La plenitud de Dios en un humilde pesebre

Autor: Carlos Vargas Vidal 

 

 

          ¡Qué tontos de nosotros en no reconocer el inenarrable amor de Dios allí en un humilde pesebre, allá en Belén de Judea!

 

Fue una noche esplendorosa la que adornaba de luz y alegría el nacimiento del Hijo de Dios. Dios verdadero de Dios verdadero. Y que es uno con el Padre. Y que en su condición divina se hizo carne para habitar entre nosotros. Todo por amor.

 

Después de hablarnos mucho y de diversas formas fragmentarias a través de sus profetas, Dios quiso, de manera amorosa y libre, hablarnos por medio de su hijo. Así pues, ese niño, Jesús, nacido en un humilde pesebre, es la cima y la revelación del Padre.

 

Lo más hermoso de todo ello es que Dios, por ese grande amor, se hace hombre para hacernos sus hijos adoptivos y sus hermanos de corazón. Y ese amor es tan inconmensurable que se deja crucificar en un madero para darnos la posibilidad de redimir nuestros pecados, salvar nuestras almas y tener vida eterna. ¿Quién podría ser capaz de todo ello si no fuera Dios?

 

El Reino de Dios ha llegado. Y todavía muchos no lo entienden. Ellos hubieran querido un Rey que los complaciera en todo. Que tuviera una dimensión geográfica y política abarcadora y dominante. Pero la dimensión de Dios es religiosa y es moral. Tiene que ver con la aceptación libre y alegre de ese amor y de esos cuidados de Padre que buscan solo nuestra salvación eterna. El reino de Dios es, pues, misericordia gratuita para todos sin excepción. Por ello, se comprende el comportamiento de Jesús con los pecadores, con la gente humilde y despreciada. Ellos son los llamados por el Padre. Para ellos hay un llamado. Una buena nueva. Los buenos se llaman solos. Pero, hay que dejar sitio al amor misericordioso de Dios con la humillación y el arrepentimiento. Con la honradez, con la bondad y con el verdadero amor al prójimo.  No como la hacían los fariseos: creyéndose los impolutos y los merecedores de un amor que nunca comprendieron.

 

Ojalá en esta hermosa Navidad, dejemos de ser hombres y mujeres de poca fe, y busquemos primero el reino de Dios y su justicia. Con esta consigna podremos tener mejores días, porque solo así todo lo demás será agregado por añadidura.

 

Si queremos un país más prospero, más justo y con mayor paz y seguridad, pidamos a Dios, a ese niño que nació en un humilde pesebre, que nos permita tener un gobernante sincero, sumiso, honesto y respetable. Uno que tenga la verdadera vocación de servir y que no se haya servido de otros gobiernos para ser lo que es. Así sea.