Sexualidad humana y moralidad cristiana

Autor: Carlos Vargas Vidal 

 

 

El tema del cuerpo humano no es un tema solo para médicos. Lo es para los antropólogos, los biólogos, los teólogos y para cada persona en particular.

 

Algunos médicos que han escrito recientemente sobre la sexualidad humana no han tenido en cuenta que somos seres efímeros, frágiles y disolubles. Y que somos seres compuestos, vivos en cuerpo y alma.

 

Si para unos el alma no existe, para otros sí. Y eso hay que respetarlo, aunque se sepa que ni los materialismos ni los evolucionismos han podido suprimir o ignorar del todo esa presencia misteriosa del alma. ¿Qué nos queda entonces? Recurrir a la fe que nos dice que el alma es también creación de Dios (Gen 2,7).

 

El cuerpo y el alma tienen un sentido, una funcionalidad y una finalidad. Uno, la materia, es mortal y perecedero. La otra, el espíritu, es inmortal y eterna. El gran problema aún no resuelto por la ciencia ni por la filosofía es cómo pueden convivir el cuerpo y el alma a pesar de que, como decía San Pablo, la carne –equivalente a los deseos de lo corporal- lucha contra el espíritu, y el espíritu contra la carne. Las tendencias de la carne, continúa diciendo el apóstol, son manifiestas: fornicación, impureza, lujuria, idolatría, hechicería, enemistades, disputas, celos, ira, disensiones, herejías, envidias, homicidios, embriaguez, gula y cosas semejantes. Por el contrario, los frutos del espíritu son: caridad, alegría, paz, tolerancia, bondad, fe, mansedumbre, continencias (Gal 5, 14-23).

 

Repulsa oír decir que esto es mojigatería cuando, en realidad, no puede existir una independencia entre el alma y el cuerpo (dualismo) o una negación del uno por el otro (materialismo). Es no distinguir entre lo que eleva y lo que rebaja. Lo que es moral y lo que es inmoral. Lo que salva y lo que condena. Es ignorar la fe y la supervivencia del espíritu.

 

El sexo, como se quiere entender hoy día, es una pura dimensión biológica que cada uno puede utilizar como quiera, siempre y cuando se eviten males mayores como el sida o el embarazo prematuro. La sexualidad, como se veía antes, era producto de una conquista amorosa. Era algo que tenía por guía el amor y no solo el placer sexual. Y el amor era un sentimiento, el más delicado del alma. ¿Y qué ha pasado?

 

Se ha buscado eliminar el concepto de pecado de las relaciones prematrimoniales, se han inventado riesgos a la continencia y se han facilitado los divorcios. No hay cientifismo en todo ello, sino conveniencia humana. Una justificación para satisfacer el goce sexual y liberar a las personas del remordimiento. En fin, se quiere acabar con la moral cristiana para hacer legítimo el placer carnal, ¡olvidándonos de Dios!