¿Creo Dios el mal?

Autor: Carlos Vargas Vidal

 

 

¡Que no quepa la menor duda de que el mal existe!

Si me dijeran que la pérdida física de un ser amado no produce dolor y sufrimiento, sencillamente, no lo creería. El mal no solo existe sino que es esquivo a cualquier tipo de solución y explicación. Y, pero aún, no hay quien pueda sustraerse de su presencia. Por eso, hasta nuestro Señor, en su infinita bondad y misericordia, al enseñarnos a orar, culmina su oración así: “Mas líbranos del mal”, Mc 6,9-13.

Cuando el mal se entroniza en nuestros cuerpos, como es el caso de la enfermedad, produce dolor y sufrimiento. Ese es “el mal físico”. Igual sucede con otros dos males que no se circunscriben solo al cuerpo humano. Ellos son “el mal psíquico” y “el mal social”.

Cuando aparece la “culpa” por el acometimiento de un mal, entonces, al mal psíquico también se le llama “mal moral”. Ello es el resultado de que el hombre, en uso de su propia libertad, contraviene normas o reglas o costumbres o leyes que marcan su conducta como inmoral o pecaminosa o ilegal.

Cuando el ser humano se encuentra marginado por la sociedad, o mal social, al igual que el dolor físico y psíquico, su condición de hombre se hace frágil y quebradiza dando paso al sufrimiento.

Dentro de estos tres órdenes existen muchos tipos de males; pero, de todos ellos, la mayor desdicha humana del “hombre no creyente” es la muerte física.

El mal, pues, existe. Ahora, ya se que me preguntarán: ¿entonces, a qué se debe el mal?

Las interpretaciones que hay desde Sócrates y Platón, pasando por Leibniz, Kant, Hegel y otros, hasta los pensadores de nuestros días, no han encontrado una respuesta adecuada o definitiva a ese problema. Porque todas ellas son lucubraciones que no explican una verdad que no pueden escrutar ni impugnar fundadamente: ¡el hombre es un ser libre y responsable de sus actos, creado por Dios y para Dios. Es, pues, un ser trascendente!

Por ello, nuevamente ahora la pregunta es: Si el mal no tiene solución ni explicación posible: ¿merece la pena seguir viviendo?

La respuesta de cualquier hombre, que ve más allá del más acá, es: ¡claro que sí!

Pero, el único recurso que nos queda ahora para explicar esa pregunta es la FE. Y, por lo tanto, ¡es la hora de Dios! (como ha dicho un famoso teólogo español). Pero, no un Dios invisible, lejano y cruel. Sino un Dios que se hace hombre, porque nos ama demasiado, y que al encarnarse no rehuye al dolor y a la muerte con tal de salvarnos.

Para comprender todo ello tenemos, pues, que dejar el discurso racional y mundano para entrar a nuevo discurso, que no rechaza al primero, si no que lo eleva a una mayor majestad y penetración: ¡la fe que busca ser comprendida! (fides quaerens intellectum).

¿Cómo puede ser Dios autor del mal cuando lo aborrece, lo persigue y lo castiga desde la creación del hombre? ¿No fue siempre así en la Antigua Alianza empezando con Adán y Eva? ¿Acaso Dios no buscó siempre el bien de sus criaturas predilectas empezando por Abraham?

Si Dios no es el autor del mal, ¿qué sentido tiene el mal para un Dios tan bueno y omnipotente?
Esa pregunta tendríamos que hacérsela al propio Dios. Es imposible contestar qué es lo que estaba en su mente cuando él creo al mundo. Solo sabemos que ante la muerte y resurrección el mal está vencido.

Queda entonces la pregunta de ¿por qué Dios en su infinito poder no pudo crear algo mejor en el que no hubiera el mal? Santo Tomás de Aquino nos dice: “que Dios, en su poder infinito, podría siempre crear algo mejor. Sin embargo, en su sabiduría y bondad infinitas, Dios optó por crear un mundo en vías de su perfección última”. Y por lo tanto, nada es absolutamente perfecto y el hombre es un ser finito. Propio de la finitud son las limitaciones que dan cabida tanto al bien físico como al mal físico. Y porque el hombre es un ser libre y responsable el mal moral entró al mundo. Mal que es mucho mayor y peor que el mal físico. “Pero, de ninguna manera”, como dice San Agustín, “ni directa ni indirectamente, Dios es la causa del mal moral”. Porque todas las cosas creadas por Dios eran buenas, Gén 1,31.

Respetando la libertad de sus criaturas, Dios permite el mal moral. Pero, si contemplamos con los ojos de la fe la bondad del Creador, veremos que Dios actúa en el mundo con su gracia y su poder para salvar al hombre dándole las posibilidades de tener vida en abundancia. Es decir, vida plena. Por ello, podemos decir con mucha alegría y gozo que Dios Padre nos ha creado, Dios Hijo nos ha rescatado del mal y Dios Espíritu Santo nos santifica. De ahí que, el que muere amando a Dios, por elección propia y amor de preferencia, no morirá para siempre porque tendrá vida eterna. Con la resurrección, además, no habrá lágrimas, ni dolor ni quebrantos.

Santa Catalina de Siena una vez escribió: “todo procede del amor, todo está ordenado a la salvación del hombre, porque Dios no hace nada que no sea con este fin”.