                               dos almas confundidas,

                               mientras exista una mujer hermosa,

                               ¡habrá poesía! 

Murió pobre y olvidado. Lugar muy común en los viejos libros de historia. Y trágicamente cierto en el caso de Gustavo Adolfo Bécquer. Más, sin embargo: 

                               Volverán las oscuras golondrinas

                               en tu balcón sus nidos a colgar,

                                                       /…/

                               Pero, mudo y absorto y de rodillas,

                               como se adora a Dios ante su altar;

                               como yo te he querido… desengáñate,

                               nadie así te amará.